ARTICULOS DE LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA

venerdì 11 gennaio 2008

ACERCA DE UNA RECIENTE PUBLICATION DE JOSE O'CALLAGHAN SOBRE LOS PAPIROS DE LA CUEVA 7 DE QUMRAN

Ramón Puig MASSANA Filología Neotestamentaria 9 (1996) 51-59


ACERCA DE UNA RECIENTE PUBLICACION
DE JOSE O’CALLAGHAN SOBRE LOS PAPIROS
DE LA CUEVA 7 DE QUMRAN

(Los primeros testimonios del Nuevo Testamento.
Papirología Neotestamentaria, El Almendro, Córdoba, 1995)

The author examines J. K. Elliot’s review, published in the last issue of this journal, and refutes his arguments against the identification of the contents of the papyrus 7Q5 with Mc 6:52-53.




Toiou=toj e0kei=noj. Es un auténtico placer poder asistir, desde hace más de veinte años, a la lucha por el ser o no ser de Mc 6, 52s, por el reconocimiento o rechazo de la propuesta científica expuesta por José O’Callaghan sobre 7Q5. La historia es conocida: cuando recién promovido a Profesor en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, componía una lista de los papiros griegos de los LXX 1, tuvo que interesarse por dos papiros griegos del AT (Éxodo 28,4-7 y Carta de Jeremías 43-44) identificados ya en la cueva 7 de Qumrán, para incluirlos en su lista. Pero entonces le llamó la atención ese minúsculo fragmento de 3,94 x 2,7 cms., escrito sólo por una cara en caracteres greco-coptos e inventariado con el núm. 5, que la paleografía había datado ya como escrito hacia el año 50 d.C. En la editio princeps se sugería no sin motivo que podía ser un fragmento de alguna genealogía veterotestamentaria, pues en él se leían claramente las letras NNHS. Pero, a pesar de su insistencia —no podía contar aún con la informática—, no logró hallar ninguna genealogía que coincidiera con el conjunto de letras restantes. Hasta que se le ocurrió, un poco ad absurdum, que en lugar de "genealogías" podía sonar a Gennesaret. Y esto, entre las diversas posibilidades de situar todo el pequeño conjunto, coincidía sorprendentemente en Mc 6,52-53, un texto en que Jesús, después de multiplicar los panes y andar sobre las aguas, llega en la barca a orillas de Genesaret. Espantado él mismo por la repercusión que la simple idea de situar un papiro de Marcos antes de la destrucción de Qumrán podría provocar en el ambiente "científico" del

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momento, comunicó sin embargo su idea a algunos especialistas y se atrevió a publicar a modo de hipótesis el artículo ¿Papiros neotestamentarios en la cueva 7 de Qumrán?, Bib 53 (1972) 91-100.
Esto suponía no sólo volver en cierto modo a la explicación tradicional de Papías referida por Eusebio de Cesarea, según la cual Marcos puso por escrito la predicación de Pedro a petición de los primeros cristianos, sino aún a la opinión de los autores católicos que sostenían que fue escrito en una época tan remota como el 42-45 2. La respuesta no se hizo esperar: en el mismo número de Bíblica se le propusieron otras posibilidades como la de una segunda ocupación tardía de Qumrán, olvidando tanto la historia como la estructura paleográfica del papiro; se propusieron otras posibles identificaciones y sobre todo se negó que el texto coincidiera con el de Marcos, pues la tercera letra de la segunda línea no parecía ser una N (de au0tw~n), sino una I (au0tw~i). A tal punto llegó la oposición, que se ha hecho famosa la despectiva frase de un especialista del Instituto Católico de París: "conjetura de un pobre jesuita español". Mas los veinte años siguientes no han pasado en vano: se han desarrollado los ordenadores y se han aplicado nuevas técnicas. El simposio de Eichstätt ha dado lugar al libro Christen und christliches in Qumran? 3 y, por otro lado, se ha registrado una serie de adhesiones que pueden consultarse en la obra de A. Stefano, Vangelo e storicità , Milano 1995. No es, además, inoportuno citar a L. Alonso Schökel y a Marta Sordi en el Congreso Internacional de Patrística celebrado en Turín, 1993. Puede también consultarse el capítulo Were Manuscripts of the New Testament in Qumran Cave 7? en la obra Jesus, Qumran and the Vatican. Clarifications 4.
Pero J. K. Elliott, en la recensión de la obra de J. O’Callaghan, Los primeros testimonios del Nuevo Testamento. Papirología neotestamentaria, publicada en el fascículo anterior de FN, toma más bien en consideración los testimonios negativos de R. E. E. Cook en Has a fragment of a Gospel of Mark been found at Qumram? 5 y de Pickering: Looking for Mark’s Gospel among the Dead Scrolls: the Continuing Problem of Qumran Fragment 7Q5 6. Afianzándose en la escéptica posición propugnada por Geza Vermes en 1972, sigue opinando que la lectura de esas cinco líneas que no contienen más que una docena de letras incontestables y una sola palabra completa (KAI) "is problematic that are from Mark". El problema sigue abierto.
En su análisis del libro de J. O’Callaghan, Elliott comienza por anotar una serie de pequeños lapsus editoriales, algo así como una fe de erratas, de las que tal vez sea la más a tener en cuenta el preguntarse por qué razones (¿estéticas?) medio libro carece de paginación. J. K. Elliott desconoce que es norma tipográfica en España no numerar aquellas

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páginas que comienzan por título o cuadro sinóptico, como es el caso de las páginas citadas. Pequeño lapsus suyo sería en contrapartida el que en la página 31 no hay nada que pueda evocar la lectura de "Gerstinger" que propone, o la escritura no castellana de Cordova por Córdoba. Luego muestra su sorpresa de que un especialista tan reconocido como O’Callaghan omita P99, mientras incluye en P75 los versículos 13-15 que no constan en él. Elliott no puede saber cuándo O’Callaghan entregó su original a la editorial, pero sí suponer que entre la entrega y la publicación del libro ha pasado cierto tiempo, el suficiente para justifi-car que no se pudiera incluir todavía P99. Y respecto a lo segundo, conviene tener en cuenta lo que claramente dice O’Callaghan en la n. 10 de la pág. 29: "Para el contenido textual de los papiros, también tengo en cuenta esta última edición [Nestle-Aland27]". Por consiguiente, si no hubiera incluido los versículos de esta edición de Nestle-Aland, O’Callaghan hubiera sido inconsecuente con su metodología. Finalmente, Elliott lamenta que en las editiones principes no figuren detalles sobre las dimensiones de los papiros listados, recriminación que resulta sorprendente, pues él mismo, en su obra A Bibliography of Greek New Testament Manuscripts 7, no solamente no indica las medidas de los papiros, sino que ni siquiera expresa su contenido textual.
La reflexión de Elliott, que si bien los testimonios neotestamentarios más antiguos en griego se conservan en papiros, no todos los ma-nuscritos conservados sobre papiro se cuentan entre los manuscritos más antiguos, es tan obvia y tan de acuerdo con la exposición de O’Callaghan, que desconcierta el que Elliott la haga y mucho más que llame la atención en que no debemos por tanto dejarnos hipnotizar por los papirólogos, creyendo que un fragmento de papiro es automáticamente más importante o fiable que cualquier otro documento. ¿Es que alguien lo afirma? Lo que se afirma es que al margen de los pergaminos que pudieran tener o no las comunidades de Roma, Alejandría o Antioquía, ese pobre anacoreta de Qumrán (o el escriba cristiano de otra comunidad egipcia que le había remitido el texto) escribía en un griego egipcio, algo tosco y plebeyo, sobre el material más común y corriente que tenía a mano y esto, según los papirólogos, hacia el año 50 p.C.
Elliott causa la impresión de ser un estudioso de gran honradez. Y no me refiero ahora al hecho de que insista en que 7Q5 no ha sido registrado oficialmente, a pesar de "algunas voces estridentes", aunque ni me parece tan estridente la insistencia científica de O’Callaghan, ni tan pocas las voces de eminentes papirólogos que desde hace veinte años lo están requiriendo y que él mismo cita en parte; espero que cuando él sume su voz a la de ellos sea por fin reconocido (como P100 ); me refiero más bien a su ingenua confesión de que lamenta sinceramente su incapacidad de comprender las fórmulas tan complicadas del cálculo de probabilidades del doctor Dou. Pero ¿cae también en la cuenta de que si este

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sincerarse dice mucho a favor de su honradez, invalida por otra parte de raíz todo lo que pueda intentar probar en contra o al margen de estos argumentos rigurosamente científicos?
Desde los tiempos de Galileo, al menos, para que un estudio sea científico, se requiere una observación experimental; es menester una matemática estadística, instrumentos de medida; necesitamos una teoría, es decir un discurso que reúna los diversos elementos en un debate dialéctico que permita su valoración. Si O’Callaghan aporta la teoría, el doctor Alberto Dou estructura la matemática estadística. El estudio en que aplica el cálculo de probabilidades a 7Q5, en números absolutos o cotejado concretamente con los 42 millones de palabras de todo el Corpus Graecum, combinando todas las posibles coincidencias de espacio y sentido, en horizontal y en vertical, de los 25 símbolos coptos en 20 espacios, es tal vez la aportación inédita más valiosa de este libro. Sin embargo, quizá sea uno de los no sé si defectos o virtudes del doctor Dou haberse mantenido en un nivel de pura abstracción matemática, olvidando el principio básico de la retórica: decir algo a alguien. Tuve un profesor de física que publicaba un artículo científico al año y sólo uno, a sabiendas de que tan sólo lo leería y entendería un colega suyo de otra facultad y sólo él. Le bastaba. Dou dice algo, mucho, pero quizá no lo diga a alguien, cuando este alguien es un especialista en "letras". Me gustaría traer al respecto, por ejemplo, la reflexión (con una moneda en la mano) de Riedl, sobre las posibilidades de casualidad o causalidad:
"Juguemos a cara o cruz: el abanico de probabilidades es 2. A la primera jugada la probabilidad es 1/2 [2-1], en la 2ª, 3ª, 10ª y 100ª, respectivamente, 2 -2, 2 -3, 2 -10, 2 -100, o sea 1/4, 1/8, 1/1024 y apenas una quintillonésima: 1/15267.6504000.0003000.0002000.0001000.000. La posibilidad de que en 100 jugadas salgan 100 caras es tan irrisoria, que sólo se podría esperar si desde el principio del mundo, 100.000 humanidades tan sólo hubieran estado jugando cada segundo al cara o cruz. Y en 1000, la cifra 1/1,07 10 301, con más de 300 decimales, excede todas las posibilidades físicas de este cosmos: ha de haber necesidad. Nuestra certeza está plenamente justificada" 8.
El estudio de Dou maneja cantidades del mismo orden. Aceptando para no complicar más aún las cosas que las letras son mayúsculas griegas antiguas y no medievales (omega en alforja) y que sólo hay por tanto 25 letras o signos a escoger para irlas colocando en los 20 espacios de que consta el fragmento, o posibilidad de variaciones de que una u otra de esas 20 letras ocupe o no uno u otro de los 25 espacios, Dou nos recuerda que esta variable V2025 = 2520 = 9.09494701772928238 E+27 da una cifra fabulosa cercana a los diez mil cuatrillones (~ 10 28); estudiando las diversas reducciones, Dou llega a la probabilidad de error P < P*3 = 1/1010 ó P < P*2 = 1/9 * 1011, o sea, uno dividido por diez mil millones o por novecientos mil millones respectivamente: y afirma que

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en buena matemática la identificación de O’Callaghan debe aceptarse como total y exclusivamente asentada.
Quizá podamos decirlo todavía de otra forma más familiar. Se ha escrito con razón que a O’Callaghan le gustan los crucigramas. Bien que mal éstos acostumbran a encajar. Pero compliquemos algo más las cosas. Supongamos que en el depósito de una gran fábrica de Puzzles el gerente encuentra un día una pequeña pieza algo pisoteada, hasta ligeramente borrosa o raída, y que en su honradez se empeña en averiguar a cuál de los puzzles pertenece. Una pieza sin ninguna indicación, si no es que no es de madera sino de cartón, frente a unos cuantos miles de cajas, de hasta 1000 o 5000 piezas cada una: a multiplicar lo absurdo de la tarea. No sé las experiencias de otros, tal vez sepan lo que significa pasarse horas delante de un puzzle de sólo mil piezas y con modelo, sin lograr colocar ninguna: todas parecen iguales, pero sólo una "encaja", es decir tiene el perímetro, el color y la posición vertical u horizontal exigida. Llamemos a este depósito de puzzles Corpus Graecum y movilicemos unos cuantos centenares de empleados. Si alguno de ellos encuentra un hueco en que 7Q5 encaje o tiene mucha suerte o merece jubilarse por agotamiento. Pues algo así ha hecho primero O’Callaghan, descartando a ojo los que no ofrecen parecido alguno, discutiendo uno a uno los presentados como posibles, echando mano del ordenador...; y con él el programa informático Ibycus, que con la fría objetividad de miles de operaciones de cálculo ha concluido que 7Q5 encaja en Mc 6, 52-53 y además, que sólo Mc 6, 52,53 encaja en 7Q5, de tal modo, concluye Dou, que si alguien encontrara otro hueco (Idt n, p-q) distinto de Mc 6 en que 7Q5 encajara "entonces, es prácticamente seguro que los dos textos, Mc 6, 52-53 y Idt n, p-q no son literariamente independientes entre sí".
Frente a este alarde de sólida ciencia, Elliott, sin tener en cuenta ni las recientes aportaciones ni las observaciones de O’Callaghan en su libro o en el artículo "Sobre el papiro de Marcos en Qumrán" publicado en Filología Neotestamentaria 5 (1992) 191-198, apenas si hace poco más que repetir la impresión de Geza Vermes 20 años ha:


1. O’Callaghan da el mismo valor a las letras dudosas que a las nueve claras y da por supuesto que su fragmento tiene 20-23 espacios por línea porque otros dos de la misma cueva que no tienen nada que ver con él tienen de 16 a 23, amañando su texto a este arbitrario espacio. No sé la fuerza que podía tener este argumento en los tiempos de G. Vermes, a fin de cuentas podrían insinuar al menos el estilo de la editorial de Qumrán 7. Pero desde luego, después de leer los análisis y cálculos expuestos en este libro, carece totalmente de sentido.
O’Callaghan, que a diferencia de sus opositores (si me equivoco que me corrijan) ha podido estudiar directamente el papiro 7Q5, publica en su libro una diáfana fotografía infrarroja que muestra con claridad el texto y en concreto tanto el arranque superior de la N y el espacio que debería ocupar, como el triple espacio que precede a la KAI, etc. A mi modo de ver es un pequeño fallo que el autor se limite en su transcripción

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a seguir la norma aceptada entre papirólogos de transcribir directamente en minúsculas, dando algo de pie a Vermes/Elliott a achacarle que toma las letras ya hechas y completas. Podríamos aproximarnos algo más a la realidad objetiva completando la transcripción en mayúsculas, donde subrayo las letras que podemos ver en el papiro 9.
Sobre esta reconstrucción del original recordemos lo que el autor dice, por ejemplo, en la página 106: "respecto a las letras... hay que tener presente que algunas, fuera de las que conservan todo su perímetro, pueden ser incompletas, pero de lectura cierta". Y aun las de lectura incierta pueden contribuir a una identificación legítima si sus rasgos pueden adaptarse a las que se restituyen, de modo que al rechazar lecturas cuyos rasgos no se adaptan a ellas, "las letras incompletas pueden, al menos negativamente, ayudar también a determinadas identificaciones". Como expone C. P. Thiede en su informe criminalístico, la prueba de informática Ibycus, realizada en Liverpool y aceptada en las actas del simposio de Eichstätt, confrontando 7Q5 con toda la literatura griega conocida, reconoce por una parte la posibilidad de la pertenencia a Mc 6,52-53: "ninguna de las letras debatidas contradice la identificación ... sus variantes son confirmadas como auténticas también aquí". Y, por otra parte, "la identificación sólo es positiva en la lectura que asocia 7Q5 con Mc 6,52-53" 10.
La coincidencia vertical en cinco líneas convence también a Montevecchi y Stefano Alberto; el espacio que en la línea 3 interrumpe la lectura continua (sin separación de las palabras) seguido de un prosaico KAI, dice también mucho por sí solo a favor de Marcos. Y por otra parte, Dou observa que si las letras no identificables son otras diez de las veinte, aun admitida la diferencia de esticometría con el Corpus Graecum (K) anotada por Kenyon "el resultado final sería substancialmente el mismo" (pp.128-130). Lástima que resulte tan difícil seguir su argumentación a quien no está avezado a ella.


2. En su reconstrucción Elliott se salta tres palabras sólidamente atestiguadas en la mayoría de códices, apoyándose en una variante copta tan insignificante que casi ningún editor del NT tiene en cuenta. Es curioso, sin embargo, que tanto la escritura de 7Q5 como esa insignificante variante sean precisamente greco-egipcias, la lengua que posteriormente sería conocida como copta 11, sin olvidar por otra parte que a Marcos se le recuerda como obispo mártir de Alejandría. Remitiéndose a otras

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publicaciones suyas, O’Callaghan se limita a observar aquí que, al margen del valor que tenga la citada variante, el verbo diapera&w ("pasar al otro lado, llegar") no requiere el complemento e0pi\ th\n gh=n ("a tierra"), del mismo modo que el texto marcano más antiguo conocido (P45) omite en 5,21 la lectura ordinaria "a la otra orilla". Parece una explicación congruente que le libra fácilmente del primero de los dos obstáculos que le opone Vermes.


3. Y algo parecido cabe decir del segundo nudo: leer tiapera&santej por diapera&santej donde sólo se ve clara una t. Su experiencia innegable autoriza a O’Callaghan a escribir que "a un papirólogo esto no le llama la atención lo más mínimo. Es una alternancia frecuente aun en los papiros literarios y bíblicos" 12.
El mismo Elliott no se atreve a hacer demasiada fuerza en estos argumentos que admite pueden haberse devaluado en el curso de los últimos veinte años. Lo que sí encuentra inaceptable y por tanto lamentable que se enfatice con aires polémicos en este epílogo, a diferencia del valioso manual que lo precede, es que el año 68 pueda hablarse de un fragmento de Marcos en Qumrán, problema paleográfico y nada más, que hace inverosímil cualquier relectura necesaria para identificarlo con Marcos.
Aquí Elliott realmente desconcierta: ¿una re-lectura?, ¿cuál es la lectura?; implausibility?, ¿por qué?, ¿porque así se viene aceptando a priori? En realidad parece que no sólo no se ha detenido en procurar captar la fuerza tan fría como probativa de Dou, sino que causa la impresión de que no se encuentra cómodo ante un texto castellano. No contesta en concreto a ninguna de las razones aducidas ni se fija en que en la fotografía infrarroja ampliada de 7Q5 (confirmada por el análisis estéreo-microscópico) se ve claramente que la letra más problemática, la que sigue a la omega de la segunda línea, no es una I sino que de su parte derecha superior arranca el trazo central de la N. Ni citará tan sólo 7Q4, el otro texto neotestamentario de la cueva 7, tirita vertical cuya lectura resulta diáfana a la luz infrarroja, cuya fácil identificación con 1 Tim 3,16; 4, 1.3 viene a persuadir de que en Qumrán 7 había más de un fragmento del NT. Lástima que el editor no haya publicado su fotografía 13.
Por otra parte, su propuesta no trata de suscitar hipótesis absurdas, sino de devolverle a un Marcos temprano los derechos de autor, de los que tal vez se le había privado demasiado prematuramente, y dar quizá la razón aun a los autores que sitúan su redacción hacia el 45 o el 55, máximo el 63 14. No estará de más recordar aquí alguno de los textos de Papías, obispo frigio de Hierápolis (ca 65-125):

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También esto decía el Presbítero: Marcos, hecho intérprete [e9rmh-neuth/j] de Pedro, escribió exactamente, pero no con orden [ta&cei], cuanto recordaba de las cosas o pronunciadas u obradas [h2 lexqe/nta h2 praxqe/nta] por el Señor. Él, en efecto, ni oyó al Señor, ni anduvo con él, sino más tarde, como he dicho, con Pedro. Éste, según las necesidades, hacía las instrucciones, pero no intentando hacer una coordinación [su/ntacin] de los dichos [logi/wn] del Señor; así que Marcos no incurrió en defecto alguno escribiendo las cosas como se acordó... 15.


Este testimonio, confirmado por los de Justino 16, Hipólito y el prólogo antimarcionita en el siglo ii, Ireneo 17, Clemente de Alejandría 18 y la antigua tradición de considerar a Marcos como segundo evangelista ratificada por Ireneo, el Canon de Muratori, Orígenes, Epifanio y Jerónimo, inclina a situar cronológicamente su evangelio entre el de Mateo y el de Lucas, del 55 al 62 19. Según O’Flinn (l.c.) "la mayoría de los críticos se inclina en nuestros días por la opinión de que fue escrito en el período 53-63".
Pero si se descarta a rajatabla toda posibilidad de presencia de algún Marcos en Qumrán antes del 68, de los dos problemas planteados por el hallazgo de 7Q5, su datación y su paternidad, el primero en darse por resuelto sin dificultad, su redacción hacia el año 50, se convierte en el mayor obstáculo del segundo, hallándonos ante el dilema: 7Q5 o no es de los años 50 a 63 o no es de Marcos, mientras a una actitud apologética le ilusionaría la aceptación de ambos extremos. ¿Se trata en realidad de una cuestión tan secundaria como ventila Elliott la presencia de cristianos

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en Qumrán y la fecha de composición de Marcos o de una respuesta importante y nada "implausible" al origen de los evangelios?
Se hará bien, sin duda, en tomar en serio el aviso de Elliott, que se trata esencialmente de un palaeographical problem, pero esto da preci-samente más importancia a la datación temprana atribuida a la paleografía de 7Q5 antes de su identificación y a las razones aducidas por O’Callaghan en su resumen de papirología: tipo de letra, escritura sólo por una cara, etc... A fin de cuentas es sabido que una solución de un problema suele plantear otro, aquí el de una nueva revisión paleográfica. Pero ¿por qué Elliott no aduce razones en este orden, en lugar de cerrarse por principio y en bloque de una manera tan vaga? Y sobre todo, es difícil encontrar hoy día temas de estudio que sólo interesen a una disciplina. Sin negar la primacía demandada por él, un tema tan complejo está exigiendo por todos lados un estudio interdisciplinar. Este libro lo ha incoado.
Algo habrá de ceder, un poco quizá de cada lado: aceptar el hallazgo en la cueva 7 de un fragmento de Marcos o al menos de un hipotético Urmarkus y un fragmento de Pablo anterior al abandono de Qumrán. O que Marcos, que siempre aparece lleno de dinamismo, no esperó a los últimos días de Pedro para ir tomando sin orden, ora una ora otra, sus notas, que al fin hilvanaría o le ayudarían a hilvanar en su evangelio, pero que esto quizá no fuera ni tan pronto como los años cincuenta debiéndose redatar el papiro, ni tan tarde como los años setenta, pudiéndose admitir un Marcos más o menos completo en Qumrán.
En todo caso hay que felicitar y agradecer a O’Callaghan la publicación de su valioso libro, tanto en su primera parte de manual práctico de papirología, tan útil para los profanos en la materia y aun para los no tan profanos, cuanto (en mi opinión no aside sino muy en especial) por recoger tan exhaustivamente en su epílogo (que desearíamos ver valorado como lo que en realidad es, el centro de la obra) el esfuerzo de toda su vida por identificar 7Q5 y comunicarnos su creciente convicción de que se trata de Mc 6,52-53, convicción que nos lleva a quienes participamos de ella a unir nuestra voz a la de una de las máximas autoridades en Papirología, O. Montevecchi, que ha escrito en el último número de Aegyptus: "Mi sembra che sarebbe ormai tempo di inserire 7Q5 nella lista ufficiale dei papiri del N.T." 20.


Dr. Ramón Puig MASSANA
Vía Augusta, 390, IQS
08017 Barcelona (ESPAÑA)



© 1996 Filología Neotestamentaria



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NOTES

1 Publicada en Bíblica 56, 1975, 74-93; con un complemento "Los LXX en los papiros", Studia Papyrologica 14, 1975, 11-15.

2 Cf. J. A. O’Flinn, en Verbum Dei III, 725d, ed. Herder, Barcelona 1957.

3 Ed. B. Mayer, Regensburg 1992.

4 Ed. Otto Betz & Riesner, London 1994.

5 Sidney 1989.

6 En New Testament Textual Research Update 2 [1994] 94-98.

7 Cambridge/New York 1989.

8 Rupert Riedl: Die Strategie der Genesis (Piper, München/Z 1976) 53s.

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QONTWN AUTWN.

10 Cf. Biblica 75, 1994, 395.

11 En árabe qopt/qipt (del griego [Ai0]gu/ptioj = egipcio; H. Haarmann, Universal Geschichte der Schrift, Campus Frankfurt/M 1990).

12 Cf. Bib 54 [1973] 451s.

13 7Q4 = 1Tim 3,16; 4,1.3. Cf. Los primeros testimonios, pp. 139s.

14 A. Robert-A. Feuillet, Introducción a la Biblia II, 273, Herder B. 1970.

15 Eusebio, Hist. Eccl., II 39, 15; cf. II 15, 1-2 y VI 14, 5-7.

16 Ca. 150; Dial. cum Tryph., 106.

17 Ca. 180; Adv. Haer. III, 1, 1.

18 Las mentes de los que escuchaban a Pedro fueron iluminadas por un rayo de piedad tan grande, que no juzgaron suficiente contentarse con un solo discurso ni con una sola instrucción no escrita acerca del anuncio divino, de modo que con exhortaciones de todo género insistieron con Marcos, que era seguidor de Pedro, para que dejara también por escrito una memoria (u9po&mnhma) de las instrucciones transmitidas de viva voz y no cesaron hasta que esto se realizó. De este modo fueron ellos la causa de que se escribiese el llamado evangelio según Marcos. Habiendo después sabido lo sucedido, el apóstol (Pedro)... autorizó este escrito para la lectura en las reuniones (Hypotyposis VI, cf. ad I Petri, 5, 14).

19 Cf. p. ej. G. Ricciotti, Vida de Jesucrito, Barcelona, L. Miracle 1978, nº 127-131. Otras obras, en cambio, de consulta manual, como p. ej. Die Bibel und ihre Welt (II, art. Markusevangelium; ed. G. Lübbe V. 1969 [La Biblia y su mundo], el Dizionario Teologico Enciclopedico (Ed. Piemme 1993; Diccionario Teológico Enciclopédico, ed. Verbo Divino 1995) o el Nuevo Diccionario Bíblico editado por E. Douglas y N. Hillyer (Barcelona, BA, DG, 1982; 1991), valorando demasiado literalmente el "después del éxodo" de Pedro y Pablo aludido por Ireneo, sin atender a que él mismo dice que fue escrito mientras estos apóstoles "se encontraban predicando el evangelio en Roma y fundando la iglesia allí" (¿durante el cautiverio de Pablo, 61-63, antes del evangelio de Lucas?) lo sitúan entre la muerte de Pedro (65) y la caída de Jerusalén (70), lo cual dificultaría ciertamente la existencia de Marcos en Qumrán antes del año 50, pero no antes de su destrucción el año 68. No podemos olvidar, además, que ni Ireneo de Lión, ni los demás arriba citados, por valioso que sea su testimonio, son testigos presenciales de primera instancia.

20 Aegyptus 74 (1994) 207.

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