ARTICULOS DE LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA

mercoledì 5 agosto 2009

San Antonio de Padua


13 Junio



San Antonio de Padua




Presbítero y doctor de la Iglesia († 1231) Nació en Lisboa a finales del siglo XII. Primero formó parte de los canónigos regulares de san Agustín, y, poco después de su ordenación sacerdotal, ingresó en la Orden de los frailes Menores, con la intención de dedicarse a propagar la fe cristiana en África.



Sin embargo, fue en Francia y en Italia donde ejerció con gran provecho sus dotes de predicador, convirtiendo a muchos herejes.



Fue el primero que enseñó teología en su Orden. Escribió varios sermones llenos de doctrina y de unción. Murió en Padua el año 1231.






Oremos

Dios todopoderoso y eterno, que diste a tu pueblo un predicador insigne del Evangelio en San Antonio de Padua, y un intercesor eficaz que lo asistiera en sus dificultades, concédenos, por su intercesión, que seamos fieles a las enseñanzas del Evangelio y que contemos con tu ayuda en todas las adversidades. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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¿ Dios existe?

¿ Dios existe?

Sí, Dios existe. ¿ Y como se hace para demostrar que Él existe? Haciendo observar sus obras que nos rodean porque es él que ha hecho los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellos según está escrito: “Soberano Señor, tú eres el Dios que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Hechos 4:24).

Todas estas obras testimonian por sí solas de no haber llegadas a existir de propia cuenta, más bien de tener un Creador. La manera en que están hechas, su perfección, su belleza, etc. , testifica que ellas han llegado a existir por la mano de Alguien, y este Alguien es Dios, el Padre, por el cual son todas las cosas, y nosotros por su gloria. Por eso el Apóstol Pablo dice a los Romanos: “Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas …” (Romanos 1:19-20). Porque sus obras dan testimonio de su existencia, como también su poder, su perfección y su divinidad. Como cuando utilizamos una computadora, a ninguno de nosotros se nos ocurre la idea de decir: la computadora que utilizamos a llegado a existir por sí sola sin que nadie la haya idealizada y ensamblada, así es de la creación que nos rodea. Ella tiene a Alguien que la ha primero idealizada y luego creada, pero de la nada; a diferencia de todo lo que hace el hombre que lo realiza con materia ya existente. Las obras mismas que nos rodean saben de haber un Creador; Job nos dice: “Y en efecto, pregunta ahora a las bestias, y ellas te enseñarán; a las aves de los cielos, y ellas te lo mostrarán; o habla a la tierra, y ella te enseñará; los peces del mar te lo declararán también. ¿ Qué cosa de todas estas no entiende que la mano del Eterno la hizo?, En su mano está el alma de todo viviente, y el hálito de todo el género humano” (Job 12:7-10).

Parecerá increíble, mas si preguntamos a los animales o a la tierra como han llegado a existir ellos nos dirán que existen porque Dios los creó, sin embargo si hacemos la misma pregunta a algunos seres humanos ellos nos dirán que existen porque miles de millones de años atrás hubo una explosión en el universo de la cual se formó el sol, la luna, el mar etc. De donde con pasar el tiempo después de un proceso evolutivo a salido el hombre! En verdad estas personas creyéndose sabios se han vueltos necios, su inteligencia se ha oscurecida. No saben nada, no entienden nada. Quien no cree que Dios existe es un necio porque está escrito: “Dice el necio en su corazón: no hay Dios“ (Salmo 14:1) para agradar a Dios es necesario creer que él existe y que es el remunerador de aquellos que le buscan (Hebreos 11:6).

Hermanos en el Señor, continuemos entonces a creer que Él existe.

Y a ustedes que no creen en su existencia digo: arrepiéntanse de este vuestro pensamiento malvado y crean en Dios.






http://spagnolo.lanuovavia.org/spagnolo_faq_dio_01.htm


¿ Quién ha creado a Dios?

La respuesta es: nadie, porque Dios existe desde la eternidad, desde toda eternidad por lo cual nunca ha habido un inicio. Él mismo dice en su palabra: “Yo soy el primero y el postrero, y fuera de mí no hay Dios.” (Isaías 44:6). Y Moisés dice en una oración: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.” (Salmos 90:2)

Él es el Creador y nosotros seres humanos sus criaturas. Su existencia desde toda eternidad se tiene que aceptar por fe; y es una cosa cierta aunque no se comprenda. Nosotros estamos acostumbrados cuando hablamos al referirnos a personas y animales de usar las palabras nacer, morir, de un inicio y un final respecto a tantas cosas, mientras con respecto a Dios no se puede hablar de esta forma, Él vive en la eternidad, Él es el Dios de cada eternidad. Él era, es y será por siempre. Amen.

La Biblia dice que sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que exista, y que es galardonador de los que le buscan (Hebreos 11:6). Entonces hermanos continuemos a creer que Dios existe desde cada eternidad y que existirá por toda la eternidad, porque esto agrada a Dios.


http://spagnolo.lanuovavia.org/spagnolo_faq_dio_02.htm





¿ Se puede conocer a Dios?

La respuesta es sí, se puede conocer a Dios. Y la única manera de conocerle es por medio de Jesucristo, su Hijo amado, de hecho en el evangelio de Juan está escrito que el unigénito Hijo es el que lo ha hecho conocer (Juan 1:18). Solo por medio de Él se puede conocer a Dios, por medio de nadie más. Yo le he conocido por medio de su Hijo en el verano de 1983 mientras me encontraba en Inglaterra después de haber escuchado de Jesucristo bajo una carpa de evangelización me he arrepentido y he creído en Él obteniendo así la remisión de mis pecados y la vida eterna; fue entonces que conocí a Dios, su amor, su bondad. Esto es entonces lo que el hombre tiene que hacer para conocer a Dios, arrepentirse de sus pecados y creer en Jesucristo, que Él ha muerto en la cruz por nuestros pecados y ha resucitado el tercer día. Haciendo así llegará al conocimiento del solo y verdadero Dios y de su Hijo Jesucristo que ahora está sentado a su derecha en los cielos. Entonces a quien todavía no conoce a Dios, digo de parte de Dios: ‘humíllate delante de Dios, reconoces tus pecados delante de Él y sientas disgustos por ellos proponiéndote dejarlos para siempre, y cree en Jesucristo’. Te aseguro que en el mismo momento te sentirás una nueva criatura, una criatura que finalmente conocerá su Creador, su amor, y su bondad.


http://spagnolo.lanuovavia.org/spagnolo_faq_dio_04.htm



¿ Ha habido alguien que ha visto a Dios?



No, porque el apóstol Pablo dice que a Dios “ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1Timoteo 6:16). También Juan lo confirma cuando dice: “A Dios nadie le vio jamás” (Juan 1:18) y también: “Nadie vio jamás a Dios” (1Juan 4:12). Si una persona viera a Dios moriría porque cuando Moisés pidió a Dios de mostrarle su gloria, Dios le contestó: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre del Eterno delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún el Eterno: He aquí un lugar junto a mi, y tu estarás sobre la peña; Y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no verás mi rostro” (Éxodo 33: 19-23).

Solo Jesús ha visto a Dios Padre, de hecho un día dijo a los Judíos: “No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre” (Juan 6:46). Y también de otras palabras de Jesús, se aprende que también los ángeles han visto y ven a Dios; estas son las palabras de Jesús: “Cuidado de menospreciar alguno de estos pequeños; porque yo les digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mateos 18:10).



http://spagnolo.lanuovavia.org/spagnolo_faq_dio_05.htm

sabato 30 maggio 2009

Pentecostés



Pentecostés



Hechos: 1 1-2, 47

Capítulo 1

1

EN el primer tratado, oh Teófilo, he hablado de todas las cosas que Jesús comenzó á hacer y á enseñar,
2

Hasta el día en que, habiendo dado mandamientos por el Espíritu Santo á los apóstoles que escogió, fué recibido arriba;
3

A los cuales, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoles por cuarenta días, y hablándoles del reino de Dios.
4

Y estando juntos, les mandó que no se fuesen de Jerusalem, sino que esperasen la promesa del Padre, que oísteis, dijo, de mí.
5

Porque Juan á la verdad bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después de estos.
6

Entonces los que se habían juntado le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restituirás el reino á Israel en este tiempo?
7

Y les dijo: No toca á vosotros saber los tiempos ó las sazones que el Padre puso en su sola potestad;
8

Mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me sereís testigos en Jerusalem, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra.
9

Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fué alzado; y una nube le recibió y le quitó de sus ojos.
10

Y estando con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él iba, he aquí dos varones se pusieron junto á ellos en vestidos blancos;
11

Los cuales también les dijeron: Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.
12

Entonces se volvieron á Jerusalem del monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de Jerusalem camino de un sábado.
13

Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, y Juan y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, y Simón Zelotes, y Judas hermano de Jacobo.
14

Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos.
15

Y en aquellos días, Pedro, levantándose en medio de los hermanos, dijo (y era la compañía junta como de ciento y veinte en número):
16

Varones hermanos, convino que se cumpliese la Escritura, la cual dijo antes el Espíritu Santo por la boca de David, de Judas, que fué guía de los que prendieron á Jesús;
17

El cuál era contado con nosotros, y tenía suerte en este ministerio.
18

Este, pues, adquirió un campo del salario de su iniquidad, y colgándose, reventó por medio, y todas sus entrañas se derramaron.
19

Y fué notorio á todos los moradores de Jerusalem; de tal manera que aquel campo es llamado en su propia lengua, Acéldama, que es, Campo de sangre.
20

Porque está escrito en el libro de los salmos: Sea hecha desierta su habitación, Y no haya quien more en ella; y: Tome otro su obispado.
21

Conviene, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entró y salió entre nosotros,
22

Comenzando desde el bautismo de Juan, hasta el día que fué recibido arriba de entre nosotros, uno sea hecho testigo con nosotros de su resurrección.
23

Y señalaron á dos: á José, llamado Barsabas, que tenía por sobrenombre Justo, y á Matías.
24

Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál escoges de estos dos,
25

Para que tome el oficio de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por transgresión, para irse á su lugar.
26

Y les echaron suertes, y cayó la suerte sobre Matías; y fué contado con los once apóstoles.




Capítulo 2

1

Y COMO se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos;
2

Y de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados;
3

Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos.
4

Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron á hablar en otras lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen.
5

Moraban entonces en Jerusalem Judíos, varones religiosos, de todas las naciones debajo del cielo.
6

Y hecho este estruendo, juntóse la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar su propia lengua.
7

Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: He aquí ¿no son "Galileos todos estos que hablan?
8

¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en que somos nacidos?
9

Partos y Medos, y Elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia,
10

En Phrygia y Pamphylia, en Egipto y en las partes de Africa que está de la otra parte de Cirene, y Romanos extranjeros, tanto Judíos como convertidos,
11

Cretenses y Arabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
12

Y estaban todos atónitos y perplejos, diciendo los unos á los otros: ¿Qué quiere ser esto?
13

Mas otros burlándose, decían: Que están llenos de mosto.
14

Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó su voz, y hablóles diciendo: Varones Judíos, y todos los que habitáis en Jerusalem, esto os sea notorio, y oid mis palabras.
15

Porque éstos no están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día;
16

Mas esto es lo que fué dicho por el profeta Joel:
17

Y será en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Y vuestros mancebos verán visiones, Y vuestros viejos soñarán sueños:
18

Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
19

Y daré prodigios arriba en el cielo, Y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y vapor de humo:
20

El sol se volverá en tinieblas, Y la luna en sangre, Antes que venga el día del Señor, Grande y manifiesto;
21

Y será que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
22

Varones Israelitas, oid estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros en maravillas y prodigios y señales, que Dios hizo por él en medio de vosotros, como también vosotros sabéis;
23

A éste, entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y matasteis por manos de los inicuos, crucificándole;
24

Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible ser detenido de ella.
25

Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí: Porque está á mi diestra, no seré conmovido.
26

Por lo cual mi corazón se alegró, y gozóse mi lengua; Y aun mi carne descansará en esperanza;
27

Que no dejarás mi alma en el infierno, Ni darás á tu Santo que vea corrupción.
28

Hicísteme notorios los caminos de la vida; Me henchirás de gozo con tu presencia.
29

Varones hermanos, se os puede libremente decir del patriarca David, que murió, y fué sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta del día de hoy.
30

Empero siendo profeta, y sabiendo que con juramento le había Dios jurado que del fruto de su lomo, cuanto á la carne, levantaría al Cristo que se sentaría sobre su trono;
31

Viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fué dejada en el infierno, ni su carne vió corrupción.
32

A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
33

Así que, levantado por la diestra de Dios, y recibiendo del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.
34

Porque David no subió á los cielos; empero él dice: Dijo el Señor á mi Señor: Siéntate á mi diestra,
35

Hasta que ponga á tus enemigos por estrado de tus pies.
36

Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que á éste Jesús que vosotros crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo.
37

Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron á Pedro y á los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
38

Y Pedro les dice: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
39

Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.
40

Y con otras muchas palabras testificaba y exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.
41

Así que, los que recibieron su palabra, fueron bautizados: y fueron añadidas á ellos aquel día como tres mil personas.
42

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones.
43

Y toda persona tenía temor: y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles.
44

Y todos los que creían estaban juntos; y tenían todas las cosas comunes;
45

Y vendían las posesiones, y las haciendas, y repartíanlas á todos, como cada uno había menester.
46

Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y con sencillez de corazón,
47

Alabando á Dios, y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día á la iglesia los que habían de ser salvos.

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sabato 23 maggio 2009

OH, SÍ ESCUCHARAS LA VOZ DEL ESPÍRITU SANTO DE MIS DIEZ MANDAMIENTOS


VALAREZO

Sábado, 16 de mayo, año 2009 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador – Iberoamérica


(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)


OH, SÍ ESCUCHARAS LA VOZ DEL ESPÍRITU SANTO DE MIS DIEZ MANDAMIENTOS:


Si tan sólo hubieran estado atento a mis Diez Mandamientos, les decía
nuestro Padre celestial a la Casa de Israel, entonces su paz habría
sido como un río ancho y lleno de vida eterna para bendecir
grandemente sus vidas y de la humanidad entera, y su justicia
sobresaltaría como las olas del mar entre las naciones de toda la
tierra. Claramente, todo seria bendición para las familias de las
naciones, porque el mismo espíritu de paz y de justicia de nuestro
Padre celestial, por amor a su Jesucristo, saldría para bendecir
grandemente con amor y verdad al mundo entero, para que todo sea luz y
más no tinieblas, tinieblas por culpa de los que no le conocen a Él
aún tristemente.

Visto que, el no conocer al Padre celestial y a su Hijo amado en el
Espíritu Santo de su amor antiguo por Sus Mandamientos, en realidad,
es tiniebla en el corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la
niña de todas las familias de las naciones de la tierra; y esto es
peligroso, por no decir maldición. Porque cuando la gente muere en
pecado, muere en maldición eterna, por no haber honrado en su corazón
al Hijo de Dios, para que así el Espíritu Santo de la Ley sea
enriquecido grandemente en su alma, como Dios manda, para gloria y
honra infinita de su nombre santo, entonces el mismo hombre se
convierte en pecado eterno infelizmente.

En la medida en que, para esto inicialmente nuestro Padre celestial
crea al hombre en su imagen y conforme a su semejanza celestial, para
enriquecer el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos en su vida y en
la vida de todos los suyos, en toda su creación celestial. Pero cuando
el hombre muere en el pecado, de no haber honrado el Espíritu Santo de
su Ley viviente, por medio de su Hijo Jesucristo, entonces sus
problemas y demás pecados no terminan con su muerte, sino que se
empeoran, es decir, que comienzan con mayor fuerza que antes para
jamás terminar en la eternidad; y esto es el tormento eterno.

Y el pecador y así también la pecadora morirán en sus pecados, si
Jesucristo no es el Hijo de Dios en sus corazones, porque el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos no podrá jamás ser glorificado
grandemente en sus vidas en la eternidad; porque sólo el Señor
Jesucristo puede glorificar grandemente el Espíritu de la Ley, dentro
y fuera del hombre. De otra manera, no hay posibilidad alguna para
glorificar, exaltar, honrar y enriquecer el Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos no solamente en la vida del hombre, de la mujer, del niño
y de la niña de todas las familias de las naciones, sino también en la
tierra y en el paraíso.

Porque la verdad es que el pecado de Adán y Eva aún está en el
paraíso, y sólo Jesucristo lo puede borrar, es decir, si honramos y
enriquecemos nuestras vidas, por dentro y por fuera, con el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos, para que el pecado rebelde del paraíso
ya no nos aseche más, sino que muera para siempre. Ahora, sí en el
corazón del hombre hay tiniebla, por no conocer el Espíritu Santo de
amor y de justicia santa de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo, por Sus Mandamientos eternos, entonces no hay bendición
posible en su vida ni en la vida de ningún hombre, mujer, niño o niña
en toda la familia, pueblo o nación.

Cuando la realidad siempre ha sido que nuestro Padre celestial ha
deseado bendecir al hombre con todas las fuerzas de su corazón santo,
con todas las fueras de su alma bendita, con todas las fuerzas de su
vida gloriosa y con todos los poderes y autoridades sobrenaturales de
su nombre muy santo, por amor a su Jesucristo, ¡el Santo de Israel!
Ahora, para que el corazón, el cuerpo y alma viviente del hombre y de
la mujer comiencen a recibir estas grandes bendiciones antiguas de
nuestro Padre celestial y de su fruto de vida eterna del árbol de la
vida, entonces tenemos que enriquecernos del Espíritu Santo de Sus
Diez Mandamientos; por eso, Jesucristo es importante en nuestras vidas
de cada día.

Francamente, sin el Señor Jesucristo en nuestro diario vivir por toda
la tierra, entonces el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos no
podrá jamás ser enriquecido en nuestros corazones, en nuestros cuerpos
y almas vivientes, sino que viviremos por siempre, como Satanás y el
vaticano, burlándonos del Espíritu de la Ley divina, para maldición y
más tinieblas del mundo entero, por ejemplo. En realidad, en el día
que nuestro Padre celestial nos crea en sus manos con la ayuda idónea
de su Espíritu Santo, entonces nos creo con todas las fuerzas de su
amor santísimo, con todas las fueras de su alma gloriosa, con todas
las fuerzas de su vida santísima y sumamente feliz, en su imagen y
conforme a su semejanza celestial.

Y nos crea uno a uno como Él mismo, para que seamos exactamente como
su Hijo Jesucristo, lleno del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos,
sumamente honrados y perfectamente glorificados, para que no solamente
le sirvamos constantemente delante de su presencia santa, en su nombre
glorioso, sino también para que vivamos con Él infinitamente en la
eternidad de la felicidad celestial. Porque sólo el Hijo de David no
solamente escribió las primeras tablas de Los Diez Mandamientos con
sus propias manos heridas, sino que sólo él las puede glorificar
grandemente a cada hora de su vida gloriosa del cielo y también de su
vida milagrosa y sumamente intachable en todo Israel, para ponerle fin
al pecado de Adán y Eva.

Por esta razón, sólo el Espíritu bendito de nuestro Señor Jesucristo
nos puede dar constantemente y sin límite alguno todo el Espíritu
Santo, lleno de amor, gloria, maravillas, prodigios, milagros,
sanidades, riquezas, autoridades, alegrías y bendiciones sin fin, de
Los Diez Mandamientos totalmente glorificados en el paraíso y sobre
todo Israel, ¡gracias a su sangre infinitamente intachable y bendita!
Porque sólo la sangre bendita de nuestro Señor Jesucristo no solamente
fue derramada en las afueras del monte santo de Jerusalén, en Israel,
para fin del pecado y de todas las hostilidades del maligno en
nuestras vidas humanas, sino también en las afueras del reino
angelical, del paraíso y de La Nueva Jerusalén santa y bendita del
cielo.

Verdaderamente, sólo la sangre santificada de nuestro Señor Jesucristo
se derramo grandemente en las afueras del monte santo de Jerusalén,
sino también sobre el altar antiguo de nuestro Padre celestial en el
reino angelical, en el paraíso y en La Nueva Jerusalén grandiosa y
eterna del cielo; por ende, la sangre de nuestro Señor Jesucristo
reina fielmente para todos nosotros infinitamente. Es decir, que
ninguna de las sangres derramadas de los hombres y de los animales del
sacrificio temprano y tardío sobre de los altares de Israel jamás han
subido a la presencia santa de nuestro Padre celestial, para
derramarse también sobre su altar santísimo, como sólo la sangre de su
Hijo amado lo ha hecho, en su día y sin demora.

Y ésta sangre santísima del Gran Rey Mesías, derramada delante de
nuestro Padre celestial sobre su altar antiguo, no solamente cubre los
pecados de Adán y Eva, sino también de cada uno de todos nosotros, de
los que nacieron en el pasado, de los que hemos nacido en la presente
era, y de los que nacerán en las futuras generaciones venideras. Y
nuestro Padre celestial quiso que sea así no solamente con Adán y Eva
en el paraíso, al comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor
Jesucristo, sino también con todos nosotros, en nuestros millares, de
todas las familias de las naciones del mundo entero, comenzando con
Israel, como Dios manda, por supuesto.

Porque es la sangre del Gran Rey Mesías, la cual no solamente nos
limpia de todo pecado y tinieblas de Satanás, sino también que los
echa fuera y lejos de nosotros para siempre, para que nos presentemos
cada día y por siempre delante de su presencia santa como si jamás
hubiésemos pecado, ni mucho menos que hayamos nacido en él. Porque
todos los que nacen por voluntad humana y del vientre de la mujer,
entonces, por inicio, nacen bajo los poderes terribles del pecado y de
sus muchas maldiciones, para alejarnos de Dios y destruir nuestras
vidas en el fuego eterno del infierno—porque el Espíritu Santo de Los
Mandamientos no ha sido glorificado ni menos enriquecido en nuestras
vidas jamás.

Pero con la aceptación de la sangre bendita de nuestro Señor
Jesucristo en nuestras vidas de cada día, la cual no solamente vivió
en perfecta santidad en el cielo con los ángeles y en la tierra con
Israel, sino que también cumplió para glorificar grandemente el
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, algo que ni Moisés jamás pudo
lograrlo. Ahora, cuando nuestro Señor Jesucristo es aceptado,
incondicionalmente, sino sólo por el espíritu de fe en nuestro Padre
celestial y en nuestros corazones, entonces el Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos entra a nuestras vidas inmediatamente, para quedarse
para siempre con cada uno de todos nosotros, para jamás volverse a ir
de su lugar eterno de nuestras almas vivientes.

Es decir, también, que cuando nuestro Señor Jesucristo entra en
nuestras vidas para tomar asiento en el trono de nuestros corazones y
de toda nuestra vida humana, entonces no solamente el Espíritu Santo
de la Ley entra en nuestras vidas, sino que también podemos oír su voz
para que nos guíe cada día hacia toda verdad terrenal y celestial.
Porque el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos es el mismo Espíritu
de verdad, el cual nuestro Señor Jesucristo no sólo se lo prometió a
sus apóstoles y discípulos, como el Consolador que los guiaría día a
día a toda verdad siempre: sino que también se los dio a todos los que
creyeran en el, por su predicación y testimonios personales.

En otras palabras, el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos no sólo
se lo dio a Moisés para que Israel lo recibiese como los mandatos,
decretos y preceptos eternos de una base santa e intachable, para
vivir una vida gloriosa y libre de Satanás y de sus mentiras de
siempre, sino mucho más que esto aún. Nuestro Padre celestial le dio
el Espíritu Santo de Los Mandamientos a Israel y a la humanidad
entera, para que comenzaran a conocer la misma vida santa y sin maldad
alguna del Rey Mesías, para que no sólo Israel sino también todos los
demás, oyeran la voz del Espíritu de Dios y de su Rey Mesías cada día
y para siempre.

Es decir, también que nuestro Padre celestial le dio el Espíritu Santo
de Los Diez Mandamientos a Israel y así también a todas las naciones,
para que él les hablara cada día y cada noche de parte de Él y de su
Gran Rey Mesías, por su camino por el desierto, en Israel y hasta
siempre en la eternidad celestial. Ahora, si el Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos no te está hablando, como Dios manda, entonces esto
simplemente significa que el Rey Mesías, nuestro Salvador Jesucristo,
no está sentado en el trono de tu corazón y de toda tu vida, para que
nuestro Padre celestial te bendiga rica y grandemente con sus
bendiciones sin fin, del cielo y la tierra.

Es decir, que si tus enemigos reinan en tu vida, como Satanás y sus
ángeles caídos y demás malvados mentirosos, porque el Espíritu Santo
de Los Diez Mandamientos no te está hablando aún, como Dios manda,
entonces la muerte con sus maldiciones eternas reina, sin duda alguna,
no sólo en tu vida sino en la de los tuyos también, infelizmente. Pero
si el Gran Rey Mesías reina en tu vida, como el Hijo de David o como
el Señor Jesucristo, por ejemplo, el Santo de Israel, entonces la vida
eterna con todas sus ricas bendiciones reina grandemente en tu vida y
en la de los tuyos también, para gloria y honra del nombre muy santo
de nuestro Padre celestial.

Esto sólo podría significar en tu vida de cada día, que no solamente
la gracia y la misericordia infinita del amor santo de nuestro Padre
celestial, de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo de Sus
Mandamientos infinitamente glorificados y cumplidos en tu vida te
seguirán paso a paso y hasta aun más allá de la eternidad, sino mucho
más aún. Esto significa que también nuestro Padre celestial con los
poderes y autoridades sobrenaturales de su nombre sanador y de su
Espíritu Santo de su Ley viviente, pues a cada hora te colmara y sin
cesar jamás de grandes milagros, maravillas y de prodigios sin fin del
cielo y de la tierra, sin duda alguna, para que seas rico
infinitamente en tu Dios.

Porque la promesa de nuestro Señor Jesucristo para con sus discípulos
fue, de que si él era levantado al cielo, entonces le rogaría a
nuestro Padre celestial para que nos enviara la promesa de su Espíritu
Santo, el Espíritu de la verdad— (el Espíritu de la verdad es el
cumplimiento perfecto del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos en
el hombre). Ya que, éste Espíritu de Dios es el mismo Espíritu Santo
de todas las fuerzas de la verdad, de todas las fuerzas de la justicia
y de todas las fuerzas de la salvación y de la vida gloriosa e
intachable de Los Diez Mandamientos, para bien de Israel y de las
naciones de la humanidad entera, sin duda alguna.

Es decir, que si el Señor Jesucristo está en nuestros corazones, pues
entonces también está el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
infinitamente glorificado en nuestro espíritu humano, y esto es para
empezar a oír seriamente su voz cada día de nuestras vidas terrenales
y de nuestras nuevas vidas celestiales, por ejemplo, de La Nueva
Jerusalén santa y amada del cielo. Porque la verdad es que el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos vive para hablarnos, de parte de
nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida, cada día de nuestras
vidas humanas por toda la tierra y de La Nueva Jerusalén santa y
bendita del cielo, por ejemplo.

Ahora, si el Espíritu Santo de la Ley no te habla, después de haberla
guardado fielmente por muchos años, pues entonces no sólo será porque
no solamente no está cumplida y honrada en tu vida, sino porque aún no
has comido del fruto de la vida, por lo tanto, no eres digno de
ninguna de sus bendiciones saludables a tu alma viviente. Porque el
Espíritu Santo de la Ley ha querido hablarle al hombre de toda la
tierra, comenzando con Israel, desde el mismo día que fue tocada por
las manos de Moisés: pero como el espíritu humano del hombre es
rebelde hacia Dios y hacia su Hijo Jesucristo, el Cordero Inmolado,
pues entonces no les puede hablar, como Dios manda.

No es que no desee hablarles o bendecirlos con sus muchas y ricas
bendiciones del cielo y de la tierra, por los poderes sobrenaturales
de sus palabras y significados sagrados, sino porque el espíritu
humano del hombre es tan rebelde como Adán y Eva en sus días en contra
del fruto de vida eterna del paraíso, por ejemplo. Pero si el hombre
cambia su conducta hacia su Dios y su Rey Mesías, nuestro Señor
Jesucristo, entonces el Espíritu Santo se sentiría satisfecho con el
espíritu humano del hombre y de la mujer, para empezar a hablarles
libremente de todo lo que necesiten o tengan que saber, de parte de
nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida.

Porque la verdad es que el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
desea hablarle a cada hora del día y de la noche al hombre, a la
mujer, al niño y a la niña de todas las familias de las naciones de la
tierra, pero sólo por medio de la vida santísima de su Hijo amado,
¡nuestro Salvador Jesucristo! Dado que, sólo él puede impartirle al
hombre y a todo su espíritu humano no solamente todo el perdón eterno
de sus pecados de parte de nuestro Padre celestial, sino también todo
su amor, lleno de toda verdad, de toda justicia y de toda santidad
inmortal, como la misma santidad de nuestro Señor Jesucristo y de sus
millares de ángeles del cielo.

Y ésta santidad angelical de nuestro Rey Mesías es la que está
infinitamente llena de toda perfección, de toda sabiduría, poder e
inteligencia, además de muchas cosas más gloriosas y grandiosas, como
las que bendicen grandemente la vida del hombre con milagros y con
maravillas sin fin de cada día, no sólo en Israel sino también en las
naciones del mundo entero. Porque nuestro Señor Jesucristo fue clavado
sobre los palos secos de Adán y Eva, los primeros gentiles de la
humanidad entera, para no solamente recibir la sangre del perdón y de
la vida eterna de nuestro Señor Jesucristo, el árbol de la vida, sino
porque ésta era la única manera que podían ser redimidos para Dios una
vez más para la eternidad.

En otras palabras, Adán y Eva, una vez que rechazaron el fruto de la
vida al comer del fruto prohibido en el paraíso, entonces ya no podían
retractarse de lo que habían hecho; ellos ya no podían volver a tener
la oportunidad de recibir al Señor Jesucristo en sus vidas, es decir,
que no podían confesar a Jesucristo con sus labios. En el paraíso, una
vez que se rechaza al Señor Jesucristo, entonces ya no tienen una
segunda oportunidad para retractarse de su error o rebelión, para
recibir al Señor Jesucristo; este pecado es como el pecado
imperdonable hecho en contra del Espíritu Santo de Dios, por ejemplo.

Es más, esto fue lo que le sucedió a los ángeles caídos en sus vidas
celestiales, comenzando con Lucifer, por ejemplo, una vez que
rechazaron al Señor Jesucristo como su fruto de vida eterna, entonces
ya no tienen una segunda oportunidad para honrar al Señor Jesucristo,
como el Espíritu Santo de la Ley viviente, por ejemplo, delante de
nuestro Padre celestial. Por esta razón, una vez que Adán y Eva
pecaron, entonces tuvieron que no solamente salir del paraíso, porque
comenzaron a pecar y morir, sino que descendieron a vivir el resto de
sus días en la tierra con sus hijos e hijas, para vivir la crueldad y
la maldad del pecado, del pecado de no tener a Jesucristo en sus
vidas.

Pero aunque Adán y Eva pecaron, así mismo como los ángeles caídos, por
ejemplo, nuestro Padre celestial los ama tanto, que les dio una
oportunidad más para cumplir el Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos en sus vidas y en la vida de sus retoños, recibiendo a su
Hijo Jesucristo en sus corazones, con tan sólo invocar su nombre
santísimo. Adán y Eva, después de muertos por muchos años, tuvieron la
oportunidad una vez más, como en el paraíso, de comer del fruto del
árbol de la vida, Jesucristo: pero esta vez lo recibieron con espinas
sobre el Moriah con Abraham e Isaac y finalmente con clavos sobre el
monte santo en las afueras de Jerusalén, para fin del pecado.

Sólo así Adán y Eva pudieron no solamente recibir por fin el Espíritu
cumplido de la Ley divina, algo que tenían que hacer en el paraíso
inicialmente, con sólo comer del fruto del árbol de la vida, sino que
fue clavado a sus pies y a sus manos la única verdad celestial de Dios
y de su Hijo Jesucristo, para la eternidad. Así pues, cada hombre,
mujer, niño y niña de todas las naciones de toda la tierra, comenzando
con Israel, tenia que recibir con clavos “la verdad infinita” de
nuestro Padre celestial y de su Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos, ¡nuestro Señor Jesucristo!

Mejor dicho, para que el Espíritu Santo de la Ley viva, infinitamente
cumplido en la vida del hombre, al no poder honrarla y cumplirla
justamente para gloriarla grandemente delante de nuestro Padre
celestial, pues la solución simplemente era clavarla en su corazón, en
su cuerpo, en su alma y en su espíritu humano con clavos de la vida
misma de Jesucristo. De otra manera, no solamente el Espíritu Santo de
la Ley de Dios jamás podía cumplirse ni menos honrarse en sus vidas,
sino que no habría jamás amor, ni verdad, ni justicia, ni santidad, ni
perfección, ni mucho menos vida de felicidad y de paz alguna en Adán
ni en ninguno de los suyos para siempre, en toda la tierra.

Seriamente, sin nuestro Jesucristo viviendo en nuestros corazones con
su sangre resucitada en el tercer día y sumamente santificada en los
poderes sobrenaturales del Espíritu Santo de la Ley cumplido, entonces
no solamente no podemos volver a nacer para la vida angelical, sino
que jamás podremos ser hijos de Dios, ni tampoco regresar al paraíso
ni entrar a la Jerusalén celestial. Es decir, que para nuestro Padre
celestial y así también para sus ángeles, arcángeles, serafines,
querubines y demás seres seráficos, sin Jesucristo viviendo en
nuestros corazones y vidas terrenales, no solamente no hemos cumplido,
ni menos glorificado, el Espíritu Santo de la Ley divina, sino que la
seguimos maltratando como Satanás y como el vaticano siempre lo han
hecho, por ejemplo.

Y nuestro Padre celestial no desea ver al Espíritu Santísimo de Sus
Diez Mandamientos sufrir el maltrato y deshonra de Satanás y de los
malvados de la historia religiosa de las naciones del mundo, sino todo
lo contrario; nuestro Padre celestial desea ver las tablas de Sus
Mandamientos escritas en nuestros corazones con la misma vida
intachable de su Jesucristo únicamente. Para que entonces su Espíritu
Santo de su Ley viviente no solamente nos hable, como él sólo lo sabe
hacer al corazón y alma viviente del hombre, de la mujer, del niño y
de la niña de todas las familias de las naciones, sino que también nos
llene de sus muchas y gloriosas bendiciones sin fin de cada día.

Oh, si únicamente atendieras al Espíritu Santo de Mis Diez
Mandamientos, le decía nuestro Padre celestial a los hebreos antiguos,
entonces tu paz correría como un río caudaloso, lleno de vida eterna
para la humanidad entera, y tu justicia entre las naciones seria tan
viva como las olas del mar para hacer sobresaltar el amor y la verdad
celestial para siempre. Nuestro Padre celestial tenía en su corazón
santo y en su mente gloriosa: glorificar grandemente el Espíritu Santo
no solamente de Sus Diez Mandamientos, sino también a quien los
cumpliría grandiosamente para glorificarlos no solamente en su vida
mesiánica en todo Israel para siempre para salud y para vida eterna,
sino también en el espíritu humano de todas las naciones.

(En verdad, nuestro Padre celestial planeaba hacer grandezas en Israel
y sobre las naciones de toda la tierra, pero Israel tenia su corazón
en otras cosas y más no en el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos
para cumplirlos y honrarlos cabalmente en su vidas, obedeciendo así al
Ángel del SEÑOR de todos los tiempos, ¡el Gran Rey Mesías celestial!
Porque el Gran Rey Mesías siempre estuvo con ellos, así como el
Espíritu Santo de la Ley viviente, por ejemplo, pero sin jamás hacerle
caso en todas las cosas que nuestro Padre celestial les enseñaba con
sus milagros y maravillas sobrenaturales, para que le obedecieran y le
siguieran día a día fielmente hasta entrar a la vida eterna del cielo.
Hoy, nuestro Padre celestial sigue buscando de Israel, lo mismo de
siempre, que el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos sea
infinitamente honrado y por fin glorificado en sus corazones, pero
únicamente con la sangre del pacto eterno (la cual se derramo en su
día sobre su altar celestial, desde la cima santa, en las afueras de
Jerusalén, para todas las naciones).

En la medida en que, el obedecer al Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, en sí, es mayor que todos los sacrificios juntos y de
sus sangres derramadas por tierra, de los cuales todo Israel emprendió
desde su inicio delante de nuestro Padre celestial y de su Gran Rey
Mesías, ¡nuestro Salvador Jesucristo! Por lo tanto, el corazón del
hombre que obedezca a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo,
entonces está obedeciendo fielmente al Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, para que sea glorificado grandemente en su vida y en la
de los suyos también cada día por la tierra y así también para la
nueva eternidad venidera.

O también podríamos decir, de que todo aquel que obedece fielmente en
su corazón al Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos de nuestro Padre
celestial, en verdad, tiene al Gran Rey Mesías viviendo ya en su vida
de cada día, para honrar y complacer por siempre a la voluntad santa
de su Hacedor y Fundador de su vida, ¡nuestro Padre celestial! Porque
nuestro Padre celestial jamás dará por inocente a todo aquel que no
acepte en su corazón a su Hijo amado, el Hijo de David, no sólo para
cumplir su voluntad santa y gloriosa de la vida eterna de su Ley
intachable de La Nueva Jerusalén santa e infinitamente honrada del
cielo, sino que no podrá ser llamado su hijo jamás.

Entonces todo aquel que no se convierte en su hijo al aceptar a su
Jesucristo en su corazón, como su único y suficiente salvador, pues,
no solamente no podrá volver a nacer jamás del Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos, sino que su nombre será borrado del libro de la
vida (es decir, sí es que está escrito en él aún). Porque la verdad es
que todo aquel que nace en la tierra, nace con su nombre escrito en el
libro de la vida del cielo; podemos recordar que nuestro Señor
Jesucristo les dijo a sus apóstoles, por ejemplo: Dejen que los niños
vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos.

Sin embargo, si no aceptan al Señor Jesucristo como su Salvador
personal de sus almas vivientes, por una razón u otra, entonces sus
nombres son borrados del libro del cielo, por su culpa, por su pecado,
de no tener el Espíritu Santo de Los Mandamientos glorificados y
cumplidos en sus vidas, por medio de la vida mesiánica de Jesucristo.
Porque sólo los que aman a nuestro Padre celestial y a su Espíritu
Santo de Sus Diez Mandamientos, por medio del pacto eterno del
espíritu de la sangre y de la vida gloriosa y santísima del Hijo de
David, podrá mantener su nombre escrito en el libro de la vida.

De otra manera, sin el Señor Jesucristo viviendo en su corazón, como
Dios manda, no podrá retener su nombre en el libro de la vida, sino
que será borrado; porque su nombre ahora está perdido entre las llamas
eternas del fuego eterno del infierno, por haber deshonrado en su vida
al dador de la vida eterna, ¡nuestro Señor Jesucristo! Por eso,
siempre es bueno invocar el nombre bendito de nuestro Señor Jesucristo
cada día de nuestras vidas por toda la tierra, para que nuestro Padre
celestial junto con su Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos y sus
huestes angelicales en el reino celestial se sientan profundamente
complacidos con cada uno de nosotros, para que sus bendiciones se
cumplan sin demora.

Puesto que, nuestro Padre celestial crea inicialmente a su Nueva
Jerusalén santa y gloriosa del cielo, para que viva con Él todo
hombre, mujer, niño y niña de todas las naciones redimidas, pero
siempre llenos del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos,
infinitamente cumplidos en la vida gloriosa de su Hijo Jesucristo en
Israel, para bien eterno de toda la tierra. Porque la tierra tiene que
ser bendecida grandemente con nuevos cielos y con nueva vida eternal
por nuestro Padre celestial y por el Espíritu cumplido de Sus
Mandamientos, pero sólo si el hombre y la mujer honran en sus vidas al
Señor Jesucristo, como su único y suficiente salvador de sus almas
vivientes; si no, no hay bendición para la tierra jamás.

Por ello, la predicación santa de cada día de los profetas de la
antigüedad y de los hijos e hijas de Dios de hoy en día, por ejemplo,
por toda la tierra, tiene que continuar, para que las gentes sean
perdonadas y sanadas de sus pecados y de los ángeles caídos que atacan
continuamente sus vidas, sin misericordia ni tregua alguna. Porque
cuando los ángeles caídos atacan al hombre y a la mujer de toda la
tierra, en verdad, están atacando al Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos, para que jamás sea honrado, ni menos exaltado en sus
vidas, por los poderes sobrenaturales de su árbol de la vida, ¡nuestro
Salvador Jesucristo!

Pero cuando nuestro Señor Jesucristo es recibido en el corazón del
hombre, de la mujer, del niño y de la niña de toda la tierra, entonces
el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos es infinitamente honrado y
glorificado grandemente en sus vidas; por tanto, esto alegra
grandemente a nuestro Padre celestial y a sus huestes angelicales en
el cielo. Porque siempre nuestro Padre celestial ha manifestado desde
el cielo su gratitud hacia su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo,
señalándolo a través del cielo azul de Israel, para decirle al mundo
entero de naciones: Éste es mi Hijo amado en quien tengo
complacencia.

Sólo a él oigan y hagan por siempre todo lo que les ordene hacer, para
bendición de sus vidas y para gloria y honra de mi nombre santo, el
cual le di para bendecir a Israel y a las naciones en la tierra y en
la eternidad venidera para siempre, del nuevo reino venidero. En
verdad, desde el día que Moisés recibió las primeras tablas de Los
Diez Mandamientos, nuestro Padre celestial por vez primera vuelve a
darnos su voz desde el cielo azul de Israel, para hablarnos con su
corazón lleno de gozo y gran felicidad, porque el Espíritu Santo de su
Ley viviente ha sido honrado al fin en todo Israel.

Y esta vez nuestro Padre celestial nos habla desde lo alto del monte,
para decirle a sus siervos antiguos como Moisés, Elías, Juan, Pedro y
en fin a todos sus discípulos y las familias de todas las naciones, de
que por fin se sentía complacido con su espíritu humano, gracias a su
Jesucristo, el único cumplidor posible de la Ley divina. Hoy en día,
cuando nuestro Padre celestial es alegre en el cielo, entonces es
porque el hombre y la mujer de la tierra están honrado el espíritu de
la sangre y de la vida gloriosa de su Hijo amado en sus corazones,
quien, sin escatimar su propia vida santísima, ha honrado y exaltado
grandemente el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos.

Y si nuestro Padre celestial es alegre en el cielo, por nuestras
buenas acciones y fe, en el nombre bendito de su Hijo Jesucristo,
entonces su Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos nos concederá,
enseguida, cada una de sus asombrosas bendiciones de milagros y
maravillas cada día, para sanar nuestras vidas y nuestras tierras
también, escapándose por milagro de todo peligro. Por eso, es bueno
tener al Señor Jesucristo en nuestros corazones por amor a la tierra,
para que Sus Mandamientos no solamente sean cumplidos en nuestras
vidas, sino también glorificados grandemente, para que nuestro Padre
celestial esté alegre en el cielo con sus ángeles y así nos envié más
de sus ricas bendiciones, para enriquecer nuestras vidas y la tierra
también.

(Hoy, si deseas complacer grandemente en tu corazón y en toda tu vida
también a nuestro Padre celestial que está arriba, entonces tienes que
hacer lo que es su voluntad más santa para ti, y esto es de recibir en
tu corazón, antes hoy que mañana, a su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, como tu único y suficiente salvador.) Porque el recibir al
Señor Jesucristo en tu corazón, cumples con la voluntad perfecta del
la Ley viviente, para llenar tu vida de cada una de sus muchas y ricas
bendiciones eternas, de milagros y de maravillas, para no solamente
enriquecer tu vida sino también la de los tuyos y de tus amistades, en
todos los lugares de toda la tierra.

Y sólo así finalmente nuestro Padre celestial ha abierto desde ya, una
era totalmente nueva de vida y de salud eterna para Israel y para la
humanidad entera, de todos ellos que lo aman a él en el espíritu y en
la verdad celestial del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos
cumplidos, el Hijo de David, ¡nuestro único Salvador Jesucristo! En la
medida en que, fuera de Jesucristo, el Espíritu Santo no tiene a otro
Rey Mesías ni salvador para nuestras vidas, en esta vida ni en la
venidera tampoco, eternamente y para siempre, del paraíso, de la
tierra y de la nueva vida eterna de La Nueva Jerusalén santa y colosal
del cielo.

En realidad, ha sido sólo nuestro Señor Jesucristo, como el Hijo de
David, quien realmente ha entrado y salido del Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos para ponerle fin al pecado y así por fin darnos
bendiciones, salud y todas las riquezas de la vida eterna, en la
tierra y en el paraíso y para siempre en la eternidad venidera. Por
esta razón, nuestro Padre celestial llama inicialmente a Adán y Eva a
comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo: porque
sólo él no solamente escribe con el Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos nuestra salvación y nuestra justificación delante de
nuestro Padre celestial, sino que también sólo él puede seguir
glorificándolo progresivamente en nuestros corazones para siempre.

Y esto es de glorificarlo grandemente en la vida de los ángeles,
arcángeles, serafines, querubines y demás seres muy santos del cielo,
por ejemplo, y así también de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, para que las mentiras de Satanás mueran para
siempre, en el paraíso y así también en todas las naciones de la
tierra. Porque nuestro Señor Jesucristo no sólo nació del vientre
virgen de una de las hijas de David, por los poderes sobrenaturales
del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos para fin del pecado y
salvación de Israel y de la humanidad entera, sino también para
purificar los lugares celestiales; porque sólo Jesucristo puede
limpiar el cielo y la tierra de todo pecado.

Además, nuestro Señor Jesucristo es todopoderoso en el cielo y en la
tierra en contra de todo pecado, de toda mentira, de toda maldad, de
toda infamia, de toda calumnia de Satanás y de sus ángeles caídos en
el corazón rebelde de todos los malvados, de toda la tierra; sólo
nuestro Señor Jesucristo nos limpia diariamente, de las maldades
infernales. De otra manera, nuestro Padre celestial no solamente jamás
podría ponerle fin al pecado en el reino de los cielos, en el paraíso,
en la tierra y hasta en el mismo infierno y en el lago de fuego, por
ejemplo, sino que tampoco jamás podría realizar su sueño de una nueva
Jerusalén angelical, llena de vida eterna para la humanidad entera.

Fue por esta razón que nuestro Padre celestial inicialmente escogió la
tierra prometida de Israel, para no solamente cumplir con el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos, sino también para ponerle fin al
pecado no solamente de Adán y Eva, sino también de cada uno de sus
hijos e hijas, en sus millares, de todas las familias de las naciones
de toda la tierra. Y así nuestro Padre celestial podría empezar a
bendecir no solamente cada hombre, mujer, niño y niña de la Casa de
Israel de todos los tiempos, sino también a cada una de las familias
de las naciones con el espíritu de paz y verdad que emanan del
Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos grandemente glorificados en el
árbol de la vida.

Y éste árbol de la vida, no solamente es del paraíso originalmente,
sino también de Israel y de La Nueva Jerusalén santa y gloriosa del
cielo, en donde todo es paz, amor, verdad y justicia eterna para los
que aman a Dios, en el espíritu y en la verdad gloriosa de la vida
santísima y sumamente glorificada de su Hijo Jesucristo. Además, el
único lugar en donde Satanás jamás ha pisado, ni mucho menos sus
mentiras han tocado su vida santa y sumamente gloriosa, como toco la
vida del reino angelical, el paraíso y la tierra del hombre: en
verdad, ha sido únicamente La Nueva Jerusalén santa y perfecta del
cielo; y, presentemente, nuestro Padre celestial desea mantenerla así,
para la eternidad.

Por eso, nuestro Padre celestial no solamente llama a Adán y Eva a
comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo, el
Espíritu Santo de la perfecta vida eterna de La Nueva Jerusalén
celestial, sino que también llama a cada uno de sus retoños, como tú y
yo hoy en día, para que ascendamos al cielo desde hoy. Pero esta vez
tenemos que regresar a nuestras verdaderas vidas del paraíso llenos
del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, infinitamente
glorificados en la vida de nuestro Señor Jesucristo, el único árbol de
la vida de esta nueva vida santa y eterna del nuevo reino sempiterno
de nuestro Padre celestial, su Espíritu Santo, sus ángeles y su
humanidad entera.

De otra manera, sin el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
infinitamente glorificados en la vida de nuestro Señor Jesucristo,
entonces nadie podrá jamás entrar a la vida santa y sumamente gloriosa
de La Nueva Jerusalén celestial, libre de toda mentira, prometida
inicialmente a Abraham y a sus descendientes de naciones sin fin de
toda la tierra, comenzando con Israel, por supuesto. Por esta razón,
el Espíritu Santo siempre les manifestó a los siervos de nuestro Padre
celestial que nadie impuro podría jamás no solamente presentarse
delante su presencia santa en la tierra o en el paraíso, sino que
tampoco podría entrar a La Nueva Jerusalén gloriosa del cielo; ésta es
una tierra infinitamente sagrada, jamás conocida ni menos tocada por
Satanás.

De un modo u otro, nada sucio jamás entrara en esta ciudad celestial
de nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida eterna para
siempre, sólo los que aman a nuestro Padre celestial en el Espíritu
Santo de Sus Diez Mandatos gloriosos, infinitamente honrados y
exaltados en la vida bendita de su Hijo amado, ¡nuestro Señor
Jesucristo! Es más, en ésta ciudad celestial del más allá, Satanás
desearía entrar en ella y así también cada uno de sus ángeles caídos y
hasta los malvados y mentirosos de siempre de toda la tierra, pero no
podrá entrar en ella jamás; porque nada sucio la podrá tocar, ni menos
contaminar, para siempre.

Es decir, que Satanás ni ninguna de sus mentiras jamás ha entrado en
ella, desde el día de su creación, millones de años atrás, y hasta
nuestros días: no obstante, sólo los que aman a nuestro Padre
celestial, por medio de su Hijo amado, entraran en ella por fin, para
encontrarse con su verdadera vida celestial, por vez primera. Por eso,
nuestro Padre celestial desea que comamos y bebamos de su fruto de
vida eterna, nuestro Señor Jesucristo, para que nuestra carne ya no
sea la carne rebelde a Jesucristo de Adán y Eva, y que bebamos siempre
de la sangre bendita de la copa de vida eterna también, porque es
verdadera bebida para no tener sed jamás.

Y, además, para que nuestra vida, por los poderes sobrenaturales del
Espíritu de vida y de salud eterna de su sangre viviente, ya no sea la
de Satanás en la que nacimos en el mundo, sino la de su Hijo
Jesucristo, el árbol vivo de Los Diez Mandamientos infinitamente
glorificados, en la que volvimos a nacer—pero esta vez—en el paraíso.
Porque así como nuestro Señor Jesucristo tuvo que nacer como el Rey
Mesías, o el Hijo de David, por los poderes sobrenaturales del
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos del vientre virgen de la hija
de David; así pues también cada uno de nosotros.

Y esto es comenzando con Adán y Eva clavados con el cuerpo santísimo
del Cordero Escogido de Dios sobre los palos antiguos sobre la cima de
la roca eterna, en las fueras de Jerusalén, para volver a nacer aún
muertos ya por muchos años atrás: pero esta vez renacieron sólo por
los poderes sobrenaturales del Espíritu cumplido de la Ley viviente. Y
ésta es una vida sumamente gloriosa y, a la vez, llena del Espíritu
Santo del cumplimiento honrado y sumamente glorificado de Los Diez
Mandamientos en la vida santísima de nuestro Señor Jesucristo y así
también de Adán y de cada uno de sus retoños, comenzando con Eva, su
esposa, por ejemplo, para vivir por fin la grandiosa vida eterna del
cielo.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su Jesucristo
es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre celestial, de todo corazón, en el
nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras
almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y
honra a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el
cielo, también, para siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo
amado, nuestro Señor Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y noche,
(Deuteronomio 27: 15-26):

“‘¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen de
fundición, obra de mano de tallador (lo cual es transgresión a la Ley
perfecta de nuestro Padre celestial), y la tenga en un lugar secreto!’
Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su madre!’ Y
todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad de su
prójimo!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!’ Y todo el pueblo
dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del huérfano y de
la viuda!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre, porque
descubre la desnudes de su padre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier animal!’ Y todo
el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su padre o hija
de su madre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que se acueste con su suegra!’ Y todo el pueblo dirá:
‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte a su
semejante, sin causa alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente, sin causa
alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley, poniéndolas por
obra en su diario vivir en la tierra!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la
verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la
omnipotencia de Dios no obre en tu vida, de acuerdo a la voluntad
perfecta del Padre celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto
tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos termine,
cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los ídolos
con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día y noche entre
las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber desobedecido a
la Ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos estos males está
aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en
Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas los
males, enfermedades y los tormentos eternos de la presencia terrible
de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales en tu vida y en
la vida de cada uno de los tuyos también, para la eternidad del nuevo
reino de Dios. Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en
día honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus
ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada
palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de bendición
terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad, cada señorío, cada
majestad, cada poder, cada decoro, y cada vida humana y celestial con
todas de sus muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y
de la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y de su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las
naciones!

SÓLO ÉSTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu
corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la
tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde
los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del
reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: “No tendrás otros dioses delante de mí”.

SEGUNO MANDAMIENTO: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás
culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la
maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la
cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia
por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos”.

TERCER MANDAMIENTO: “No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios,
porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano”.

CUARTO MANDAMIENTO: “Acuérdate del día del sábado para santificarlo.
Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será
sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni
tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el
forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová
hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del sábado y
lo santificó”.

QUINTO MANDAMIENTO: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días
se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da”.

SEXTO MANDAMIENTO: “No cometerás homicidio”.

SEPTIMO MANDAMIENTO: “No cometerás adulterio”.

OCTAVO MANDAMIENTO: “No robarás”.

NOVENO MANDAMIENTO: “No darás falso testimonio en contra de tu
prójimo”.

DECIMO MANDAMIENTO: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo”.

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos
males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos,
también. Hazlo así y sin más demora alguna, por amor a la Ley santa de
Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos
desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú
no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los
tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los días
de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día de hoy.
Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino que
sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en cada
una de sus muchas familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos
juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia
santa del Padre celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras
almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de
tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu
reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la
tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos
metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque sí perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y
la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ”.
Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y
su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer
día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu
vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁS TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL
SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un
pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su
SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi
pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi
SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Sí tu respuesta fue Sí, entonces esto es solo el principio de una
nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios,
orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El
ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en
un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema
autoridad. Habla de Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de
Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender más de Jesús y de su
palabra sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en
gran cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata
a tu barrio, entonces visita a las librerías cristianas con
frecuencia, para ver que clase de libros están a tu disposición, para
que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que
te goces en la verdad del Padre celestial y de su Hijo amado y así
comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de
Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es
la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la
tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras
almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: “Vivan
tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén”. Por causa de mis hermanos y
de mis amigos, diré yo: “Haya paz en ti, siempre Jerusalén”. Por causa
de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la tierra:
imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de
Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que
respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso!
Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de
todo corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y loor
al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas, como antes y
como siempre, para la eternidad.


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domenica 10 maggio 2009

Dignos hijos de tal Madre


Dignos hijos de tal Madre

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Marcelino de Andrés LC



Allá por el principio de todos los tiempos, un ángel particularmente avispado y vivaracho merodeaba curioso muy cerca de donde la Santísima Trinidad estaba reunida en consejo. Se detuvo aguzando sus “sentidos” y quedó enganchado por la curiosidad ante lo que allí se estaba planeando.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con encendida ilusión y haciendo pleno uso de su infinita sabiduría, omnipotencia y amor, se daban a la tarea de idear el proyecto creatural más sublime y excelso que iba a salir de sus manos divinas.

Tendrá una mirada limpia e intuitiva como la de los ángeles, pues su alma será tan pura como ellos; y sus ojos serán verdaderas ventanas al cielo, porque cielo será toda su alma.

Su sonrisa lucirá irresistiblemente contagiosa, como trasparencia de una felicidad interior plena y auténtica.

Su voz ha de ser clara y agradable, casi mágica, pues a través de ella inducirá a un sueño tranquilo a los niños, infundirá consuelo, paz y confianza en los corazones atribulados y orientará hacia el bien muchos pasos vacilantes.

Sus dos hermosas manos serán capaces de multiplicarse en mil por lo hacendosas y solícitas ante sus quehaceres y las necesidades de los demás.

El ángel, mientras escuchaba, daba rienda suelta a su vivaz imaginación embelesado ante la imagen de esa creatura; y su arrebato crecía a medida que iban añadiéndose detalles.

Su cuerpo, además de una perfección y belleza sin par, tendrá que ser de una resistencia extrema para soportar constantes desvelos, para mantenerse en actividad de sol a sol, para comer muchas veces a deshoras y otras tantas ni siquiera comer o comer sólo a base de sobras…

Su corazón rebosará de un amor inmenso, el amor más semejante y cercano al nuestro que jamás haya existido ni existirá; y su capacidad de sacrificio igualará a su capacidad de amar.


Cuando el ángel oyó la palabra “sacrificio”, no pudo evitar encogerse de alas y arquear las cejas en señal de incomprensión y admiración.


La bondad será el sello distintivo de todos sus gestos, palabras, actitudes y pensamientos. Su paciencia no habrá de tener límites ya que vendrá puesta a prueba muchas veces, día y noche. Su generosidad tampoco tendrá medida, puesto que quienes se beneficiarán de ella serán innumerables.

De pronto, Dios Padre, que desde el primer momento se había percatado del atrevimiento del ángel, se volvió a él para interpelarlo. Pero éste, con su agilidad y espontaneidad características, se le adelantó con una pregunta:

-¿De quién se trata, Señor? ¡Dímero, por favor!
Dios Padre, desarmado ante la expresión de inocencia e interés de aquella creatura angélica, respondió sin poder disimular su entusiasmo:

-Se llamará María y será Madre de mi Hijo cuando se haga hombre; y será, por tanto, Madre de Dios y también Madre de todos los hombres. Por eso, en su honor, cada mujer y madre que exista en la tierra será creada a su imagen y semejanza.

Quiero, además, que mi Hijo pase con ella la inmensa mayoría del tiempo que dure su vida terrena -30 de sus 33 años- por dos motivos: primero, para que en su progresivo aprender humano sea precisamente de ella de quien aprenda todas las virtudes; y segundo, para que Ella reciba de Él, durante el mayor tiempo posible, el cariño del mejor de los hijos. Ojalá, que de este modo, los hombres valoren qué Madre les he regalado y la traten como se merece, a ejemplo de mi Hijo.

Dicho esto, Dios Padre miró fijamente al ángel y tras un gesto entre admirativo e interrogativo, esbozó una sonrisa y le dijo:

-Vaya, al ver tu reacción, acabo de percatarme de que en los ángeles también puede darse la “envidia”… pero es de la buena. Haz que ese sentimiento te lleve a ti y a tus demás compañeros ángeles custodios, a ayudar a todos los hombres a ser dignos hijos de tal Madre.



Día de la Madre, día de la Iglesia

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual LC


En muchos países se celebra el día de hoy a las madres, o durante este mes.

Todos recordamos a nuestras madres en el día que dedicamos a ellas. Quizá algunos llorarán a la madre que ya dejó la tierra hace algún tiempo. Otros visitarán a su madre anciana, ya abuelita venerable, y le darán un regalo, comerán juntos y recordarán pequeñas historias de la infancia. Otros simplemente podrán usar el teléfono, porque se encuentran lejos de casa, y mamá espera con ansiedad la llamada del hijo ausente. Quizá alguno no sepa quién fue su madre, y llorará, esperando poder encontrar un día el rostro de la mujer que lo acogió y lo hizo nacer en algún hospital desconocido o en una casa particular...

También en un día de la madre podemos pensar en otras dos Madres. Una es la Virgen María, que, como le rezamos tantas veces, es nuestra Madre de los cielos. La otra es la Iglesia. Decir que la Iglesia es nuestra Madre implica sentirse hijos de Ella, sufrir cuando sufre, alegrarnos con sus alegrías. No resulta fácil, desde luego, “visitar a la Iglesia”, porque no tiene un domicilio fijo. Ni siquiera podemos pensar que la Iglesia viva encerrada en los templos o lugares de culto. La Iglesia, nuestra Madre, vive en cada uno. Todos los bautizados, cuando vivimos muy unidos al Santo Padre, cuando amamos a nuestros obispos, cuando participamos de la Misa los domingos, cuando acudimos a pedir misericordia en el sacramento de la confesión, cuando rezamos de corazón en la mañana o en la noche, cuando perdonamos a nuestros enemigos y ayudamos a todos... todos nosotros, con nuestros buenos y nuestros malos momentos, entretejemos esa misteriosa y grande realidad: la Iglesia.

Así que, en este día de la Madre, agradecemos a la Iglesia que nos haya hecho nacer como creyentes, que nos haya dado la fe en Jesucristo, que nos haya ayudado a amar a la Virgen María y al Papa. Y, a la vez, nos sentimos festejados: cada nuevo hijo de la Iglesia nos mira con cariño y nos dice: ¡gracias, católico fiel, por haberme dado la fe, por haberme hecho nacer al amor de Dios en la Iglesia! ¡Gracias, sí, a todos, porque cada nuevo hijo de la Iglesia es no sólo hermano nuestro, sino, en cierto sentido, “hijo nuestro”!

Día de la madre: a ti, Iglesia católica, Iglesia universal, Iglesia peregrina, triunfante, militante o purgante, ¡muchas felicidades!




Preguntas o comentarios al autor P. Fernando Pascual LC






Catholic.net

El signo universal de la Cruz


El signo universal de la Cruz

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual LC



La Cruz es un signo clave para todos los cristianos y para tantos hombres y mujeres de buena voluntad. Es más que un signo, porque encierra un mensaje universal, perenne, necesario para los corazones.

“La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados” (Benedicto XVI, Lourdes, 14 de septiembre de 2008).

Por eso la Cruz se ha convertido en un símbolo imprescindible. Porque Cristo murió en una Cruz para ofrecer a todos, sin discriminaciones, su Amor, su misericordia, su perdón.

La Cruz nos dice que el amor es más fuerte que el mal, que es posible la salvación. Ese fue uno de los mensajes de las apariciones de Lourdes: la invitación de la Virgen María “a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús para encontrar en ella la fuente de la vida, la fuente de la salvación” (Benedicto XVI, Lourdes, 14 de septiembre de 2008).

En medio del debate suscitado por algunos que desean quitar cualquier cruz en los lugares públicos (escuelas, tribunales, parlamentos, despachos del gobierno), los creyentes necesitamos descubrir el verdadero significado de ese signo.

Tal vez Dios permite esa fobia, ese deseo de eliminar un signo universal, para sacudir nuestra rutina y para avivar nuestro corazón al contemplar a Jesús, el Inocente, clavado en un madero. Podremos, entonces, gritar y testimoniar, con nuestra vida y con nuestra esperanza, un mensaje que es para todos, que no debemos esconder en las sacristías ni en los hogares.

Vale la pena recordar, desde el dolor que produce ver a seres humanos insensibles ante el mensaje universal de la Cruz, estas palabras del Papa Benedicto XVI en su visita a Lourdes:

“Volvamos nuestras miradas hacia Cristo. Él nos hará libres para amar como Él nos ama y para construir un mundo reconciliado. Porque, con esta Cruz, Jesús cargó el peso de todos los sufrimientos e injusticias de nuestra humanidad. Él ha cargado las humillaciones y discriminaciones, las torturas sufridas en numerosas regiones del mundo por muchos hermanos y hermanas nuestros por amor a Cristo”.


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Cuando sufrir es bello

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual LC



El sufrimiento es, para muchos corazones, un enemigo que se busca alejar a cualquier precio. Porque parece que sufrir es fracasar, es perder. Porque el dolor es visto por muchos como algo negativo, una derrota que debería desaparecer en el mundo de los hombres.

Pero la vida humana, ¿mejora realmente si dejamos de sufrir, si eliminamos todo dolor? ¿No es injusto el precio que hay que pagar para conseguir una existencia más placentera, más exitosa, más fácil? ¿Qué gana quien rehuye todo esfuerzo, quien aparta sus ojos del dolor ajeno, quien se esconde a la hora de repartir tareas pesadas que “alguien” tiene que llevar a cabo?

En el camino de la vida el dolor aparece de mil maneras. A veces como un accidente inesperado. Otras veces desde una enfermedad que avanza poco a poco. En ocasiones, desde la pena ajena: no puede resultarnos indiferente la angustia de la madre que pierde a su hijo, el dolor de un viudo solitario, la tristeza del obrero despedido.

Si hay quienes ven el dolor como un enemigo, como una derrota, también hay quienes descubren que sólo a través del sufrimiento la vida llega a ser verdaderamente humana. Porque sufrir no es sinónimo de perder. Muchas veces es, simplemente, la consecuencia de un amor maduro, solidario, pleno. Es entonces cuando sufrir es bello.

Así lo explicaba el Papa Benedicto XVI: “Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo” (encíclica “Spe salvi” n. 39).

El Papa preguntaba en ese mismo texto: “¿somos capaces de ello? ¿El otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan importante para mí la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan grande la promesa del amor que justifique el don de mí mismo?”

La respuesta, para la fe cristiana, es “sí”. Sí: vale la pena darse al otro, vale la pena amar sin reservas, vale la pena dejar comodidades para embarcarse en el mundo de la donación, de la verdad, de la justicia. Porque Dios mismo nos ha dado ejemplo, pues Él, que es “la Verdad y el Amor en persona”, quiso “sufrir por nosotros y con nosotros” (“Spe salvi” n. 39).

Con la mirada en la Cruz de Cristo, con el descubrimiento del verdadero sentido del dolor y del sufrimiento “por amor del bien, de la verdad y de la justicia”, podemos superar el deseo de comodidades y el miedo a lo difícil, y hacer que nuestra vida sea plena, sea verdadera, sea buena.

“La verdad y la justicia han de estar por encima de mi comodidad e incolumidad física, de otro modo mi propia vida se convierte en mentira. Y también el ‘sí’ al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro egoísmo y, con ello, se anula a sí mismo como amor” (“Spe salvi” n. 38).

No es hermosa la vida que renuncia al dolor bueno, ese dolor que nace cuando amamos sin medida. Porque quien no ama hasta el dolor sincero llevará una vida raquítica, llena tal vez de pequeñas satisfacciones momentáneas pero hueca en lo que de verdad nos define como seres humanos: esa capacidad de amar hasta sufrir por el bien del otro.

Sólo cuando nos abramos al amor pleno, sólo cuando dejemos egoísmos y mentiras que empobrecen, entraremos en un horizonte de entrega donde no faltarán heridas ni penas, pero donde la alegría del discípulo será semejante a la del Maestro y del Pastor que sufrió y dio la vida porque amaba a sus amigos...



Preguntas o comentarios al autor P. Fernando Pascual LC




Catholic.net

Sencillos como las aves del cielo


Sencillos como las aves del cielo

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual LC


El pájaro parece no tener pasado ni futuro. Canta, come, juega, persigue a su pareja, cuida a sus pequeños.

A veces tiene que huir ante un niño que trepa el árbol para buscar nidos. Otras veces gira y gira, en el cielo, sin rumbo, sin meta, sin prisas. Juega con el viento en la cara, o se moja las patas en una fuente en un día de calor.

¿Serán felices los pájaros? ¿Qué piensa un gorrión que come migas? ¿Disfruta la golondrina que hace equilibrios en un cable? ¿No se marean las gaviotas cuando se elevan sobre las olas del mar? ¿Qué siente el buitre cuando busca carne vieja para la comida de sus crías?

Un jilguero canta, un canario juega con su voz. Un loro da los buenos días a su dueño. Un niño da unas migas a un grupo de palomas preocupadas más por llenar su estómago que por dar las gracias a su bienhechor.

Cada pájaro tiene su historia. Nace, crece, cuida a sus pequeños. Un día muere, deja un lugar vacío en el mundo de los vivos. Quizá un niño lo entierre, una señora llore por su muerte, unos pajarillos, huérfanos, noten la falta de su padre.

El mundo de los pájaros está lleno de misterios. Sentimos envidia por su simplicidad, por sus cantos gozosos, por su saltar al vacío como quien juega con la vida, por su huir, veloces, cuando sienten el paso de un hombre curioso o pensativo.

Nosotros, los humanos, no podemos ser pájaros. El peso del cuerpo nos impide cruzar los cielos. Comemos mucho como para contentarnos de una lombriz o de unas migas de bizcocho.

En ocasiones, nos complicamos la vida lo suficiente como para no darnos cuenta del milagro de un nacimiento, de la sonrisa de un amigo, de la caricia de alguien que nos quiere. Pero también tenemos un corazón capaz de amores y de heroísmos, aunque en ocasiones sea un poco traidor y lleno de miserias...

De vez en cuando deberíamos hacernos sencillos, como las aves del cielo, para aceptar la vida, para cantar el gozo, para dar lo que recibimos, para mirar al cielo y pensar en ese Dios que viste los lirios del campo, inspira el canto de los mirlos y los cuervos, y nos mira, con una sonrisa de Padre bueno, detrás de las nubes, mientras unas águilas vuelan, majestuosas, hacia mundos lejanos.




Preguntas o comentarios al autor P. Fernando Pascual LC




Catholic.net

Amó a Dios como sólo una madre puede amar.


Amó a Dios como sólo una madre puede amar.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo y Florian Rodero


Nacer es tener una madre. Así ha sido y es para todo hombre; así ha sido para el mismo Dios, que se hizo hombre en el seno de una Virgen. Por eso, el título mariano de ’Madre de Dios’ es una de las verdades más consoladoras y más ennoblecedoras de la humanidad. El cristianismo no teme en afirmar que Dios se ha acunado en los brazos de una mujer. Una mujer, María de Nazaret, que es madre en su cuerpo y sobre todo madre en su corazón, como bellamente nos enseña san Agustín.

1. Al ritmo de la vida de Cristo. Entre la vida de Jesús y la de María hay una estupenda sincronía y un paralelismo magnífico de misterio y de donación. Junto a la Encarnación del Verbo está la Inmaculada Concepción; con el nacimiento de Jesús se relaciona inseparablemente la maternidad de María; a los pies de la cruz del Redentor se halla de pie, firme en su dolor, María, la corredentora; la ascensión de Jesús a los cielos tiene su paralelo en la asunción de María en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Vivir al ritmo de Cristo es vivir a ritmo de redención. Así vivió y vive en el cielo María. Ella se desvivió por Jesús en su vida terrena y vive con Jesús y por Jesús en el cielo. Ella no se pertenece, sino que es toda de su Hijo. Su misión es su Hijo, en la historia y en el siempre de la eternidad.

2. Múltiples relaciones. María mantiene diversas relaciones con la Iglesia. Es modelo de virtudes para todos los cristianos. Es Madre de la Iglesia, como la proclamó Pablo VI, pues ésta prolonga a Jesucristo místicamente en la historia. Es, al igual que la Iglesia, esposa del Espíritu y virgen fecunda que engendra continuamente hijos para Dios. Es espejo radiante de gracia y santidad, es pastora solícita del rebaño de Cristo, es abogada y protectora de los pecadores. Estas relaciones de María con la Iglesia y con sus hijos son relaciones vivas, ardientes, profundamente enclavadas en el alma cristiana, como se puede ver acudiendo a los santuarios de devoción mariana. ¿Y nuestras relaciones con María?

La Iglesia nos recomienda una veneración profunda hacia María. Una veneración que entraña una mezcla de algo sagrado y filial, cercano y misterioso. Sí, porque María es nuestra madre, pero al mismo tiempo está toda ella envuelta en el misterio de Dios. Una veneración, por ello, que nace de la profundidad de la fe, pero que toca también la superficie de nuestra sensibilidad. Es toda nuestra persona la que venera a María. Veneramos a María pero no la adoramos, solo se adora a Dios.

3. Madre del Hijo de Dios. María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo. En su seno Dios se instaló, creció, se hizo bebé. En sus brazos se acunó, en sus ojos se miró, sobre su pecho se durmió. Cogido de su mano comenzó a dar los primeros pasos por el mundo. Con sus besos María lo ungió de cariño y ternura, con sus labios le habló y le enseñó el lenguaje de su pueblo. Con su corazón lo amó, como sólo una madre puede amar.



Catholic.net

Año del Apóstol San Pablo-Predestinados y elegidos. De eternidad a eternidad.





83. Predestinados y elegidos. De eternidad a eternidad.

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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La ciencia moderna nos tiene asombrados cuando nos habla hoy del origen del mundo, con eso que los científicos llaman el “Big bang” o gran estallido que originó el Universo. Dicen que se produjo hace unos dieciséis mil millones de años. ¡Como quien no dice nada!... Entonces empezó a existir la materia y comenzó a correr el tiempo: ¡Dieciséis mil millones de años nada más!...

Pues, bien; supongamos que Pablo vive todavía en el mundo, metido en su desierto de Arabia o predicando en la planicie de Galacia, y le damos esta noticia, este descubrimiento de la ciencia. ¿Saben lo que haría y nos contestaría Pablo? No mostraría ninguna extrañeza ni ninguna emoción. Se limitaría a decir:

¿Dieciséis mil millones de años? Si eso no es nada… Porque antes, mucho antes, desde toda la eternidad, ya existía Jesucristo en la mente de Dios. Desde toda la eternidad había ordenado este Universo en orden a Jesucristo. Y no sólo a Jesucristo, sino a nosotros, que nos soñó hijos en su Hijo, a fin de que Jesucristo y nosotros viviéramos después siempre con el mismo Dios en su misma gloria y felicidad.

Para cuando apareció aquel “Gran estallido” del que hablan ustedes, hace tantos miles de millones de años, ya éramos veteranos nosotros en la mente de Dios, y teníamos además por delante una vida que no acabaría jamás, porque la vida posterior sería tan larga, tan eterna, como lo había sido la anterior.

¡Vaya discurso que nos echaría Pablo si le fuéramos con noticia semejante! No se lo hubiera soltado a los sabios griegos en el Areópago de Atenas con más elocuencia que a nosotros ahora.

Muy bien, amigas y amigos, ¿fantaseamos hoy demasiado, al hablar así de lo que nos dice la ciencia moderna sobre la creación, mirado todo a la luz de la revelación de Dios por medio de Pablo?

No, no fantaseamos. Esto es lo que nos dice Pablo sobre nuestra predestinación, nuestra elección y nuestra glorificación nada más abrimos la carta a los de Éfeso. Vemos que ésa es la realidad. Que ése fue el sueño divino alimentado por Dios desde toda la eternidad. Y que, por toda la eternidad que viene, ésa va a ser la dicha sin fin que nos espera.

Empieza Pablo su afirmación categórica con palabras emocionantes, y tantas veces repetidas:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales en Cristo, por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e intachables por el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo”.

Esto es grandioso, sin más.

Un santo y mártir jesuita comentaba estas palabras comparándolas con la ilusión inefable de una madre que espera al niñito que viene.

- ¡Nueve meses! ¡Ya no faltan más que seis meses, tres meses, un mes nada más!... ¿Y cuándo tendré en mis manos al bebé que llega para besarlo, para acariciarlo, cuándo?...

Esos nueve meses inefables de la mamá, en Dios fue toda una eternidad:

- ¿Cuándo tendré a mi Hijo convertido en Jesús, en Jesucristo, y con Él a una multitud más de hijos que serán felices conmigo por siempre?...

Esta es la primera etapa de esa eternidad anterior descrita por Pablo, incluidos en ella los miles de millones de años que pasaron desde la creación hasta la venida de Jesús al mundo.

Se presenta después la segunda etapa, la de Jesucristo entre nosotros, desde la Encarnación a la Ascensión y a su vuelta gloriosa al final de los tiempos. El apóstol San Pablo nos presenta a Jesucristo entre nosotros rescatándonos con su sangre, la cual nos ha merecido “el perdón de los pecados” (1,7)

Para Jesucristo fue esta etapa de su vida en la tierra la de la expiación de la culpa de la Humanidad, realizada por su muerte sufrida en la cruz.

Murió Jesús. Pero vino la respuesta de Dios. La Víctima del Calvario era vivificada por el Espíritu Santo, y asumida por el Padre que la glorificaba en el Cielo, como dice Pablo:

“Dios desplegó toda su potencia en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en los cielos, por encima de cuanto existe en este mundo y en el otro” (1,20-21)

Allá subió Cristo, que ascendía a las alturas llevando consigo a una multitud inmensa de redimidos (2,8)

Seguimos metidos en esta segunda etapa, con el empeño de Dios de hacer que “todas las cosas, lo que está en el cielo y lo que está en la tierra, se vayan centrando en Cristo como cabeza de todo lo creado (1,10), “pues todo fue creado por Él y para Él” (Col 1,16).

Esta es la etapa de la Iglesia, a la que Jesús confió el desarrollo del Reino de Dios, con la proclamación del Evangelio a todo el mundo, hasta que se complete el número de los elegidos.

¿Cuánto durará esta etapa segunda? No lo sabemos. Es un secreto que se ha reservado Dios. Llevamos hasta ahora dos mil años, y no se acabará hasta que haya entrado el último de los predestinados. Dios no tiene ninguna prisa, y pueden faltar aún muchos milenios, hasta que se forme una familia inmensa, digna de la grandeza y del amor de Dios.

Entonces vendrá la tercera y última etapa, cuando Jesucristo vuelva al final de los tiempos, glorioso y triunfador, para reunir a todos los elegidos desde un extremo al otro de la tierra, y ofrecer al Padre el Reino conquistado. Entonces, como expresa Pablo, vencidos todos los enemigos y puestos bajo sus pies, entregará el Reino a Dios Padre, de modo que Dios sea todo en todas las cosas (1Co 15,28)

Esta Carta de Pablo a los de Éfeso nos ofrece en un conjunto maravilloso todo el misterio de Jesucristo y de nosotros como familia de Dios.

Soñados por Dios, no durante miles de millones de años, sino desde toda la eternidad.

Formada esa familia de Dios durante el tiempo de la vida mortal de Jesús en el mundo y a lo largo de los siglos o milenios que Dios tiene determinados.

Y completada y consumada al final de los tiempos, para morar en la casa de Dios -en la Casa del Padre, como nos gusta decir hoy-, por siglos eternos…

¡Grandioso el plan de Dios!

Mas grandioso, desde luego, que ese Big Bang o Gran Estallido de los científicos, que nos pasma con sus miles de millones de años, tan cortitos comparados con nuestra eternidad en la mente y en la gloria de Dios…




84. Santos, inmaculados, amantes. Así nos pensó Dios

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García misionero Claretiano


El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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La carta de Pablo a los Efesios, que vamos conociendo bien a estas horas, es rica de verdad, ¿no es así? Nos habla de Jesucristo y de su “misterio” de modo que embelesa y entusiasma.

Sin embargo, Pablo no se contenta con enseñar doctrinas elevadas, sino que propone también en esta carta, de manera abundante y rica, las directrices de vida cristiana que se desprenden de su altísima enseñanza.

En realidad, nada más empezar y en la primera línea, Pablo expone con tres palabras el ideal de Dios sobre los bautizados, al decir que fueron escogidos desde antes de la creación del mundo para ser ante Dios “santos, inmaculados, amantes” (Ef 1,4)

Como vemos, un programa sugerente por su altura y su grandeza, aunque también estremecedor por sus enormes exigencias. Todas las normas que Pablo dicta en esta segunda parte de la carta se van a reducir a esto nada más y nada menos:

- ¡Cristianos! ¡A ser santos, a ser intachables, a ser incendios de amor!
Es todo lo que Pablo nos quiere decir hoy (Ef 4,17-31)

¡Sean santos ante todo!, grita a todas aquellas Iglesias del Asia Menor a las cuales dirige esta carta circular. “Revístanse del Hombre Nuevo, Jesucristo, creado según Dios en la justicia y santidad”.

Los creyentes del Asia Menor conocían muy bien las costumbres paganas de sus tierras. Habían vivido metidos en ellas, y no se habían distinguido por ser unos angelitos precisamente. Recordándoles esto, empieza por decirles Pablo:

“No vivan ya como viven los paganos, según la vaciedad de su mente, porque obcecada su inteligencia en las tinieblas del pecado, se ven excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos y por la dureza de su corazón” (4,17-18)

Los creyentes eran todo lo contrario.
Llevaban dentro por el Bautismo la Vida de Dios, y no querían regresar a una condición moral que ahora les apenaba. Pablo se lo reconoce y les anima:

“Ustedes han aprendido bien a Cristo, pues han oído hablar de él rectamente, y han sido formados conforme a la verdad de Jesús” (4,21)
“Revestidos de Cristo”, y viviendo conforme a la verdad de Cristo, ¡adelante, que ustedes son santos de verdad!

Por la Virgen María - a la que llamamos sin más “La Inmaculada” al haberse visto limpia de toda mancha desde su concepción- sabemos lo que significa esa palabra de Pablo: “Inmaculados”.
Son cristianos intachables, de los que nadie puede burlarse señalándoles con el dedo. Pablo contrapone también ahora a estos cristianos con los paganos, usando palabras fuertes:

“Habiendo perdido los gentiles el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas” (4,19)

Eso lo conocían muy bien los creyentes, por lo cual no podían extrañarse de las palabras de Pablo:

“En cuanto a su vida anterior, despójense del hombre viejo, que se corrompe al seguir las concupiscencias y las pasiones que le seducen” (4,22)

Si se dejan arrastrar por ellas, ¿saben lo que hacen?...

-¡Sépanlo! “¡Poner triste al Espíritu Santo, con el cual han sido sellados para el día de la redención final” (4,30)

Pablo no acaba nunca de manera negativa, aunque reprenda los vicios más degradantes.
Mucho menos lo va a hacer ahora con sus queridos efesios, y les da coraje:

¡Venga, amigos, a ser intachables! Todos los de fuera los miran como lo que actualmente son: “Aunque antes fueron tinieblas, ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz” (5,8-9)

Todo lo que les pueda decir Pablo, se resolverá finalmente en el amor. Y ahora empieza por proponer la generosidad de Dios y la figura de Jesucristo:

“Recuerden que Dios los perdonó en Cristo, y sean por lo tanto imitadores de Dios, como hijos queridos” (4,37-5,1)
Además, “vivan en el amor, como Cristo los amó y se entregó a la muerte por nosotros como sacrificio agradabilísimo a Dios” (5,2)

Dios que ama y entrega a su propio Hijo…
Jesucristo que ama y se entrega a Sí mismo a la muerte… ¿Qué le queda al cristiano?... Amar, amar con todas sus fuerzas, amar con todo su ser, amar a Dios, a Jesucristo, a todos… Amar como Jesucristo, amar como el mismo Dios.

Pablo va a tomar ahora una comparación muy gráfica: ¿Qué hace el que se emborracha con vino, ingiriendo alcohol?... Lo sabemos todos. Pablo pasa de esa imagen dolorosa a otra bellísima: “¡Embriáguense de Espíritu Santo!”.

¿Y qué hará el Espíritu divino?
No pudiendo el cristiano aguantar tanto amor como llevará dentro, estallará en “salmos, himnos, cánticos ardientes e inspirados, cantando constantemente al Señor, dando gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre del Señor Jesucristo” (5,18-20)

Parejo al amor a Dios irá el amor al hermano, ya que el amor a Dios obligará a “conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (4,3)

Con cristianos así, “santos, inmaculados, amantes”, será una realidad en la Iglesia de nuestros días aquello que esperaba el Papa Pablo VI al pensar en el Concilio que se había celebrado:.

“Vendrá el descubrimiento de ser cristianos y la alegría de serlo.

Y con la alegría, un vigor nuevo que pone en muchos corazones deseos, esperanzas, propósitos, audacias de nuevas actividades apostólicas.

Vendrán cristianos que se apartan del gregarismo, de la pasividad, de la aquiescencia que hace espiritualmente esclava a tanta gente de nuestro mundo de hoy”.

Si Dios es Santo, el Santísimo, ¿qué mayor ideal cristiano que ser santos como Dios?
Si Dios es Belleza infinita, ¿qué mayor hermosura cristiana que una limpieza sin tacha?
Si Dios es Amor, ¿qué sentimiento cristiano puede superar al amor, qué ocupación más grande que amar, qué actividad más divina que gastar la vida amando siempre más y más?...



Puedes encontrar todas las reflexiones anteriores de San Pablo en esta dirección.
Y en www.evangelicemos.net


85. ¡Ven, Espíritu Santo! El único Espíritu de la Iglesia

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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Empezamos hoy con una pregunta: ¿Qué nos dice Pablo sobre el Espíritu Santo? ¿quién era el Espíritu Santo para San Pablo?...
Porque en los Hechos de los Apóstoles, y después en sus cartas, Pablo trata al Espíritu Santo de una manera tal que lo cita continuamente, le atribuye toda la vida de la Iglesia, lo ve mover la existencia entera del cristiano.

Pablo sabe que al Espíritu Santo le debe su misión, desde que en la asamblea de Antioquía se escuchó aquella voz:
“Sepárenme a Saulo y Bernabé para la obra a que los tengo llamados” (Hch 13,1)
A partir de este momento, el Espíritu lo guía o le detiene los pasos, de modo que Pablo no es más que el instrumento dócil que cumple siempre un encargo superior.

En la vida y en las cartas de Pablo, el Espíritu Santo está siempre activo, siempre se mueve, nunca está sentado en su trono de gloria para recibir adoraciones aunque sea Dios.
El Espíritu Santo que conoce Pablo no tiene más preocupación que la Iglesia y cada uno de los hijos e hijas de la Iglesia.
Mientras la Iglesia peregrine en la tierra y haya un cristiano en el mundo, el Espíritu Santo no se tomará el descanso divino que le corresponde en la gloria.

Al hablar así, no lo hacemos con irreverencia a una de las Tres Divina Personas, sino con un cariño grande al Espíritu Santo, el dulce Huésped de las almas.

Pablo ve al Espíritu Santo llenando y animando totalmente a la Iglesia.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, el organismo de Cristo, y el Espíritu Santo es el alma que le da vida.
Es lo que Pablo expresa con estas palabras:
“Un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Ef 4,4)

El cristiano, cuando se bautizó, se convirtió en hijo de Dios, en un miembro del Cuerpo de Cristo, y quedó a su vez lleno del Espíritu Santo.
Así, el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, ha venido a ser el alma de todos los miembros de Cristo, de todo el Cuerpo de Cristo, de toda la Iglesia.

¿Y qué quiere Pablo entonces de cada cristiano y de la Iglesia entera?
Pablo ve a la Iglesia, y a cada cristiano en particular, como un templo del Espíritu Santo, conforme a las palabras tantas veces repetidas:
“¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”.

El cristiano no puede destruir en si mismo con la impureza ese templo que es él mismo, ni tampoco destruir con divisiones el templo que es la Iglesia:
“¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo?”. “Y si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es sagrado, ese templo que son ustedes” (1Co 6,19; 3,16-17)

Por eso Pablo dice algo duramente:
“El que no tiene el Espíritu de Cristo, ha dejado de ser un miembro suyo” (Ro 8,9)
¿Y quién es el que no tiene el Espíritu de Cristo?...
Según San Pablo, es aquel que se deja arrastrar de nuevo por aquellas malas tendencias de antes, ya que “los que son de Cristo las tienen clavadas con Cristo en su cruz” (Gal 5,24)

Pablo ve a la Iglesia como la gran testigo de Cristo, del que da testimonio, como dice a los de Corinto (2Co 3,3) con expresión muy bella:
“Ustedes son la carta de Cristo, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo”.
A los que son esta carta, les dicta Pablo tres preciosos textos, que lo resumen todo.

Primero. El Espíritu Santo es don de Dios y prenda de su divina gracia, de su protección, de la vida eterna.
Y así les dice: “Dios nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu Santo en nuestros corazones” (2Co 1,22)

Segundo. El amor cristiano es obra del Espíritu Santo.
Es el Espíritu quien aviva el fuego, desde el momento que se metió dentro de cada uno de los bautizados, conforme a la palabra de Pablo tantas veces repetida:
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Ro 5,5)

Tercero. Con el Espíritu Santo en los corazones, se gozan anticipadas las alegrías que se esperan para el Cielo, tan diferentes de la felicidad vana que puede ofrecer la tierra.
Lo dice Pablo con palabras fuertes:
“No se emborrachen con vino, causa de libertinaje, sino embriáguense de Espíritu Santo, que les hará estallar en salmos, himnos y cánticos inspirados, para cantar en su corazón al Señor” (Ef 5,18-19)

Cuando se conoce al Espíritu Santo por lo que nos dice Pablo, se aprecia de verdad eso que se ha dicho del Divino Espíritu: que ilumina, que enciente, que empuja.
¡Cómo hace ver los misterios de Dios!
¡Cómo abrasa el corazón!
¡Cómo impulsa a hacer algo por el Señor!...

El Espíritu Santo, que nunca está quieto en la Iglesia, no deja tampoco en paz ociosa al cristiano, que, al dejarse guiar por el Espíritu, tiene siempre en sus labios la consabida plegaria: ¡Ven, Espíritu Santo!...

Entre los himnos de la Liturgia de la Iglesia al Espíritu Santo hay uno precioso por demás.
Cada uno de los versos puede probarse sin esfuerzo alguno con un texto de San Pablo, como si Pablo fuera dictando cada uno de esos versos con palabras propias suyas.
Dice así ese himno tan bello:

“Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

“Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

“Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

“Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

“Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno”.

Este himno en latín es muy viejo, y muy moderna su traducción a nuestra lengua. Pero, en latín o español, estemos seguros que merece esta firma: Pablo, apóstol de Jesucristo.




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