ARTICULOS DE LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA

mercoledì 11 marzo 2009

¡Por fin, en Roma! El sueño más acariciado

69. ¡Por fin, en Roma! El sueño más acariciado

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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Dejamos ya Malta atrás. Ahora nos toca proseguir el viaje hasta Roma (Hch 28,11-23)
Por lo demás, no era difícil la salida. El centurión imperial contrató una nave alejandrina cargada de trigo y en ella hizo subir a todos los prisioneros que le habían encomendado.

Era el mes de Febrero, y con viento favorable el barco enfiló la proa hacia Sicilia. Al cabo de dos días atracaban en Pozzuoli, o Puttéoli, el puerto de Nápoles sobre la isla de Capri.

¡Qué emociones! Al principio de la primavera, después del espacio forzoso del invierno en que no desembarcaba ningún barco, las primeras naves que llegaban eran recibidas por una verdadera multitud, que daba la bienvenida a pasajeros anunciados, al trigo que llegaba para la población, y - aunque sea doloroso decirlo -, con el cargamento de fieras de África y de criminales comunes o guerrilleros destinados a las diversiones del circo.

Pronto supo la comunidad cristiana que en la embarcación venía el conocidísimo Pablo.
Vienen a buscar a Pablo hasta el puerto, y el centurión Julio, totalmente a favor de Pablo, no tiene inconveniente en dejarlo con los suyos:

- Quédate con ellos estos días hasta que marchemos a Roma.

Aunque, al darle el permiso, era obligación del centurión encargarle a un soldado que lo tuviera sujeto a la cadena; pero esto para Pablo no era inconveniente mayor.

Los hermanos, apenas visto Pablo, mandaron por la posta una carta a los hermanos de Roma comunicándoles la fausta noticia. Como el viaje ya no se hizo por mar, sino por tierra vía Apia arriba, al llegar la caravana a Tres Tabernas y al Foro Apio, unos treinta kilómetros al sur de la Urbe, ya estaba allí la comisión venida de la Iglesia romana para recibir a Pablo.

Es inexplicable la emoción de este encuentro. Besos, abrazos, lágrimas, y gritar nombres uno tras otro:

- ¡Áquila, Priscila!..., ¡Ampliato! ¡Epéneto!... ¡María, Julia!... ¡Alejandro y Rufo, los dichosos hijos de Simón de Cirene que ayudó al Señor a llevar la cruz!...

Iban saliendo los nombres y presentaciones de tantos como Pablo había mencionado en su carta a los Romanos.

¡Y ahora estaban todos aquí!

Con los ojos arrasados en lágrimas, y con los brazos extendidos al cielo en acción de gracias, como nos dice Lucas, exclamando jubilosos:

- ¡Cómo te esperan todos en Roma, Pablo!...

El centurión Julio observaba todo, y se preguntaba:
-¿Pero, ¿quién es este Pablo?...

Había que seguir adelante. Un día más…, los montes Albanos…, ¡y Roma a la vista!

Ya en la Capital del Imperio, el centurión Julio se dirige directamente, como primerísima obligación suya, hacia Castro Pretorio donde tiene su sede la Policía Imperial, y entrega los presos al prefecto del campamento.

Pero a Pablo lo lleva directamente al Jefe supremo, Afranio Burro, hombre honrado, íntegro, que junto con el filósofo Séneca habían sido los instructores del Emperador Nerón, aunque tanto Séneca como Burro serían matados después por Nerón, loco y desagradecido.

El “elogium” - o documento del Procurador Festo que debía entregar el centurión , había desparecido en el naufragio con todo lo demás del barco. Pero el centurión tenía a su favor el ser un militar conspicuo de la “cohorte augusta”, y se aceptó sin más su testimonio sobre el naufragio y la condición y la conducta ejemplarísima de Pablo.

Por eso Burro determinó sin más:
-¡Custodia libre!…

Esto resultaba formidable para Pablo. Nada de cárcel. Hasta celebrarse el juicio, el detenido podía alquilar casa propia, en la que recibía a quien quisiera llegar.

La “custodia libre” exigía únicamente que el preso debía tener consigo un soldado responsable de su seguridad, el cual lo tenía siempre a la vista. La cadena colgaba de la pared. Pero si el preso salía de casa, llevaba sujeta la cadena por una punta al brazo derecho, y la otra atada a la muñeca izquierda del soldado guardián.

Pablo y los hermanos se apresuraron a alquilar una casa, probablemente no lejos del Pretorio, lo cual traía una gran ventaja para su custodia y por la misma libertad del detenido.

O tal vez la escogieron en la parte izquierda del río Tíber que atraviesa la ciudad, en la calle llamada hoy San Pablo a la Régola, cerca de la actual Sinagoga judía.

Pedro, si es que estaba en Roma por estos días, se hallaba casi seguro en la otra parte del Tíber, dentro de un barrio pobre lleno de judíos, por la ladera y a las plantas del Janículum.

Pablo, una vez instalado en su casa, no perdió para nada el tiempo. A los tres días ya tenía en ella a los principales de los judíos, a los que había convocado. Este encuentro primero se desarrolló con gran cortesía. Pablo comenzó con delicadeza:

Hermanos, yo no hice nada contra nuestro pueblo o las costumbres de nuestros padres; pero los de Jerusalén me entregaron a los romanos, los cuales, al examinarme, me declararon libre al no hallar en mí ningún delito. Pero al oponerse los judíos, me vi obligado a apelar al Emperador, aunque no quiero acusar para nada a nuestra nación. Por esto les he llamado a ustedes, para verlos y hablarles. Sólo por la esperanza de Israel me encuentro encadenado.

A semejante finura de lenguaje, los judíos respondieron en igual tono:

- Nosotros no hemos recibido de Judea cartas ni ningún hermano nos ha traído noticias contra ti. Con todo, nos gustaría escuchar lo que piensas, porque estamos informados de que por todas partes se habla de esa secta.

Muy cortés y muy diplomático este modo de hablar. Con la cortesía de este primer encuentro, se pudieron poner de acuerdo y señalaron fecha para la próxima e importante visita, que se va a celebrar dentro de pocos días.

Nosotros también vamos a asistir a ella. El amor que tenemos a Pablo y el interés que nos inspira el pueblo elegido nos hacen esperar impacientes. Lucas, como siempre, el cronista fiel, nos va a poner al tanto de todo.

Acabada esa visita, ya no saldremos de Roma sino esporádicamente para acompañar a Pablo en algún viaje rápido. En adelante, sólo en Roma quedarán fijos nuestra mente y nuestro corazón de cristianos.





Puedes encontrar todas las reflexiones anteriores de San Pablo en esta dirección.
Y en www.evangelicemos.net


Preguntas o comentarios al autor P. Pedro García Cmf



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Conoce más acerca de la Cuaresma para vivirla mejor

Meditación de Cuaresma: Abrir nuestro corazón al don de Dios








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Catholic.net

La tempestad espantosa. Las aventuras de aquel viaje

68. La tempestad espantosa. Las aventuras de aquel viaje

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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“Llegó el momento de navegar hacia Italia”, nos cuenta Lucas, porque el procurador Festo tenía que hacer llegar a los tribunales de Roma a Pablo, encomendado al cuidado de Julio, un noble centurión de la corte augusta, el cual se va a portar muy caballerosamente con su prisionero.

A Pablo, aunque preso, se le considera un distinguido ciudadano romano y se le permite llevar consigo hasta dos empleados a su servicio, cosa que van a desempeñar no dos esclavos, sino dos compañeros entrañables como son Lucas y Aristarco (Hch 27-28.1-9) Iban también en la barca otros presos, condenados por crímenes comunes, y destinados, casi con toda seguridad, a las luchas del Circo Máximo o a las garras y dientes de las fieras.

La nave se dirigió desde Cesarea a las costas de Asia, donde se realizó el cambió a un barco venido de Alejandría con un cargamento de trigo destinado a Roma, e iniciaba la travesía del Mediterráneo entrado ya octubre del año 60. Las 276 personas que iban a bordo no sospechaban la aventura que les venía encima.

Nada más iniciada la travesía, el viento se les hizo contrario y empezó a zozobrar la nave. Con grandes dificultades y después de varios días, llegaron a la vista de la isla de Creta.

Pablo, con el respeto que le tenía el centurión, le aconsejó con prudencia:

- No salgamos. Pasemos el invierno aquí. La navegación va a acarrear peligros y pérdidas, no sólo a la carga y a la embarcación, sino también a nuestras vidas.

El centurión celebró consejo con el patrón del barco y el piloto, y determinó al fin:

- ¡Mar adentro! Lleguemos hasta la costa occidental de Creta, y a invernar allí si no se puede salir hacia Italia.

En mala hora tomaron esta resolución. Lucas, compañero de Pablo, nos va a dejar una relación magistral de los hechos en todos sus detalles.

De momento, muy bien todo. “Se levantó un viento sur, y pensando que el plan era realizable, levaron anclas y costearon de cerca Creta”.

Pero muy pronto se desató del lado de la isla un viento huracanado como un ciclón y el barco era arrastrado de aquí para allá, hasta ser lanzado mar adentro desde Creta hacia Sicilia. Nos cuenta Lucas:

“Como no podíamos navegar contra el viento, nos dejamos llevar a la deriva, aunque logramos con mucho esfuerzo controlar el bote salvavidas, levantado a bordo y asegurando así la embarcación con sogas de refuerzo. Por miedo a encallar, soltamos los flotadores y navegamos a la deriva”.

La verdad es que no estamos sino en los principios de la aventura, porque esperan unos percances fatales.

“Al día siguiente, como la tormenta arreciaba, empezaron a tirar parte del cargamento; y al tercer día, con sus propias manos, se deshicieron del aparejo del barco. Durante varios días no se vio el sol ni las estrellas, y como la tormenta no amainaba, se acababa toda esperanza de salvación”.

Pablo valoraba la situación mejor que nadie, y observando que los pasajeros llevaban ya días sin comer, puesto en medio les quiso convencer:

“Tengan buen ánimo, pues no se va a perder ninguna vida, sino sólo la embarcación. Anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo, y me aseguró: “No temas, Pablo; tienes que comparecer ante el Emperador; Dios te concede la vida de los que viajan contigo.
“Por lo tanto, ¡ánimo, amigos! Confío en Dios que sucederá lo se me ha dicho. Estén seguros de que encallaremos en una isla”.

Después de catorce noches seguían a la deriva por el mar Adriático sin saber dónde estaban. Y al amanecer, aunque no se veía nada, Pablo les pidió a todos, que se amotinaban hacinados en la bodega como único refugio contra las olas:

-Llevan catorce días sin comer nada. Les aconsejo que coman algo, que les ayudará a salvarse. Nadie perderá ni un cabello de su cabeza.

Y empezó dando ejemplo, comiendo delante de todos:

-¡Venga, hagan todos lo que yo he hecho!…
Comieron hasta saciarse, y después echaron todo el cargamento de trigo al mar.

Ya de día, se distinguió confusamente una playa, y el centurión resuelvió con decisión:

-¡Todos los que sepan nadar salgan primero y ganen tierra! Después, sigan los demás agarrándose a tablones u otras piezas de la nave.

Había acabado la tragedia de aquella navegación espantosa. Todos a salvo, supieron pronto que estaban en una isla llamada Malta. Ni uno de los 276 Pasajeros se había perdido. El ángel de Pablo no mentía: “Dios te concede la vida de los que viajan contigo”.

Ahora viene el invernar en Malta. Varios meses en una isla que se les hará inolvidable. Lucas sigue contando en su crónica:

“Los nativos nos trataron con extrema amabilidad. Como llovía y hacía frío, encendieron una hoguera y nos acogieron. Mientras Pablo recogía un haz de leña y la arrimaba al fuego, una víbora, ahuyentada por el calor, se sujetó a la mano de Pablo.
“Cuando los nativos vieron el animal colgado de su mano, gritaban: ¡Este hombre tiene que ser un asesino! Se ha salvado del mar, pero la justicia de Dios no lo deja vivir”.

Pronto cambiaron de opinión. Al ver que Pablo no caía muerto envenenado, gritaban al revés, llevados de su entusiasmo:
-¡Éste no es un hombre, sino un dios!...

El gobernador de la isla, Publio, hospedó en su finca durante tres días al centurión Julio con Pablo y sus dos compañeros. Estaba su padre enfermo de disentería y con alta fiebre.
Pablo hace lo que el Señor había encargado a los apóstoles:

“Impongan las manos a los enfermos, y curarán”.

El caso es que el padre del gobernador quedaba sano del todo, y ahora venían de toda la isla los enfermos que con Pablo recobraban la salud.

¿Resultado? El que era de esperar. Al partir al cabo de tres meses, dice Lucas, “los nativos nos colmaron de honores y nos proveyeron de todo lo necesario para el viaje”.

¡Bien por los malteses!

Dios les pagó la deferencia que gastaron con Pablo regalándoles el mayor de los dones. Un día Malta será cristiana, y la isla encantadora ha conservado incólume su catolicismo hasta nuestros días, orgullosa siempre por la protección de su Patrón San Pablo.

Nosotros ahora nos quedamos con el corazón en Malta y encaminados hacia Italia.
Nos falta poco para llegar felizmente a Roma con Pablo.



Puedes encontrar todas las reflexiones anteriores de San Pablo en esta dirección.
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Preguntas o comentarios al autor P. Pedro García Cmf


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Meditación de Cuaresma:
Si me hiciste daño no lo tomo en cuenta






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Vivir como Cristo nos ha enseñado

Vivir como Cristo nos ha enseñado

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC

Constantemente, Jesucristo nuestro Señor, empuja nuestras vidas y nos invita de una forma muy insistente a la coherencia entre nuestras obras y nuestros pensamientos; a la coherencia entre nuestro interior y nuestro exterior. Constantemente nos inquieta para que surja en nosotros la pregunta sobre si estamos viviendo congruentemente lo que Él nos ha enseñado.

Jesucristo sabe que las mayores insatisfacciones de nuestra vida acaban naciendo de nuestras incoherencias, de nuestras incongruencias. Por eso Jesucristo, cuando hablaba a la gente que vivía con Él, les decía que hicieran lo que los fariseos les decían, pero que no imitaran sus obras. Es decir, que no vivieran con una ruptura entre lo que era su fe, lo que eran sus pensamientos y las obras que realizaban; que hicieran siempre el esfuerzo por unificar, por integrar lo que tenían en su corazón con lo que llevaban a cabo.

Esto es una de las grandes ilusiones de las personas, porque yo creo que no hay nadie en el mundo que quisiera vivir con incongruencia interior, con fractura interior. Sin embargo, a la hora de la hora, cuando empezamos a comparar nuestra vida con lo que sentimos por dentro, acabamos por quedarnos, a lo mejor, hasta desilusionados de nosotros mismos. Entonces, el camino de Cuaresma se convierte en un camino de recomposición de fracturas, de integración de nuestra personalidad, de modo que todo lo que nosotros hagamos y vivamos esté perfectamente dentro de lo que Jesucristo nos va pidiendo, aun cuando lo que nos pida pueda parecernos contradictorio, opuesto a nuestros intereses personales.

Jesús nos dice: “El que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. ¡Qué curioso, porque esto parecería ser la contraposición a lo que nosotros generalmente tendemos, a lo que estamos acostumbrados a ver! Los hombres que quieren sobresalir ante los demás, tienen que hacerse buena propaganda, tienen que ponerse bien delante de todos para ser enaltecidos. Por el contrario, el que se esfuerza por hacerse chiquito, acaba siendo pisado por todos los demás. ¿Cómo es posible, entonces, que Jesucristo nos diga esto? Jesucristo nos dice esto porque busca dar primacía a lo que realmente vale, y no le importa dejar en segundo lugar lo que vale menos. Jesucristo busca dar primacía al hecho de que el hombre tiene que poner en primer lugar en su corazón a Dios nuestro Señor, y no alguna otra cosa. Cuando Jesús nos dice que a nadie llamemos ni guía, ni padre, ni maestro, en el fondo, a lo que se refiere es a que aprendamos a poner sólo a Cristo como primer lugar en nuestro corazón. Sólo a Cristo como el que va marcando auténticamente las prioridades de nuestra existencia.

Cristo es consciente de que si nosotros no somos capaces de hacer esto y vamos poniendo otras prioridades, sean circunstancias, sean cosas o sean personas, al final lo que nos acaba pasando es que nos contradecimos a nosotros mismos y aparece en nuestro interior la amargura.

Éste es un criterio que todos nosotros tenemos que aprender a purificar, es un criterio que todos tenemos que aprender a exigir en nuestro interior una y otra vez, porque habitualmente, cuando juzgamos las situaciones, cuando vemos lo que nos rodea, cuando juzgamos a las personas, podemos asignarles lugares que no les corresponden en nuestro corazón. El primer lugar sólo pertenece a Dios nuestro Señor. Podemos olvidar que el primer escalón de toda la vida sólo pertenece a Dios. Esto es lo que Dios nuestro Señor reclama, y lo reclama una y otra vez.

Cuando el profeta Isaías, en nombre de Dios, pide a los príncipes de la tierra que dejen de hacer el mal, podría parecer que simplemente les está llamando a que efectúen una auténtica justicia social: “Dejen de hacer el mal, aparten de mi vista sus malas acciones, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda”. ¿Somos conscientes de que lo que verdaderamente Dios nos está pidiendo es que todos los hombres de la tierra seamos capaces de poner en primer lugar a Dios nuestro Señor y después todo lo demás, en el orden que tengan que venir según la vocación y el estado al cual hemos sido llamados?
Si cometemos esa primera injusticia, si a Dios no le damos el primer lugar de nuestra vida, estamos llenando de injusticia también los restantes estados. Estamos cometiendo una injusticia con todo lo que viene detrás. Estaremos cometiendo una injusticia con la familia, con la sociedad , con todos los que nos rodean y con nosotros mismos.

¿No nos pasará, muchas veces, que el deterioro de nuestras relaciones humanas nace de que en nosotros existe la primera injusticia, que es la injusticia con Dios nuestro Señor? ¿No nos podrá pasar que estemos buscando arreglar las cosas con los hombres y nos estemos olvidando de arreglarlas con Dios? A lo mejor, el lugar que Dios ocupa en nuestra vida, no es el lugar que le corresponde en justicia.

¿Cómo queremos ser justos con las criaturas —que son deficientes, que tienen miserias, que tienen caídas, que tienen problemas—, si no somos capaces de ser justos con el Creador, que es el único que no tiene ninguna deficiencia, que es el único capaz de llenar plenamente el corazón humano?

Claro que esto requiere que nuestra mente y nuestra inteligencia estén constantemente en purificación, para discernir con exactitud quién es el primero en nuestra vida; para que nuestra inteligencia y nuestra mente, purificadas a través del examen de conciencia, sean capaces de atreverse a llamar por su nombre lo que ocupa un espacio que no debe ocupar y colocarlo en su lugar.

Si lográramos esta purificación de nuestra inteligencia y de nuestra mente, qué distintas serían nuestras relaciones con las personas, porque entonces les daríamos su auténtico lugar, les daríamos el lugar que en justicia les corresponde y nos daríamos a nosotros también el lugar que nos corresponde en justicia.

Hagamos de la Cuaresma un camino en el cual vamos limando y purificando constantemente, en esa penitencia de la mente, nuestras vidas: lo que nosotros pensamos, nuestras intenciones, lo que nosotros buscamos. Porque entonces, como dice el profeta Isaías: “[Todo aquello] que es rojo como la sangre, podrá quedar blanco como la nieve. [Todo aquello] que es encendido como la púrpura, podrá quedar como blanca lana. Si somos dóciles y obedecemos, comeremos de los frutos de la tierra”.

Si nosotros somos capaces de discernir nuestro corazón, de purificar nuestra inteligencia, de ser justos en todos los ámbitos de nuestra existencia, tendremos fruto. “Pero si se obstinan en la rebeldía la espada los devorará”. Es decir, la enemistad, el odio, el rencor, el vivir sin justicia auténtica, nos acabará devorando a nosotros mismos, perjudicándonos a nosotros mismos.

Jesucristo sigue insistiendo en que seamos capaces de ser congruentes con lo que somos; congruentes con lo que Dios es para nosotros y congruentes con lo que los demás son para con nosotros. En esa justicia, en la que tenemos que vivir, es donde está la realización perfecta de nuestra existencia, es donde se encuentra el auténtico camino de nuestra realización.

Pidámosle al Señor, como una auténtica gracia de la Cuaresma, el vivir de acuerdo a la justicia: con Dios, con los demás y con nosotros mismos.



Preguntas o comentarios al autor P. Cipriano Sánchez LC



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Amar como Cristo nos ama

Amar como Cristo nos ama

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC



La generosidad es una de las virtudes fundamentales del cristiano. La generosidad es la virtud que nos caracteriza en nuestra imitación de Cristo, en nuestro camino de identificación con Él. Esto es porque la generosidad no es simplemente una virtud que nace del corazón que quiere dar a los demás, sino la auténtica generosidad nace de un corazón que quiere amar a los demás. No puede haber generosidad sin amor, como tampoco puede haber amor sin generosidad. Es imposible deslindar, es imposible separar estas dos virtudes.

¿Qué amor puede existir en quien no quiera darse? ¿Y qué don auténtico puede existir sin amor? Esta unión, esta intimidad tan estrecha entre la generosidad y la misericordia, entre la generosidad y el amor, la vemos clarísimamente reflejada en el corazón de nuestro Señor, en el amor que Dios tiene para cada uno de nosotros, y en la forma en que Jesucristo se vuelca sobre cada una de nuestras vidas dándonos a cada uno todo lo que necesitamos, todo lo que nos es conveniente para nuestro crecimiento espiritual.

Este darse de Cristo lo hace nuestro Señor a costa de Él mismo. Como diría San Pablo: “Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hiciesen ricos con su pobreza”. Ésta es la clave verdadera del auténtico amor y de la auténtica generosidad: el hacerlo a costa de uno.

En el fondo, podríamos pensar que esto es algo negativo o que es algo que no nos conviene. ¡Cómo voy yo a entregarme a costa mía! ¡Cómo voy yo a darme o a amar a costa mía! Sin embargo, es imposible amar si no es a costa de uno, porque el auténtico amor es el amor que es capaz de ir quebrando los propios egoísmos, de ir rompiendo la búsqueda de sí mismo, de ir disgregando aquellas estructuras que únicamente se preocupan por uno mismo. ¡Qué diferente es la vida, qué diferente se ve todo cuando en nuestra existencia no nos buscamos a nosotros y cuando buscamos verdadera y únicamente a Dios nuestro Señor! ¡Cómo cambian las prioridades, cómo cambia el entendimiento que tenemos de toda la realidad y, sobre todo, cómo aprendemos a no conformarnos con amar poquito!

Esto es lo que nuestro Señor nos dice en el Evangelio: “Antiguamente se decía: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”. Esto es amar poquito, amar con medida, amar sin darse totalmente a todos los demás. Podríamos nosotros también ser así: personas que aman no según el amor, sino según sus conveniencias; no según la entrega, sino según los propios intereses. Cuando Cristo dice: “Si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso también los paganos?”, lo que nos está diciendo: ¿no hacen eso también aquellos a los que solamente les interesa la conveniencia o el dinero? Te doy, porque me diste; te amo porque me amaste.

El cristiano tiene que aprender a abrir su corazón verdaderamente a todos los que lo rodean, y entonces, las prioridades cambian: ya no me preocupo si esto me interesa o no; la única preocupación que acabo por tener es si me estoy entregando totalmente o me estoy entregando a medias; si estoy dándome, incluso a costa de mí mismo, o estoy dándome calculándome a mí mismo. En el fondo, estos dos modelos que aparecen son aquellos que, o siguen a Cristo, o se siguen a sí mismos.
Ser perfectos no es, necesariamente, ser perfeccionistas. Ser perfectos significa ser capaces de llevar hasta el final, hasta todas las consecuencias el amor que Dios ha depositado en nuestro corazón. Ser perfecto no es terminar todas las cosas hasta el último detalle; ser perfecto es amar sin ninguna medida, sin ningún límite, llegar hasta el final consigo mismo en el amor.

Para todos nosotros, que tenemos una vocación cristiana dentro de la Iglesia, se nos presenta el interrogante de si estamos siendo perfeccionistas o perfectos; si estamos llegando hasta el final o estamos calculando; si estamos amando a los que nos aman o estamos entregándonos a costa de nosotros mismos.

Estas preguntas, que en nuestro corazón tenemos que atrevernos a hacer, son las preguntas que nos llevan a la felicidad y a corresponder a Dios como Padre nuestro, y, por el contrario, son preguntas que, si no las respondemos adecuadamente, nos llevan a la frustración interior, a la amargura interior; nos llevan a un amor partido y, por lo tanto, a un amor que no satisface el alma.

Pidámosle a Jesucristo que nos ayude a no fragmentar nuestro corazón, que nos ayude a no calcular nuestra entrega, que nos ayude a no ponernos a nosotros mismos como prioridad fundamental de nuestro don a los demás. Que nuestra única meta sea la de ser perfectos, es decir, la de amar como Cristo nos ama a nosotros.




Preguntas o comentarios al autor P. Cipriano Sánchez LC

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Cuaresma, un recordatorio de cómo Dios nos quiere

Cuaresma, un recordatorio de cómo Dios nos quiere

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC


Toda la Cuaresma, con su constante invitación a la conversión, es un hermoso recordatorio de cómo Dios nuestro Señor nos quiere, a todos y cada uno de nosotros, plenamente santos, absolutamente santos. “Purifíquense de todas sus iniquidades, renueven su corazón y su espíritu, dice el Señor”.

La ley de santidad, que nos exige y que nos obliga a todos, se convierte en un imperativo al que nosotros no podemos renunciar. Pero seríamos bastante ingenuos si esta ley de santidad pretendiéramos vivirla alejados de lo que somos, de nuestra realidad concreta, de los elementos que nos constituyen, de las fibras más interiores de nuestro ser. Seríamos ingenuos si no nos atreviéramos a discernir en nuestra alma aquellas situaciones que pueden estar verdaderamente impidiendo una auténtica conversión. La conversión no es solamente ponerse ceniza, la conversión no es guardar abstinencia de carne, no es sólo hacer penitencias o dar limosnas. La conversión es una transformación absoluta del propio ser.
“Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud de la justicia, él mismo salva su vida si recapacita y se aparta de los delitos cometidos; ciertamente vivirá y no morirá”. Esta frase del profeta Ezequiel nos habla de la necesidad de llegar hasta los últimos rincones de nuestra personalidad en el camino de conversión. Nos habla de la importancia de que no quede nada de nosotros apartado de la exigencia de conversión. Y si nosotros quisiéramos preguntarnos cuál es el primer elemento que tenemos que atrevernos a purificar en nuestra vida, el elemento fundamental sin el cual nuestra existencia puede ver truncada su búsqueda de santidad, creo que tendríamos que entrar y atrevernos a examinar nuestros sentimientos.

¡Cuántas veces son nuestros sentimientos los que nos traicionan! ¡Cuántas veces es nuestra afectividad la que nos impide lograr una real conversión! ¡Cuántos de nosotros, en el camino de santidad, nos hemos visto obstaculizados por algo que sentimos escapársenos de nuestras manos, que sentimos írsenos de nuestra libertad, que son nuestros sentimientos! Los sentimientos, que son una riqueza que Dios pone en nuestra alma, se acaban convirtiendo en una cadena que nos atrapa, que nos impide razonar y reaccionar; nos impiden tomar decisiones y afirmarnos en el propósito de conversión. La penitencia de los sentimientos es el camino que nos tiene que acabar llevando en todas las Cuaresmas, más aún, en la Cuaresma continua que tiene que ser nuestra existencia, hacia el encuentro auténtico con Dios nuestro Señor.

Jesucristo, en el Evangelio, nos habla de la importancia que tiene el ser capaces de dominar nuestros sentimientos para poder lograr una auténtica conversión. La Antigua Ley hablaba de que el que mataba cometía pecado y era llevado ante el tribunal, pero Cristo no se conforma simplemente con esto; Cristo va más allá en lo que tiene que ir haciendo plena a la persona. Jesucristo nos invita, como parte de este camino de conversión, a la purificación de nuestros sentimientos, a la penitencia interior cuando nos dice: “Todo el que se enoje con su hermano, será llevado hasta el tribunal”.

En cuántas ocasiones nosotros buscamos quién sabe qué mortificaciones raras y andamos pensando qué le podríamos ofrecer al Señor, y no nos damos cuenta de que llevamos una penitencia incorporada en nosotros mismos a través de nuestros sentimientos. No nos damos cuenta de que nuestros sentimientos se convierten en un campo en el que nuestra vida espiritual muchas veces naufraga.

¡Cuántas veces nuestros anhelos de perfección se han visto carcomidos por los sentimientos! ¡Cuántas veces el interés por los demás, porque los demás crezcan, por ayudar a los demás, se ha visto arruinado por los sentimientos! ¡Cuántas veces un deseo de una mayor entrega, un interés por decirle a Cristo «sí» con más profundidad, se ha visto totalmente apartado del camino por culpa de los sentimientos! No porque ellos sean malos, porque son un don de Dios, y como don de Dios, tenemos que hacerlos crecer y enriquecernos con ellos. Pero, tristemente, cuántas veces esos sentimientos nos traicionan. Nuestra conversión, para que sea verdadera, para que sea plena, tiene que aprender a pasar por el dominio de nuestros sentimientos. Y para lograrlo, la gracia tiene que llegar tan hondo a nuestro interior, que incluso nuestros sentimientos se vean transfigurados por ella.

¿Cuál es el camino para esto? El camino es el examen: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene una queja contra ti [...]”. Entrar constantemente dentro de nosotros mismos y vigilar nuestra alma es el camino necesario, ineludible para poder llegar a vivir esta penitencia de los sentimientos. Es el camino del cual no podemos prescindir para tener bien dominada toda esa corriente que son los sentimientos, de manera que no perdamos nada de la riqueza que ella nos pueda aportar, pero tampoco nos dejemos arrastrar por la corriente, que a veces puede llevarnos lejos de Dios nuestro Señor.

Para entrar en nosotros es necesario que la memoria y el recuerdo se transformen como en un espejo en el cual nuestra alma está siendo examinada, percibida constantemente por nuestra conciencia, para ver hasta qué punto el sentimiento está enriqueciéndome o hasta qué punto está traicionándome. Hasta qué punto el sentimiento está dándome plenitud o hasta qué punto el sentimiento me está atando a mí mismo, a mi egoísmo, a mis pasiones, a mis conveniencias.

Vigilar, estar atentos, recordar, pero al mismo tiempo, es fundamental que el camino de conversión no simplemente pase por una vigilancia, que nos podría resultar obscura y represiva, sino es necesario, también, que el camino de conversión pase por un enriquecimiento. Si alguien tendría que tener unos sentimientos ricos, muy fecundos, ése tendría que ser un cristiano, tendría que ser un santo, porque solamente el santo —el auténtico cristiano— potencia toda su personalidad impulsado por la gracia, para que no haya nada de él que quede sin redimir, sin ser tocado por la Cruz de Cristo.

Cristo, cuando está hablando a los fariseos les dice: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán ustedes en el Reino de los Cielos”. No podemos quedarnos con una justicia del «no harás», tenemos que buscar una justicia del «hacer», del llevar a plenitud, del enriquecimiento, que es parte de nuestra conversión. Y en este sentido, tenemos que estar constantemente preguntándonos si ya hemos enriquecido todos nuestros sentimientos: el cariño, el afecto, la ternura, la compasión, la sensibilidad; todos los sentimientos que nosotros podemos tener de justicia, de interés, de preocupación; todos los sentimientos que podemos tener de acercamiento a los demás, de percepción de las situaciones de los otros. ¿Hasta qué punto nos estamos enriqueciendo buscando cada día darle más cercanía a la gracia de Cristo?

Dice el salmo: “Perdónanos Señor y viviremos”. En estas tres palabras podríamos encerrar esta penitencia de los sentimientos. Que el Señor nos perdone, es decir, que nos purifique. Llegar a limpiar los sentimientos de todo egoísmo, de toda preocupación por nosotros mismos, de toda búsqueda interesada de nosotros. Pero no basta, hay que vivir de ese perdón; de esa purificación tiene que nacer la vida y tiene que nacer un enriquecimiento nuestro y de los demás.

El camino de conversión es difícil, exige una gran apertura del corazón, exige estar dispuestos, en todo momento, a cuestionarnos y a enriquecernos. Hagamos de la Cuaresma un camino de enriquecimiento, un camino de encuentro más profundo con Cristo, un camino en el que al final, la Cruz de Cristo haya tocado todos los resortes de nuestra personalidad.




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giovedì 5 marzo 2009

Encontrarnos con el Señor


Encontrarnos con el Señor

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC



La insistencia con la que Nuestro Señor pide que nos acerquemos a la oración para que se nos dé; que nosotros lleguemos a Él para encontrarlo, es una insistencia que requiere del corazón humano, una grandísima fortaleza interior, una gran tenacidad. Esa tenacidad para que pidamos y se nos dé, se ve muchas veces probada por las circunstancias, por las situaciones en las que nos encontramos.

Jesús habla de que pidan y se les dará, pero no nos dice si será pronto o tarde, cuando se nos dará. No nos dice si vamos a encontrar al primer momento en que empezamos a buscar o va a ser una búsqueda larga. No nos dice si la espera va a ser corta o se va a dilatar mucho. Simplemente nos dice que toquemos, que pidamos, que busquemos con la certeza de que vamos a recibir, vamos a encontrar y de que se nos va a abrir. Tener esta certeza, requiere en el alma una gran fortaleza interior, una gran firmeza interior. Una firmeza que Dios N. S. va probando, que poco a poco Él va viendo si es auténtica, si es verdadera.

Sin embargo, esto no es solamente una obra de Dios. Es importante el hecho de que Dios quiera que nosotros construyamos esta firmeza interior, pero también a nosotros nos toca actuar. Es obrar de Dios y obra nuestra. La Cuaresma es un período especialmente señalado para indicar esta obra nuestra en la obra de Dios. La obra nuestra en la tenacidad, en la constancia hasta conseguir que Dios N. S. nos abra, nos dé y nos encuentre.

¿Qué hay que hacer para esto? La Cuaresma nos habla de una penitencia que hay que realizar, de una oración en la que tenemos que insistir y de una generosidad particular, en la que tenemos nosotros, poco a poco que ir trabajando.

Para ello es necesaria una muy seria penitencia interior. Una penitencia que no se quede simplemente en el hecho de que no comamos carne o que ayunemos algunos días. Es una penitencia que va mucho más allá de los detalles, de los sacrificios concretos exteriores. Es una penitencia que tiene que abarcar toda nuestra vida, toda nuestra personalidad, porque precisamente es la penitencia la que forja el alma, la que construye el alma. No son las concesiones las que van a hacer de nuestra alma un alma aceptable a Dios, va a ser la penitencia la que va a hacer de nuestra alma, un alma entregada a Dios.

Hemos escuchado en el Libro de Esther, una oración que hace esta mujer a Dios, en la más total de las obscuridades, sabiendo que lo que va a hacer, es jugarse el todo por el todo, porque Esther, va a presentarse ante el rey sin su permiso, y esto estaba penado con la muerte en la corte de los persas. En el fondo, Ester lo que lleva a cabo es una auténtica penitencia del alma, una purificación de su espíritu, de su corazón para ser capaz de enfrentarse a una prueba en la que sabe que está jugándose todo.

¿Cómo es esta penitencia interior? Es una penitencia que tiene que acabar todas nuestras dimensiones, toda nuestra persona, nuestros pensamientos, nuestra inteligencia, nuestros afectos, nuestra voluntad, nuestra libertad. ¿Hasta qué punto nos hemos planteado alguna vez la autentica penitencia del alma, la auténtica exigencia interior de ir probando nuestra alma, para ver si está lista a resistir las pruebas para se fieles a Dios? Cuando llamemos y nadie nos abra; cuando pidamos y nadie nos dé; cuando busquemos y nadie nos permita encontrarlo.

Es un tema que en la Cuaresma se hace particularmente presente, pero que no solamente tendría que ser un tema cuaresmal; tendría que ser un tema de toda nuestra vida. La penitencia del alma, la purificación interior de nuestros sentimientos, de nuestra voluntad de nuestra inteligencia, de nuestros afectos, de nuestra libertad para ponerla totalmente de cara a Dios N. S. La base de la penitencia del alma, es la confianza absoluta en Dios N. S. No se basa simplemente en los actos que nosotros realizamos, de sacrificio o de renuncia interior, se realiza sobre todo, apoyada en la confianza en Dios N. S.

“Si ustedes a pesar de ser malos saben dar cosas buenas a sus hijos. “Con cuánta mayor razón, el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quiénes se las pidan”. La pregunta que tenemos que hacer es si estamos reconociendo las cosas que Dios nos da como cosas buenas; si tenemos nuestra alma dispuesta a aceptar todo lo que Dios pone en nuestra vida como buenas o por el contrario, somos nosotros los que discernimos si esto es bueno o esto es malo, no dependiendo de Dios, sino dependiendo de nosotros mismos: de cómo nosotros lo recibimos; de cómo a nosotros nos afecta.

¿Qué sucede cuando Dios nos da un pan, un pescado? La parábola de Cristo habla de un padre bueno, dice: “Ningún padre, cuando su hijo le pide un pescado, le da una serpiente y ningún padre cuando su hijo le pide pan le da una piedra”. ¿No sentiríamos alguna vez nosotros que Dios nos da piedras antes que pan? ¿O serpientes en vez de pescado? ¿No podríamos dudar nosotros a veces, de lo que Dios nos da o de lo que Dios no nos está dando? Y aquí esta de nuevo la exigencia ineludible de la penitencia interior: “Crea en mi, Señor un corazón puro”. Es decir, crea en mi, Señor, un corazón que me permita captar que Tú no me estas dando ni piedras, ni serpientes, sino pan y pescado, que lo que Tú me das es siempre bueno; que lo que Tu me ofreces, es siempre algo para realizarme en mi existencia. Esto tengo que aprenderlo a ver y únicamente se logra a base de la penitencia interior. No hay otro camino.

Que esta Cuaresma nos permita introducirnos un poco en este camino, en búsqueda interior del encuentro con Cristo; en esfuerzo interior por encontrarnos con el Señor, conscientes de que no hay otro camino sino es el de aprender a hacer de nuestra alma, un alma que busca, sabiendo que va a encontrar. Un alma que toca, sabiendo que le van a abrir.

Forjemos nuestra alma a través de la oración, del sacrificio y de la purificación interior, para encontrar siempre, en todo lo que Dios nos da, al Padre Bueno que da cosas buenas a quienes se las piden.




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“¡Irás al César!”. Pablo se decide, y apela

67. “¡Irás al César!”. Pablo se decide, y apela

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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Con los dos años preso en Cesarea, parecería que a Pablo se le iban todas las esperanzas. El procurador Félix, aparentemente muy obsequioso, resultaba fatal, porque no decidía la cuestión. Pero el año 60 vino a sucederle en el cargo Porcio Festo, hombre serio, honrado, digno de confianza, que llevó admirablemente la administración judía (Hch 25-26)

Pablo podía estar tranquilo con el procurador que venía. A los tres días de desembarcar en Cesarea, ya estaba Festo en Jerusalén. Y aquí le vino la primera sorpresa de los judíos, que tenían prisa en acabar con Pablo, y tramaban una emboscada como aquella de los cuarenta del juramento hacía dos años:

-Ya ves los cargos que tenemos contra Pablo. ¿Por qué no lo traes para juzgarlo aquí?

Festo respondió como debía:

-Ese prisionero sigue custodiado en Cesarea. Como es ciudadano romano, me toca juzgarlo a mí. Que vengan conmigo los responsables de ustedes, pues he de marchar en seguida, y presenten allí los cargos de la acusación.

No pudo Festo ser más correcto. A los ocho o diez días estaba ya en Cesarea, y el día siguiente mismo, sin esperar más, hacía comparecer ante sí a Pablo para escuchar la acusación que traían contra él.

Vinieron los cargos de los judíos, cargos muy graves y abundantes, aunque no lograban probar ninguno.

Tenemos como testigo presencial a Lucas, que lo cuenta todo con una gran exactitud.

Contra ese embrollo de los acusadores, Pablo en su defensa respondió con firmeza y serenidad:

- No he cometido delito alguno ni contra la Ley ni contra el Templo ni contra el Emperador. Esos cargos carecen de fundamento. Los acusadores no presentan ninguna prueba.

Harto veía Festo que no se trataba de ningún crimen contra Roma o el Emperador, lo único que a él le incumbía.

Y entonces, sin ir precisamente contra Pablo, le propuso con lealtad:

- ¿Quieres subir a Jerusalén para someterte allí a mi juicio?

Festo obraba con rectitud y astucia, y las tres partes podían estar contentas.
Los judíos, satisfechos por celebrar el juicio en Jerusalén, que era lo que ellos querían. El Procurador se los ganaba con esta deferencia, y así salía él mismo favorecido. Además, Pablo quedaría absuelto, al no existir delito contra Roma o el Emperador.

Pero Pablo veía más allá: ¿Y si hay una nueva conjura de los judíos?... Ante esto, el acusado clama en voz bien alta y con terrible decisión, de modo que pudo impresionar a Festo:

- ¡Me niego a ir a Jerusalén! Yo debo ser juzgado sólo en un tribunal imperial. Tú, Procurador, sabes muy bien que no he perjudicado a los judíos. Si he cometido un delito capital, no me niego a morir; pero si no hay nada de lo que éstos me acusan, nadie puede entregarme en su poder. Por lo mismo, apelo al César.

Se acabó la cuestión. Ni el mismo Procurador tenía ya potestad para juzgar a Pablo. De modo que allí mismo, en un acto puramente protocolario, se retiró con sus asesores, jóvenes abogados, les pidió su parecer, y se presentó de nuevo en la asamblea ante los judíos, con la resolución dirigida a Pablo:

-¿Has apelado al César? ¡Pues al César has de ir!

Los judíos quedaban definitivamente corridos, aunque podían desplazarse a Roma con la acusación si querían el proceso contra Pablo. Al Procurador le salía todo bien, pues los judíos pudieron pensar que estaba a su favor, y estaba seguro de que el prisionero no sería condenado en Roma.
Y Pablo también se veía grandemente beneficiado. Por fin, lejos de los judíos. Aunque fuera entre cadenas, pero con la esperanza de ser absuelto en el tribunal del Emperador. El viaje a Roma lo tenía seguro y la libertad le caería por su propio peso.

Para mayor suerte de Pablo, a los pocos días llegaban a Cesarea el rey Agripa y su mujer Berenice con el fin de cumplimentar al nuevo Procurador, el cual informó del caso a sus huéspedes, y Agripa contestó:

- Me gustaría mucho escuchar a ese hombre.
- ¿Te gustaría? Mañana mismo lo escucharás.

Al día siguiente entraban con toda pompa en la sala de la audiencia el rey Agripa con Berenice, acompañados de comandantes y la gente principal de la ciudad.
Traído Pablo, Festo lo presentó con gran deferencia, y Agripa se dirigió al acusado:

- Puedes hablar en defensa propia.

Pablo, que traía las manos encadenadas, levantó su derecha y empezó su exposición:

- Ante las acusaciones de los judíos, tengo la satisfacción de defenderme ante ti, rey Agripa, especialmente porque, como judío, eres experto en todo lo de nuestra religión.

Relató Pablo entonces su vida y la aparición del Señor ante las puertas de Damasco. Con tal convicción y tal unción hablaba, que arrancó a Festo esta broma:

- Estás loco, Pablo. Tanto estudiar te ha hecho perder la cabeza.

Pero Pablo replicó:

No estoy loco, ilustre Festo. Mis palabras son verdaderas y muy sensatas. El Rey entiende muy bien todo esto, y a él me dirijo con franqueza, pues todo esto no se desarrolló a escondidas. ¿Verdad, rey Agripa, que crees en Moisés y en los profetas? ¡Yo sé que crees!

Sí; el rey y la reina creían como judíos. Lo malo era, ¡pasmémonos!, que Agripa y Berenice vivían casados en unión incestuosa, siendo la comidilla de todo el pueblo. Entonces Agripa se vio precisado a responder, y lo hizo de manera evasiva y por compromiso, gastando también una broma como Festo:

- Por poco me convences a hacerme cristiano.
Pablo aprovecha la ocasión para responder contentísimo ante aquella asamblea, aunque gastando por su parte otra broma:

-Quiera Dios que por poco o por mucho, no sólo tú, sino todos los oyentes, fueran hoy lo que soy yo, ¡menos estas cadenas!...

Todos ríen ante la ocurrencia de Pablo. Y todos comentaban al retirarse:

- Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel.

Agripa fue aún más explícito con Festo:

-Podría Pablo haberse marchado libre si no hubiera apelado al Emperador.
Pero ya no había remedio. El derecho romano exigía la comparecencia de Pablo en los tribunales de Roma.

¡Qué bien ha jugado Dios a favor de Pablo, y cómo ha dejado fuera de combate a sus perseguidores los judíos!

“Darás testimonio de mí en Roma!”, le había dicho Jesús.
“Irás a Roma”, le dice ahora la autoridad.
Y Pablo se repite a sí mismo:

- ¡Por fin, podré ir a Roma! Se va a cumplir mi sueño dorado. Ya es conocido el Señor Jesús en aquella estupenda Iglesia, pero lo será mucho más en adelante. Desde allí podré llevar su nombre hasta el confín de la tierra. ¡Roma!...




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Meditación de Cuaresma:
Dios pone señales en nuestra vida







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Reflexionar sobre nuestra propia vida

Reflexionar sobre nuestra propia vida

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC



El tiempo de cuaresma, de una forma especial, nos urge a reflexionar sobre nuestra vida. Nos exige que cada uno de nosotros llegue al centro de sí mismo y se ponga a ver cuál es le recorrido de la propia vida. Porque cuando vemos la vida de otras gentes que caminan a nuestro lado, gente como nosotros, con defectos, debilidades, necesitadas, y en las que la gracia del Señor va dando plenitud a su existencia, la va fecundando, va haciendo de cada minuto de su vida un momento de fecundidad espiritual, deberíamos cuestionarnos muy seriamente sobre el modo en que debe realizarse en nosotros la acción de Dios. Es Dios quien realiza en nosotros el camino de transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la gracia.

La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben otra vez al cielo.

La acción de Dios en al Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos y a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.

La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.

Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.

Jesucristo, en el Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la Cuaresma, que es la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No basta la acción de la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye nuestra libertad, no sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo. Cristo nos pone guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la pasividad. Nos dice que tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia en nosotros, sin autosuficiencia y pasividad.

Contra la autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los paganos que piensan que con mucho hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice: “tienen que permitir que su corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a Dios Nuestro Señor. Porque Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que necesitas”. Pero al mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos toca actuar, hacer las cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios nos lo va pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero nosotros tenemos que actuar a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está en el Cielo. Este camino supone para todos nosotros la capacidad de ir trabajando apoyados en la oración.

Escuchábamos el Salmo que nos habla de dos tipos de personas: “ Los ojos del Señor cuidan al justo y a su clamor están atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio esta el Señor, para borrar de la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver así todo el trabajo espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy privilegiado. Si aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va realizando en el alma y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior un dinamismo de transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de vida; un dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del corazón. Si esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo que dice el Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.

¿Cuántas veces la angustia que hay en el alma, proviene, por encima de todo, de que nosotros queremos ser quien realiza las cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no somos nosotros, sino Dios? ¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al alma porque queremos dejarle todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner mucho de nuestra parte? Incluso, cuando a nosotros nos toca poner algo que nos arriesga, que nos compromete; algo que nos hace decir: ¿será así o no será así?, y sin embargo yo sé que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que sembrar.

Cuando el sembrador, tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a nosotros nos podría pasar que tenemos la semilla pero preferimos no enterrarla, preferimos no fiarnos de la lluvia, porque si falla, qué hacemos?

Sin embargo Dios vuelve a repetir: “ El Señor libra al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son las angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en esta Cuaresma permitir que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra que es capaz de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo, capaz de arriesgarse por Dios Nuestro Señor.



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El preso de Cesarea. Dos años interminables

66. El preso de Cesarea. Dos años interminables

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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¿Cómo dejamos a Pablo el día anterior, y cómo lo encontramos hoy? (Hch 22-24)
Bajo las escalinatas de la Torre Antonia, la chusma, azuzada por los dirigentes judíos, no cesaba de ladrar y aullar como una jauría de perros o una manada de lobos.

-¡Fuera de ahí! ¡Mátenlo! ¡Quita a ése de la tierra, pues no merece vivir! “Vociferaban, agitaban sus vestidos y arrojaban puñados de polvo al aire”.

El gobernador Félix no estaba en Jerusalén como Pilato en la Pascua de Jesús, sino en Cesarea, y toda la responsabilidad caía sobre el tribuno, que, en esta ocasión, va a actuar con decisión, pero con una gran imprudencia que podría costarle muy cara, y ordena:

-Lleven a este detenido al cuartel, y azótenlo para que confiese la verdad.

Así lo hizo el centurión. Y cuando ya tenía atado con correas a Pablo, éste pregunta:

-¿Les está permitido azotar a un ciudadano romano sin haberle juzgado?

El centurión corre de prisa al tribuno:

-¿Qué vas a hacer? Ese hombre es ciudadano romano.

El tribuno tiembla, porque le podía costar muy caro lo que ha hecho: atar con cadenas a un ciudadano romano y mandar azotarlo sin investigar, y más para sacar la verdad a base de golpes, lo cual iba contra la ley establecida por César Augusto. Así que habla con miedo:

-Pero, ¿tú eres romano? A mí me costó gran cantidad de dinero comprar la ciudadanía.
-Pues, a mí no me costó nada, porque la tengo de nacimiento.

Pablo no va a denunciar al procurador, pero éste se ve precisado a ir con mucho cuidado y trata con respeto a Pablo:

-Para averiguar la verdad, como es mi deber, ¿quieres acudir mañana ante el Sanedrín, y expones allí tu causa?

Así se convino, y Pablo, ante la asamblea judía, sabiendo que unos eran saduceos que niegan la resurrección, y otros fariseos que la admiten y la profesan, empieza su defensa con malicia refinada:

-Hermanos, yo me he portado con buena conciencia ante Dios hasta este día. Soy fariseo e hijo de fariseos, y estoy siendo juzgado aquí por predicar la esperanza en la resurrección de los muertos.

¡Dios santo!, la que se armó ahora entre los asambleístas, divididos entre sí y sin poder entenderse porque ninguno cedía en su opinión.

Los sumos sacerdotes y saduceos, que no creían ni en la resurrección ni en los ángeles ni en la vida eterna, gritaban:
-¡Es culpable!..

Y los escribas y fariseos, los creyentes:
-¡Este hombre es inocente! No encontramos nada malo en él. ¿Y si ha tenido una visión? ¿Y si se le ha aparecido un ángel de Dios?...
El tribuno, temiendo que iban a destrozar a Pablo, mandó que llegase la tropa:
-¡Pronto! Arranquen de ahí a ese hombre y llévenlo salvo al cuartel.

No ha acabado la aventura en Jerusalén.
Llegó la noche, y fue cuando Pablo tuvo aquella visión del Señor:

-¡Ánimo y no temas! Yo estoy contigo. Has dado buen testimonio de mí en Jerusalén, y después lo darás en Roma.

Los judíos, entre tanto, no daban su brazo a torcer:
-Este Pablo ha de morir…

Y cuarenta fanáticos, decididos a todo, se comprometen con juramento a no comer ni beber nada hasta haber matado a Pablo.
La cosa era demasiado grave. Y aunque la conjura era secreta, la noticia llegó a casa de una hermana de Pablo que vivía en Jerusalén.

El sobrino se presenta en el cuartel y es llevado a Pablo:

-Tío, mira lo que pasa. Son cuarenta los comprometidos bajo juramento que te quieren matar cuando vayas de nuevo ante el Sanedrín.

Pablo se da cuenta de la situación. Sabe que al tribuno lo tiene a su favor; llama entonces a uno de los centuriones, y le pide:
-Lleva a este jovencito al tribuno, pues tiene algo que decirle.

El tribuno vio que el muchachito le contaba la verdad, y dio orden a dos centuriones:

-Preparen doscientos soldados para ir a Cesarea, setenta de caballería y doscientos lanceros. Preparen también cabalgaduras para que monte Pablo con la escolta, y llévenle salvo al procurador Félix.

¡Hay que ver qué despliegue de fuerza!
Todo podía ser necesario ante el fanatismo de los judíos conjurados, y toda precaución era poca, pues se iban a apostar en el camino para apoderarse del aborrecido Pablo

A las nueve de la noche emprendían la marcha. El centurión llevaba una carta del tribuno para el procurador Félix, el cual se vio halagado con la deferencia que le hacía el tribuno. Trató con deferencia a Pablo al saber que era ciudadano romano, y le aseguró:

-Bien. Te oiré cuando estén presentes tus acusadores. De momento quedas custodiado en este mismo palacio de Herodes.

Vino la acusación de los judíos, que llegaron con abogado y todo, y también la defensa normal de Pablo. El procurador Félix, casado con Drusila, judía e hija del rey Agripa I, estaba muy al tanto de todo lo concerniente a Jesús, despidió a los judíos, dio largas al asunto, y retuvo a Pablo en prisión muy mitigada, con encargo expreso al centurión:

-Trátalo bien, déjalo tener alguna libertad y no impidas a ninguno de los suyos el visitarlo cuando quieran.

El procurador Félix hizo más. Al cabo de unos días mandó llamar a Pablo, y lo escuchó con Drusila acerca de la fe en Jesús.

Le resultaba todo muy interesante, hasta que Pablo llegó a un punto crítico, cuando habló “de la justicia, de la continencia, del juicio futuro”.

Félix, temblando de miedo, interrumpió cortésmente al prisionero:
-Muy bien, Pablo. Por ahora puedes marcharte. Cuando tenga mejor oportunidad te volveré a llamar.

Durante dos años, Félix siguió llamando con frecuencia a Pablo para conversar con él, aunque era por interés, como nos dicen los Hechos, porque esperaba sacar de Pablo buena suma de dinero, y además quería congraciarse con los judíos, a los que aseguraba:

-Estén tranquilos, que no lo suelto. Un día u otro será juzgado ante ustedes…

Pablo era el regalo que Félix dejaba a su sucesor Porcio Festo.

Y a nosotros nos deja la inquietud: ¿Qué ocurrirá con Pablo?...

Una cosa sabemos, que Pablo tiene la promesa del Señor:
-No te desanimes, porque iras a Roma.



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Meditación de Cuaresma:
Cuaresma camino de crecimiento espiritual





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La tentación de los panes

La tentación de los panes

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC

La primera tentación de Cristo, tal cómo nos la narra el Evangelio es la tentación de los panes. Cristo ha ido a hacer ayuno, un ayuno que realmente le prepare para su misión. Cristo ha ido a ejercitarse, por así decir, al desierto, y el demonio le llega con la tentación de los panes, que no era otra cosa sino decirle: déjate de cosas raras, se más realista, baja un poquito a la vida cotidiana. Es decir, materialízate, no seas tan espiritual. Es una tentación, que nosotros podemos tener en nuestra vida cuando llegamos a perder toda dimensión sobrenatural de nuestro ser cristianos. Es la tentación del querer hacer las cosas sin preocuparme si le interesan o no a Dios. Tengo un problema, y me digo: lo arreglo porque lo arreglo, y a veces olvidamos de la dimensión sobrenatural que tienen las dificultades.

Cristo ayuna y siente hambre como nos dice el Evangelio, y Cristo tiene que transformar el hambre en una palanca espiritual, en un momento de crecimiento interior. Ahí Cristo es tentado para decirle: No busques eso, no hace falta ese tipo de cosas, mejor dedícate a comer, mejor dedícate a trabajar. Es la tentación de querer arreglar yo todos los problemas.

Hay situaciones en las que no queda otro remedio sino ofrecer al Señor la propia impotencia por el sacrificio personal; hay situaciones en las que no hay otra salida más que la de decir: aquí está la impotencia, podríamos decir la impotencia santificadora. Cuando en nuestro trabajo personal sentimos una lucha tremenda en el alma, un desgarrón interior por tratar de vivir con autenticidad la vida cristiana, en esos momentos en los que a veces el alma no puede hacer otra cosa sino simplemente sufrir y yo me quiero sacudir eso, y no acepto esa impotencia y no la quiero ver, y no quiero tener ese“sintió hambre” en la propia vida, es donde aparece la necesidad de acordarse de que Cristo dijo: No sólo de pan, no sólo de los éxitos, no sólo de los triunfos, no sólo de consuelos, no sólo de ayudas vive el hombre, sobre todo vive de la Palabra que sale de la boca de Dios.

Tenemos que aprender como lección básica de la vida a iluminar todas nuestras dificultades con la Palabra de Dios, sobre todo aquellas que no podemos resolver, porque a veces podríamos olvidar que Dios Nuestro Señor va a permitir muchas dificultades, muchas piedras en la vida precisamente para que recordemos que la Palabra de Dios es la fuente de nuestra vida espiritual. No los consuelos humanos, no los éxitos de los hombres. A veces Dios nos habla en la oscuridad, a veces en la luz, pero lo importante es la vida del Espíritu Santo en mi alma. En ocasiones puede venir la tentación de querer suplir con mi actividad la eficacia de la fe en Dios, y podríamos pensar que lo que hacemos es lo que Dios quiere, cuando en realidad lo que Dios quiere es que en esos momentos esta situación no vaya por donde tu estás pensando que debe de ir, Yo me pregunto: una dificultad, un problema ¿lo transformamos a base de fe en un reto que verdaderamente se convierta en eficacia para el reino de Cristo? No pretendamos arreglar los problemas por nosotros mismos, preguntemos a Dios. ¿Sé yo vencer con la Palabra de Dios? ¿O caigo en la tentación?

Después, dice el Evangelio, lo llevó a un monte alto donde se veía todos los reinos de la tierra. Cristo es tentado por segunda vez para que su misión se vea reconocida por los hombres para que obtenga un éxito humano y todos vean su poder. Sin embargo el poder que les es ofrecido no es el que tiene Dios sobre la Creación, sino es el poder que viene de haber vendido la propia conciencia y la propia vida al enemigo de Dios. “Todo esto lo tendrás si postrándote me adoras”, no es el poder que nace de haber conquistado el reino de Cristo, es el poder que nace de haberse vendido. A veces este poder se puede meter sutilmente en el alma cuando pierdes tu conciencia en aras de un supuesto éxito. Es el poder que viene de haber puesto la propia vida en adoración a los que desvían de Dios el final total de las cosas, el uso de las criaturas para la propia gloria y no para la gloria de Dios. La tentación de querer usar las cosas para nuestra propia gloria y no para la gloria de Dios es sumamente peligrosa, porque además de que nuestro comportamiento puede ser incoherente son lo que Dios quiere para nosotros, lo primero que te desaparece es el sentido crítico ante las situaciones. ¿Por qué? Porque estas vendido a los criterios de la sensualidad, y quien está vendido no critica.

Cuando nuestra conciencia se vende, cuando nuestra inteligencia y nuestra voluntad se vende dejan de criticar y todo lo que les den les parece bueno. ¿A quién me estoy vendiendo? Cada uno recibe su vida, sus amistades, sus personas, su corazón, su conciencia. ¿Dónde me encuentro sin el suficiente sentido crítico, para salir de una situación cuando contradices mi identidad cristiana?, porque ahí me estoy vendiendo, ahí estoy postrándome a Satanás aunque sean cosas pequeñas. ¿Dónde me he encadenado? ¿Hay en mi vida alguna tentación que no sólo me despoja del necesario sentido crítico ante las situaciones para juzgarlas sólo y nada más según Dios, sino que acaban sometiendo mis criterios a los criterios del mundo y por lo tanto, acaba cuestionando los rasgos de mi identidad cristiana?

Cuántas veces cuando vienen las crisis a la fe son por esta tentación; cuando nos vienen los problemas de que si estaré bien donde estoy o estaría mejor en otra parte, es por venderse a una situación más cómoda, aun lugar que no te exija tanto, un lugar donde puedas adorarte a ti mismo. Es triste cuando uno lo descubre en su propia alma y es triste cuando uno lo descubre en el alma de los demás.

Muchas veces es imposible penetrar en el alma porque ha perdido toda brújula, ha perdido todo el sentido crítico, ha perdido la capacidad de romper con el dinamismo del egoísmo, de la soberbia, de la sensualidad. Cuántos cambios podríamos tener de los que pensamos que ya no tenemos vuelta.

Por último, el demonio lleva a Cristo. La tentación del templo es en la que Cristo desenmascara con la autenticidad de su vida, con la rectitud de intención, con la claridad de su conciencia la argucia del tentador. Esta tentación tiene un particular peligro. Los comentaristas que han siempre enfrentado esta tentación piensan: qué gracia tendría el de tirarse del pináculo del templo y que los ángeles te agarrasen. La idea central de esto es una exhibición milagrosa. Un señor se sube a la punta del templo y lo están viendo abajo, se tira y de pronto unos ángeles le cogen y lo depositaren el suelo. Todo mundo daría gloria a Dios, todos se convertirían inmediatamente. Es la tentación que tiene un particular delito porque ofrece la conciliación entre las pasiones humanas de mi yo con el servicio a Dios, con la gloria que se debe al Creador.

Esta tentación que podríamos llamar de orgullo militantes es quizá la más sutil de todas. Es también la tentación que Cristo desenmascara en los fariseos cuando les dice: “les gusta ser vistos y admirados de la gente y que la gente les llame maestros... cuando oren no lo hagan como los hipócritas que oran en medio de las plazas para ser vistos por la gente, cuando oren enciérrate que tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. Con qué perspicacia Nuestro Señor conocía el corazón humano que se puede enredar perfectamente, incluso en medio de la vida de oración, con el propio orgullo y egoísmo. Revisemos bien nuestra conciencia para ver si esta tentación no se ha metido en nuestras vidas.

Recordemos que nuestra vida sólo tendrá un auténtico sentido cristiano en la medida en que aceptemos a Cristo vencedor de la tentación del pan, de los reinos y del templo.




Preguntas o comentarios al autor. Cipriano Sánchez LC


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