ARTICULOS DE LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA

mercoledì 15 aprile 2009

Año del Apóstol San Pablo-El amor fraterno. Insistencia continua


73. El amor fraterno. Insistencia continua

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Caretiano.

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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La carta de Pablo a los Filipenses -encantadora de principio a fin-, tiene un párrafo sobre el amor como encontraremos pocos en toda la Biblia del Nuevo Testamento.

Pablo está preso en Roma. Y a pesar de sus cadenas, puede escribir como en años atrás a los de Corinto: “Sobreabundo de gozo en medio de todas mis tribulaciones” (2Co 7,4) Lo demuestra palpablemente esta carta a los de Filipos.

Sin embargo, algo le falta a Pablo para que su alegría sea total, y es el estar seguro de que sus queridos filipenses se aman ardientemente unos a otros. Y así, les escribe:

“Si me pueden dar algún consuelo en Cristo, si algún refrigerio de amor, si alguna comunicación del Espíritu, si alguna ternura y misericordia, colmen mi alegría” (Flp 2,1)

Leída esta introducción, pudieron prensar los lectores de la carta cuando la recibieron:

- ¿A dónde irá Pablo con estas palabras? ¿Qué nos querrá pedir? Acabamos de enviarle dinero para que se alivie. ¿Qué más necesitará, y que no se atreve a decirlo?

Se les aclara el misterio cuando siguen leyendo:

“Quieren de veras colmar mi alegría? Pues, cólmenla teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y buscando todos lo mismo. No busquen el propio interés, sino el de los demás” (2,2-4)

Los filipenses pudieron exclamar:

- ¡Al fin se descuelga Pablo, y vemos adónde va! A lo de siempre, a que nos amemos los unos a los otros. Por algo nos ha dicho unas líneas antes:

“Le pido a Dios en mis oraciones que ese amor que ya se tienen crezca cada vez más en conocimiento y en toda experiencia”, siendo cada vez más efectivo (1,9)

Los lectores habían escuchado al principio cómo Pablo les amaba a ellos entrañablemente, pues les decía:

“Testigo me es Dios de cuánto los quiero a todos ustedes, con afecto entrañable en Cristo Jesús” (1,8)

Sin embargo, a Pablo le faltaba decir algo más:
- No me tomen a mí como el mejor modelo, pues hay alguien que me gana con mucho. ¿Quieren amarse entre ustedes tan entrañablemente como los amo yo? Piensen en el Señor Jesús. Y para eso les digo: “Tengan en ustedes los mismos sentimientos que Cristo” (2,5)

Era la última palabra que Pablo podía decir sobre el amor. Amar con el mismo amor de Cristo, y con los mismos sentimientos con que Cristo ama a todos, es fundamentar el amor en un terreno inamovible.

Aunque Pablo tampoco se inventaba nada nuevo, pues mucho antes que él lo había dicho el mismo Jesús en aquella sobremesa inolvidable:
“Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12) En el amor y los sentimientos de Cristo está la norma suprema del amor cristiano.

Cuando escribió Pablo todo esto a los de Filipos, hacía varios años ya que había escrito aquel himno insuperable a la caridad del capítulo trece en la primera a los de Corinto. Esto nos hace ver que el amor entre los hermanos es no sólo importante en el cristianismo, sino que toca la misma esencia de nuestra fe.

Quien ama, es cristiano.
Quien no ama, de cristiano verdadero no tiene nada.

A lo largo de todas sus cartas -de todas sin excepción-, Pablo va sembrando semillas que hacen germinar el amor en todas las Iglesias. Unas veces se mete en doctrina profunda, como la del Cuerpo Místico de Cristo.

Otras veces baja a detalles concretos de la vida, al parecer mínimos, pero que hacen de la caridad algo vivo -“existencial”, que decimos hoy-, de modo que nadie pueda llevarse a ilusiones tontas. Al considerar esos detalles, uno se llega a decir lo del refrán: “Realmente, que obras son amores, y no buenas razones”.

Entre los principios doctrinales del amor fraterno señalados por Pablo, cabe citar como primero la paternidad de Dios.
-¿Es Dios nuestro Padre? ¿Es Padre de todos?

Indudable, pues escribe Pablo:
“No tenemos más que un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos” (Ef 4,6)

Con Padre semejante, es inconcebible que sus hijos, hermanos todos, no se tengan amor, pues destrozarían el corazón del Padre y sería imposible formar la familia de Dios. Luego todos nos tenemos que amar.

Jesucristo, por otra parte, ha formado con todos los bautizados su Cuerpo Místico. Cristo es la Cabeza, y todos los cristianos sus miembros, hasta poder escribir Pablo:
“Todos los bautizados en Cristo, ustedes, ya no son sino uno en Cristo Jesús”, “pues todos somos miembros los unos de los otros” (Gal 3,27-28. Ef 4,25)

Siendo el Espíritu Santo el alma del Cuerpo Místico, al amarnos colaboramos con el Espíritu a la formación de todo el Cuerpo; si dejáramos de amarnos, destruiríamos la obra del Espíritu.

En lógica rigurosa, mirando a Padre, a Jesucristo, y al Espíritu Santo, quien no ama a un hermano deja de amar a Cristo, y deja de amarse a sí mismo.
Sin amor fraterno, por riguroso que parezca, no puede haber ni salvación.
Por el contrario, quien ama está y estará siempre en el seno y en el corazón de Dios.

Pablo no se cansa de cantar bellezas incomparables del amor:

“¡Dios mismo les ha enseñado a amarse mutuamente!”, dice a los de Tesalónica (1ª,4,9)
“¡Caminen siempre en el amor, igual que Cristo nos ha amado a todos!”, encarga a los de Éfeso (5,2)
“¡Vivan el amor, que es fruto del Espíritu!” (Gal 5, 22)

“¡Ámense hondamente los unos a los otros!”, les insiste a los de Roma. “Con ello habrán cumplido toda la ley” (12,10; 13.8)

Aunque lo mayor del amor nos lo dijo Pablo de aquella manera inolvidable al acabar el sin igual capítulo trece de los Corintios:

Todo pasará. Lo único que durará eternamente es el amor. El amor es lo más grande de todo.






74. Trivialidades de la vida. La virtud cristiana

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misinonero Claretiano



¿Podemos engañarnos al leer a San Pablo?...
A estas horas estamos acostumbrados a contemplar a Pablo como un ser excepcional, casi como un fenómeno extraterrestre, por tantas cosas de su vida legendaria y por unas doctrinas tan elevadas que nos dejan pasmados.

Si pensáramos así, estaríamos muy equivocados, ciertamente. Pablo, el de las grandes alturas, era un hombre que tenía muy asentados los pies en tierra. Sabía que la vida del cristiano es la normal de todo hombre. Lo único que Pablo quería es que el cristiano fuera extraordinario en lo ordinario de cada día.

Algunos textos de sus cartas son desconcertantes, precisamente por lo sencillo que enseñan y piden.
Pablo nos puede preguntar: ¿Cómo quieren conseguir el Reino de Dios? ¡Es tan fácil!
“Ya sea que coman, que beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios” (1Co 10,31)
“Porque el Reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Pues quien sirve así a Cristo se hace agradable a Dios y es aprobado por los hombres” (Ro 14,17-18).
“Por lo mismo, estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén siempre alegres” (Flp 4,4)

Cualquiera que lea estas normas de proceder, podría decirse: ¿A eso se reduce todo?... Pues, sí. Esto es la vida cristiana. Y esto era Pablo, aunque parezca lo contrario. Tanto es así, que se atreve a decir repetidamente:

“Les ruego que sean mis imitadores…, como yo lo soy de Cristo”.
“Porque ya saben cómo deben imitarnos, pues estando entre ustedes no vivimos desordenadamente” (1Co 4,16; 11,1. 2Ts 3,7)

Pablo es capaz de dar semejantes consejos porque tiene conciencia de proceder igual que hacía el Señor Jesús, el Hombre dechado de toda perfección, “el primer caballero del mundo”, como ha sido atinadamente definido.

Modernamente, en cualquier sistema de educación, se le da mucha importancia a la formación en las virtudes humanas, como son la educación, la sinceridad, el culto a la verdad, el sentido de justicia, el respeto a los demás. Eso está magnífico. Por eso, si se quiere tener al cristiano convertido en un santo o una santa, lo mejor es empezar por hacer de él todo un caballero o toda una dama. La gracia de Dios trabaja magníficamente sobre los valores humanos.

Pensando en esto, Pablo tiene un consejo a sus queridos Filipenses que pasa como de lo más fino salido de su pluma, y que se repite tantas veces:

“Tengan en sumo aprecio todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo lo que signifique virtud o valor.
“Pongan por obra todo cuanto han aprendido y recibido y oído de mí. De este modo, el Dios de la paz estará con ustedes” (Flp 4,8-9)

San Pablo, que quiere a los cristianos verlos convertidos en los mejores hombres y en las mujeres más bellas y queridas, sigue dando normas tan simples como prácticas.
“Detesten el mal y apéguense al bien”, “siendo sensatos para todo lo bueno y cautos ante cualquier cosa mala” (Ro 12,9; 16,19)

Y concretiza su pegunta: ¿Quieren hacer siempre el bien y que nunca les domine el mal? Les doy una norma muy sencilla, cara a Dios y cara a los hombres:

“Manténganse fervorosos, sirviendo al Señor; perseveren en la oración; compartan sus bienes con los demás; alégrense con los que están alegres, y acompañen en su dolor a los que lloran” (Ro 12,11-15)
Y en las dificultades, no tengan miedo:
“Manténganse firmes en la fe, ¡sean hombres!, muéstrense firmes” (1Co 16,13)

¿Nos damos cuenta? Todo lo que dicta Pablo son prácticamente virtudes humanas, pero que la gracia y el amor elevan a las alturas de Dios. Como nos ha dicho antes San Pablo, esto era la vida de Jesús, el que ahora se propone como el modelo supremo, y del que Pablo es un gran imitador.

Jesucristo es el tipo de toda perfección, y Dios Padre, dice Pablo, lo ofrece a la Iglesia como el espejo en quien mirarse, lo mismo cara al cielo que cara a la vida humana en la tierra:

“Dios predestinó de antemano a todos los que eligió a salir conformes a la imagen de su Hijo” (Ro 8,29)

Este ideal se ha vivido siempre en la Iglesia con grandes ilusiones y ha producido figuras de santidad excelsas.
Por ejemplo, un Vicente de Paúl, que antes de realizar cualquier cosa, hasta la más simple, se preguntaba:

- ¿Qué haría aquí y ahora Cristo, si estuviera en mi lugar?... Naturalmente, Vicente de Paúl salió un retrato maravilloso de Jesucristo.

Esto es lo que significa esa expresión tan repetida por Pablo: “Revestirse de Cristo”, como cuando escribe a los de Galacia: “Todos cuantos se han bautizado en Cristo se han revestido de Cristo” (Gal 3,27)

Los primeros cristianos sabían muy bien esto de Pablo y se comparaban con los filósofos griegos o romanos, que solían vestirse de toga apropiada a su profesión.
Un escritor cristiano de entonces, lo expresaba con palabras que se han hecho clásicas en la Iglesia:

“Nosotros demostramos nuestra sabiduría cristiana no por la toga ni otro hábito, sino por nuestra fe y doctrina; no peroramos cosas elocuentes, sino que las vivimos” (Minucio Félix)

Hoy Pablo se nos ha puesto a nuestra altura. Se ha quedado en lo trivial de la vida. Pero nos ha dicho, y lo hemos entendido muy bien, que el cristiano es un hombre como los demás, que hace las cosas de los demás, pero que vive y hace todo de manera diferente que los demás. bPorque todo lo hace igual que Jesucristo, y ahí está lo extraordinario de la vida ordinaria del segador de Jesucristo…






75. Filemón. Sembrando la libertad

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano.



Pablo, prisionero en la propia casa que tiene alquilada en Roma, y donde recibe a tantos visitantes, un día queda sorprendido:

- ¿Cómo? ¿Así que tú vienes de Colosas? ntonces, conoces a mi amigo Filemón, ¿no es así?

El joven visitante tiembla de pies a cabeza.
- Sí, te conocí en su casa, y ahora vengo con mucho miedo. Me llamo Onésimo. Mi amo Filemón te quería mucho desde que tú le enseñaste tu nueva religión.

- ¿Onésimo? ¿Éste es el nombre que te puso tu amo? ¿Le eras de mucho provecho?... Pablo se da cuenta de lo que es este joven, pues los amos ponían el nombre a los esclavos según se presentaban por sus cualidades. Y Onésimo en griego significa “provechoso”.

- ¿Qué te pasa, pues, Onésimo? Explícamelo todo.

- Mira, Pablo, yo soy un esclavo, le robé a mi amo, me escapé de su casa y he venido huyendo hasta Roma. Mi amo ha debido dar parte a la policía, y seguro que me están buscando. Si caigo en sus manos, ya sabes lo que me espera: me marcarán en la frente con hierro rusiente la F de “fugitivo”, y me condenarán de por vida a la rueda de molino o a trabajar en las minas, si es que no me matan con azotes o en la cruz.
Aunque mi amo a lo mejor no hará esto, porque desde que está en tu religión es muy bueno. Como en Colosas todos saben que estás preso en Roma, te he buscado y por eso vengo.

Pablo adivina toda la tragedia del joven esclavo, ¡y qué le toca hacer! Pues, ayudarlo. Y lo va a hacer con enorme amor y con eficacia sorprendente. Le bastan unas pocas líneas, una carta breve, pues se lee de un tirón en dos o tres minutos.

Esta carta es un escrito genial, y se ha dicho de ella que es “una obra artística de discreción y cortesía…; el principio de la declaración de los derechos del hombre…; una carta con la cual no resiste comparación ningún documento humano de la antigüedad”.

Ante todo, Pablo le dice al esclavo fugitivo:

- Tú te vas a quedar conmigo como si fueras un esclavo mío. Me atiendes en las cosas que puedas, y el pretoriano que me custodia a mí, pensando que eres mi esclavo, no va a sospechar de ti nada. Con Epafras que está aquí en Roma, tan amigo de Filemón tu amo, miraremos de arreglar tu situación.

Así se convino y así se hizo. Pero, ¿qué ocurrió? Pues, lo que tenía que ocurrir.
El joven esclavo, ladrón y fugitivo, no era ningún tonto, servía muy bien a Pablo y, sobre todo, le escuchaba veces y más veces hablar de Jesús con los muchos visitantes que acudían allí. Hasta que el esclavo ladrón y fugitivo, pregunta resuelto:

- Pablo, ¿puedo ser yo también cristiano?...
Por delicadeza, y por respeto a su libertad, nada le había dicho Pablo, el cual esperaba que la fruta cayera del árbol madura por su propio peso.

Ahora Pablo no puede con su alegría. Por el nuevo cristiano, y porque tiene en su mano la solución del problema. “¡Lo he engendrado en las cadenas!”, escribirá gozosamente Pablo a Filemón.

Como estaba Títico para partir hacia Colosas, al mismo tiempo que llevaba a las Iglesias del Asia las dos cartas a los Colosenses y a los Efesios, oye el parecer de Epafras:

- Sí, este es el momento mejor. Devuelve el esclavo a Filemón, que no va a tener más remedio que recibirlo como hermano cristiano.

Al hablar así, Epafras ya había leído la carta, tan breve como densa, que Pablo había escrito toda entera de su puño y letra a Filemón, y que comenzaba cargada de psicología:

“Pablo, prisionero de Cristo Jesús”.

Filemón era rico, con casa magnífica, que servía para iglesia, hacienda grande y muchos esclavos. Pero era sobre todo un cristiano caritativo, de gran corazón, cuya bondad era reconocida por todos, de modo que Pablo puede escribirle con toda verdad:

“Tengo noticia de tu caridad y de tu fe para con el Señor Jesús y para con todos los santos, de modo que la participación de tu fe es eficiente”.

No te quedas en buenas palabras, sino que sabes actuar la fe con el amor. “Por eso tuve gran alegría y consuelo a causa de tu caridad, por el alivio que los corazones de los santos han recibido de ti, hermano querido”.

Cada palabra que viene va a ser una cuña en el corazón de Filemón, el cual no va a poder resistir:
“Aunque tengo en Cristo bastante libertad para mandarte lo que conviene, prefiero más bien rogarte en bien de la caridad, yo, este Pablo ya anciano y ahora preso por Cristo”.

Podemos meternos en la mente de Filemón:
-¡A ver por dónde se va a descolgar este Pablo! ¡A ver qué me querrá pedir!...

Y vino, naturalmente, la petición menos esperada:

- Te ruego a favor de mi hijo, a quien engendré cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora muy útil para ti y para mí.

Y añade con palabras conmovedoras:

“Te devuelvo a este hijo, que es mi propio corazón. Yo quería detenerlo conmigo, para que me sirviera en tu lugar, en estas cadenas que llevo por el Evangelio. “Pero, sin consultarte, no he querido hacer nada, para que esta acción tuya no fuera forzada sino voluntaria”.

Filemón estaba vencido del todo. ¿Qué remedio le quedaba? Aunque Pablo no ha acabado, pues falta la última estocada:

“Te escribo confiado, seguro que harás más de lo que te pido”.

¡Vaya elegancia la de Pablo para pedir al amo que no retenga más al esclavo, sino que le dé la libertad!... Era lo último que podía pedir. “¡Sí, hermano, hazme este favor, y alivia este mi corazón en Cristo!...

¿Qué ha significado en la Iglesia y en el mundo esta acción de Pablo y de Filemón, cristiano tan ejemplar. La mayor plaga social que se ha conocido en la historia, la esclavitud en el Imperio Romano, con esta carta quedó herida de muerte.

Ni Pablo, ni la Iglesia, ni nadie podía levantar a los esclavos en una revolución armada, al estilo de nuestros guerrilleros en las montañas. Hubiera sido una catástrofe para todos, empezando por los mismos esclavos.

La Iglesia, desde Pablo, empezó por vivir la libertad y la igualdad entre sus hijos.
Había muchos amos y matronas cristianos que dejaban libres a sus esclavos. Los cargos de la Iglesia, hasta el de Papa, eran ocupados lo mismo por el noble Cornelio que por el esclavo Sixto.

Si los historiadores hurgan buscando la raíz de la libertad que hoy impera en el mundo, llegarán hasta Jesucristo. Y darán con el caso especial de un pobre esclavo que topó con un ejemplar dueño cristiano, llamado Filemón, el cual estaba leyendo, con mano temblorosa y emoción que le ahogaba el pecho, una carta enviada desde Roma por un preso llamado Pablo…




76. A los de Colosas. Jesucristo sobre todo



¿Quiénes eran los colosenses?

Pablo dirigió una carta magnífica a esos cristianos a los que nunca había visitado.
Sabemos que Pablo, mientras evangelizaba Éfeso, extendió su radio de acción a las ciudades cercanas, enviando a ellas a sus colaboradores más preparados; y entre todos, trabajando así en equipo, fundaron aquellas iglesias que hicieron del Asia Menor un campo feraz de cristianismo. Entre esas ciudades iba a ser Colosas una de las más significativas.

La ciudad de Colosas había sido en otro tiempo una población grande, y ahora, venida a menos, estaba compuesta de griegos, de judíos y de una gran colonia de indígenas frigios. Toda su riqueza le venía de la industria derivada de la cría de ovejas, con sus numerosos y nutridos rebaños. Ciudad medio campesina medio griega, era con todo muy dada a filosofar y teologizar.

Para saber cómo eran los colosenses y lo bien que se conservaban, basta leer estas palabras del saludo de Pablo:

“Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por ustedes en nuestras oraciones, al tener noticia de su fe en Cristo Jesús y de la caridad que tienen con todos los santos”.

¿A qué venía, pues, esta carta, muy cordial, pero que era un toque de alarma?
¿Y por qué la escribió Pablo, o la hizo escribir por uno de sus colaboradores bajo su propia inspección?

Epafras fue a visitar a Pablo en su prisión de Roma llevándole noticias sobre la situación de la Iglesia en Colosas. Se habían introducido doctrinas erróneas sobre los ángeles y potestades celestes, como dominadores del mundo e intermediarios de Dios.

Estas ideas eran debidas a unas corrientes de pensamiento griegas sobre misterios extraños, mezcladas además con otras apocalípticas judías, y que comprometían la supremacía de Cristo. Aquellos grecojudíos vendedores de novedades iban proclamando:

-¡Sí! Cristo Jesús es uno más de esos ángeles mediadores, pero no es ni él solo ni el más importante. Es uno de tantos espíritus que vagan por los aires, que nos ayudan o nos perdiguen, uno de esos tronos, dominaciones y potestades, los seres superiores de la creación.

¡Bueno estaba Pablo para consentir semejante error!... ¿Alguien superior a Cristo? ¿Cristo uno de tantos? ¡Eso sí que no!... Y Pablo enseña ahora:

¡Todo lo que existe está sometido a Cristo!
¡Jesucristo lo llena todo, porque Él es la “plenitud” de todo el mundo! ¡No existe nada que no sea de Cristo y para Cristo!

Todo esto lo expone Pablo en un párrafo que es de lo más grandioso que contiene la Biblia sobre Jesucristo. Parece un himno de gran orquesta:

“Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
“Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
“Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles.
“Todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
“Él es también cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
“Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
“Porque en él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (1,15-20)

Con este himno tan colosal quedaba zanjada toda la cuestión que preocupaba a los de Colosas:

Jesucristo es lo primero;
Jesucristo es lo supremo;
Jesucristo es principio y fin de todo;
Jesucristo es el centro en el que todo converge y todo se apoya;
Jesucristo es el único que tiene la salvación;
Jesucristo es no sólo Cabeza de la Iglesia, sino la plenitud de todas las cosas creadas.
Ni la Iglesia ni el Universo se entienden si no se arranca de Jesucristo y si no se coloca a Jesucristo en el centro de todo.

Ahora bien, si esto es Jesucristo sobre todo para nosotros, miembros de su cuerpo, ¿qué relación hemos de tener con Jesucristo ya en este mundo, aunque Él esté en el Cielo?

Nos lo dice Pablo con otro párrafo también formidable:

“Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra.
“Porque han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, que es su vida, entonces aparecerán también ustedes gloriosos con él” (3,1-4)

Pablo discurre sobre esto, y saca las consecuencias debidas. En el orden nuevo establecido por Dios en Cristo, desaparecen las divisiones enojosas que vive la sociedad:

¿los de un color u otro de la piel?...
¿los de una fe u otra, mientras sean sinceros en su conciencia?...
¿los cultos o los analfabetos?...
¿los ricos o los pobres?...
¿los empresarios o los trabajadores?...

Eso era antes en la era del pecado. Ahora, todo ha quedado rehecho y unificado en Cristo Jesús.

Dicen que modernamente tiene mucha aplicación esto de Pablo para los que vienen con asuntos de la Nueva Era, la “New Age” o cosas parecidas. Todo lo que sea salirse de Jesucristo como principio, centro y fin de la Iglesia y del Universo, es una equivocación total.

Por eso Pablo, queriendo centrar toda nuestra vida en Jesucristo, da después consejos de vida cristiana que son de lo más precioso y estimulante.

“Procedan de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios”. “En Cristo reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y ustedes alcanzan toda la plenitud en él”.

“Cristo es todo en todos”.

“La palabra de Cristo abunde en ustedes en toda su riqueza”.

“Todo cuanto hagan, de palabra o de obra, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús”.

¡Qué belleza la de esta carta de Pablo a los de Colosas!

Jesucristo llenándolo todo.
Jesucristo nuestro supremo ideal.
Y nuestra vida, escondida con Jesucristo en Dios…

Esto, ya ahora. ¿Qué será esa vida cuando quede al descubierto sin velo alguno, y transformada plenamente en gloria?...





77. Cristo en Colosenses. Grandezas y compromiso

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano


Pablo, en su prisión libre de Roma, a la vez que predica a todos los que vienen a visitarle, tiene tiempo de pensar, de estudiar, de escribir. Y es en estos días, probablemente el año 63, cuando redacta la carta a los de Colosas, cargada de enseñanzas sublimes sobre Jesucristo.

Empezamos por preguntar: En esta carta, ¿quién es Jesucristo para Pablo? Y su prisionero de Roma responde con elocuencia sin igual:

“Cristo es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación. “Porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles: todo fue creado por él y para él. “Él existe con anterioridad a todo, y todo se mantiene en él” (Col 1,13-17)

Escuchando esto, caemos sin más de rodillas ante Jesucristo. Antes de ser Hombre, nacido de María la Virgen, ya era Dios eterno. En Él se miraba complacido el Padre. En Él veía reflejada la creación entera, y el Padre le decía entusiasmado:

-¡Vamos, Hijo! Hagamos todo eso. Todo lo harás conmigo, y todo será después para ti.
Tú estarás en el centro de todo, y todo se mantendrá por ti, que lo sostendrás con tu poder, tan grande como el mío. Aunque te hagas hombre, Tú estarás sobre todas las cosas visibles, y dominarás también la multitud incontable de los ángeles, que se rendirán a tus pies.

No significa otra cosa todo eso que nos ha dicho Pablo:

Después de mirar a Jesucristo en su divinidad, en lo que era desde toda la eternidad, lo mira como Hombre, como el Hijo de María, como el Hermano nuestro, y se desata en alabanzas imponderables, la primera de las cuales es lo máximo que se puede decir y se ha dicho de Jesucristo:
“En él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 2,9)
Jesucristo, ese Hombre, es también Dios.
Ante esto, ya no nos va a extrañar nada todo lo que se nos diga de Jesús, el Señor.

Si Jesucristo, Hombre verdadero, es también Dios, ¿quién tan grande como Él? ¿De dónde va a proceder para los hombres la vida sino de Jesucristo, el cual es la Vida infinita de Dios encarnada?

¿Quién va a enseñar a los hombres la verdad, sino Jesucristo que es la Luz de Dios?

¿Hacia quién van a ir los hombres en busca de un destino seguro sino a Jesucristo, que es el Principio y Fin de todas las cosas?

Al mirar Pablo a Jesús como Hombre, lo ve como Redentor, y nos dice de Él esas palabras que ya hemos citado más de una vez:

“Jesucristo es la cabeza del cuerpo, de la Iglesia.
“Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que Él sea el primero en todo.
“Pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la plenitud,
“y reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, los seres de la tierra y de los cielos” ¿Hacia quién van a ir los hombres en busca de un destino seguro sino a Jesucristo, que es el Principio y Fin de todas las cosas?(Col 1,18-20)

¿Qué significa para Jesucristo el ser Cabeza de la Iglesia? No es un título honorífico. Es algo que compromete a Jesucristo a mirar a la Iglesia como se mira a Sí mismo.

Desde el momento que Jesucristo redimió a todos los hombres y mujeres con su Sangre derramada en la Cruz, y formó con ellos la familia de Dios, Él se constituyó en Cabeza de su Iglesia y tiene que cuidar de ella como de verdadero cuerpo suyo.

Jesucristo unifica a su Iglesia haciendo que sea UNA Iglesia sola. Cuando Pablo se enteró de que los de Corinto habían metido divisiones en su comunidad, les escribió aquella carta con gritos de trueno:

“Me he enterado de que existen discordias entre ustedes. ¿Es que está dividido Cristo?”(1Co 1,11-13)

Efectivamente, dividir a la Iglesia es para Pablo como partir por mitad al mismo Jesucristo, el cual nunca se expresó diciendo “Mis iglesias”, sino “Mi Iglesia”.

A su Iglesia, Jesucristo la vivifica, la llena de la Vida de Dios, esa Vida de la cual está Él lleno a rebosar. Con los Sacramentos, especialmente con la Eucaristía, Jesucristo nutre a todos y cada uno de los miembros de su cuerpo, que es la Iglesia, con una plenitud tal de Vida divina que no podemos ni imaginar.

Jesucristo con su Sangre purificó a su Iglesia, hasta dejarla radiante de hermosura, como Esposa suya queridísima.
Y la sigue limpiando de tantas impurezas contraídas por sus miembros, hasta que llegue día en que la Iglesia, consumada en su perfección, no tendrá una mancha que afee su linda faz.

Jesucristo ha hecho a su Iglesia una familia de hermanos, y por su Sangre está clamando para todo el mundo la paz, el amor, en una fraternidad irrompible.

Todo eso nos ha dicho Pablo con esas palabras tan densas, con las cuales, nos dice, pretende “dar a conocer la riqueza del misterio de Cristo…y la esperanza de la gloria…, a fin de presentarnos a todos perfectos en Cristo” (Col 1,27-28)

A continuación de lo que hemos leído y escuchado, hay en esta carta unas palabras misteriosas que se convierten para todos en un compromiso, cuando Pablo dice de sí mismo:

“Me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo a favor de su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24)

¿Qué ha leído siempre la Iglesia en estas palabras, que resultan un compromiso, a la par que misteriosas?

Jesucristo con la Cruz pagó de una vez y para siempre por todos los pecados del mundo.

Con esa Sangre divina hay más que suficiente para redimir mil mundos más que hubiera.

Sin embargo, Dios solicita la colaboración de todos los cristianos. Jesucristo ha querido unir a los miembros de su Cuerpo Místico a su Pasión redentora. Y los sufrimientos del cristiano ─el trabajo, una enfermedad, todo lo que signifique cruz─, Jesucristo lo asume, lo une a su propio sacrificio, y continúa con toda su Iglesia la obra de la salvación.

Jesucristo el Hijo del Dios eterno…, Jesucristo el Redentor…, Jesucristo en su Iglesia…
¡Qué grandezas descubre Pablo en Cristo Jesús!
Cuanto más se piensa en ellas, tanto más profundo se hace el Misterio. Pero tanto más también se acrecienta nuestro amor al Divino Redentor.





78. Resucitados con Cristo. Somos seres celestiales

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano


Sí, es cierto; Pablo nos habló ya una vez de la resurrección de Jesús en un plan triunfalista. ¿Lo recordamos? Nos decía:

“¡Pero Cristo ha resucitado!”

Era el eco vivo de aquel “¡Ha resucitado, no está aquí!” de los Evangelios.

Hoy nos va a hablar Pablo sobre la resurrección de una manera distinta. Se va a fijar tanto en nosotros como en Jesucristo, y nos va a decir desde el principio:

“¡Somos unos resucitados con Cristo!”. Hemos resucitado con Él, como Él y para Él.
¿Por qué?... Podemos seguir el pensamiento del Apóstol

¿Es cierto que, al resucitar Cristo, hemos resucitado también nosotros?

San Pablo es categórico y no puede hablar más claro de cómo lo hace en esta carta a los de Colosas:

“Ustedes han resucitado con Cristo”, “porque Dios nos resucitó con Cristo y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús” (Col 3,1. Ef 2,6)

Algo grande se esconde en estas palabras.

Empezamos por el pensamiento básico de San Pablo:

“Cristo fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra santificación” (Ro 4,26)
Muerte y resurrección de Jesucristo están de tal modo íntimamente unidas que no se pueden separar. Jesucristo muere, paga por el pecado, y nos merece la salvación.
Jesucristo resucita y, y por la fe en el Dios que lo ha devuelto a la vida, nos da el Espíritu Santo que nos justifica y hace santos como es Él.

Este pensamiento lo expresa de manera magistral e inolvidable en aquellas palabras dirigidas a los de Roma, y que podrían servir para una arenga enardecedora:

¿Bautizados con Cristo en su muerte?... ¡Pues, también vivos y resucitados por Dios para una vida nueva!
¿Muertos con Cristo?... ¡Pues, también resucitados!
¿Nuestro hombre viejo y pecador crucificado con Cristo?... ¡Pues ahora libres, porque ya no nos sujetan cadenas esclavizantes!

Y vienen las palabras preciosas de Pablo:

“Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte ya no tiene señorío sobre Él, porque su vivir es un vivir por siempre para Dios”
¿Entonces?... ¡A considerarse todos muertos para Satanás y a su condenación por la culpa, y vivos siempre para Dios en Cristo Jesús! (Ro 6,3-11)

Si Pablo es tan jugoso cuando habla de la resurrección de Jesús en sus cartas, hay un pasaje que es clásico más que ningún otro, escrito a los fieles de Colosas:

“Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.
“Aspiren a las cosas de allá arriba, no a las de la tierra.
“Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios.
“Cuando aparezca Cristo, que es su vida, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con Él” (Col 3,1-4)

¡Qué pasos los que hace dar Pablo con estas palabras en la vida cristiana y cómo llenan la cabeza de ilusiones!...¿Cómo hay que vivir?... Resucitados, en manera alguna muertos.

¿Hacia dónde hay que mirar?... Hacia arriba siempre, nunca a la tierra ni al abismo.

¿Qué gustos hay que tener?... Los exquisitos del Cielo, no los de abajo que muchas veces hastían.

¿Dónde desarrollar la existencia?... En el seno de Dios, donde Cristo la introdujo y la escondió.

¿Qué esperar al fin de todo?... Aparecer y brillar siempre con la misma gloria de Jesucristo el Resucitado.

Porque todo esto encierran esas palabras grandiosas. La resurrección de Cristo es para el cristiano, en el orden místico y moral, como un programa que debe desarrollarse y se va desenvolviendo hasta llegar a su consumación final.

La resurrección del cristiano con Cristo es algo pasado:

- Ustedes ya resucitaron con el bautismo. De la muerte se pasó a la vida. ¿Qué les queda sino vivir la vida de Dios?...

Si se tiene una vida nueva que es celestial, ¿qué toca hacer?... Pablo, con audacia:

Busquen y gusten las cosas de allá arriba, no las de aquí abajo. Por mucho que se disfrute de la tierra, ¡qué pobre es todo cuando se saborean las cosas celestiales!...

Y viene el punto final de Pablo:

Aguarden lo que les espera. El último día, al final de los tiempos, ¡a revestirse su cuerpo endeble con la misma gloria del Señor Resucitado! Éste será el fin sin fin.

Pablo asegura con otras palabras lo mismo que había dicho Jesús en el Evangelio:

“Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13,43)

Las palabras de Pablo a los Colosenses nos llevan sin más a citar otras igualmente de bellas a los de Filipos. Vienen a decir lo mismo, pues las dos cartas fueron escritas por los mismos días:

“Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso, con el poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Flp 3,20-21)

Entendamos la comparación bellísima de Pablo con ese “Somos ciudadanos del cielo”. La ciudad de Filipos era una colonia que otorgaba a sus habitantes la ciudadanía romana. ¡Ciudadanos del Imperio por derecho! Era un privilegio envidiable.
Y viene ahora Pablo a decirles:

- ¡Felicitaciones, filipenses, por su ciudadanía romana! Todos les tienen envidia.
Pero no olviden que, como cristianos, llevan en el bolsillo otra cédula mucho mejor: la que les acredita como ciudadanos del Cielo.
Cuando quieran, cuando les llamen, pasarán la frontera sin ningún control, y se les abrirán las puertas sin problema alguno. Se lo garantiza todo el Señor Resucitado.

Pablo es el gran doctor de la doctrina sobre la Resurrección de Jesús.

¡Felices nosotros cuando la llegamos a entender, cuando la llegamos a vivir!
Seguimos en la tierra, pero siempre con un pie metido ya en el Cielo…





79. Cristo x Adán. O uno u otro

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano



¿No es cierto que conocemos bien la historia de Adán en el paraíso tal como la cuenta la Biblia?... Adán, el Adán pecador, éramos nosotros, éramos la Humanidad entera.

Y Dios le manda a un ángel:

- Ponte ante la puerta, espada llameante en mano, y cuida de que ese Adán no entre más aquí. No se le ocurra ahora venir de nuevo, coma del fruto del árbol de la vida, y se escape de la sentencia de muerte que pesa sobre él y su mujer… Desde entonces, no hay remedio. Nadie se ha escapado ni se libra de la muerte que nos persigue implacable.

¿Y si volviéramos a comer del árbol de la vida?...

- ¡Sí, coman, coman! -nos grita Pablo-. Que después de aquel Adán vino otro Adán muy diferente y con mucho más poder.

Este nuevo Adán se llama Jesús.

Nos metió a todos en un nuevo paraíso, y en él, como les dice Juan en su Revelación, “les quiere dar a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios” (Ap 2,7).

Si llevan las vestiduras blancas del Nuevo Adán -les sigue diciendo Juan en su Apocalipsis-, “podrán disponer del árbol de la vida y entrarán por las puertas de la ciudad”, el nuevo Paraíso en el que ya no se muere más (Ap 22,14)

¿Es cierto que Pablo nos puede hablar de esta manera?

Sin duda alguna. Pablo nos habla así.
Es ésta una idea que se me ocurre al abrir la carta a los Colosenses, donde les dice a sus destinatarios:

“Despójense del hombre viejo con sus obras, y revístanse del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar la imagen perfecta ideada por su Creador” (Col 3,10)

Esta doctrina sobre el viejo Adán del paraíso y el Nuevo que es Jesucristo, la desarrolla Pablo especialmente en la carta a los Romanos, donde enfrenta al Adán pecador con el nuevo Adán Jesucristo.
Vino del primero toda la ruina de la Humanidad: el pecado, la muerte, todos los males habidos y por haber.
Pero Dios restituyó todas las cosas en su debido orden merced al Nuevo Adán Jesucristo,
-que nos devolvió la vida de Dios al eliminar la culpa con la sangre de su Cruz;
-venció la muerte con su Resurrección,
-y nos hace entrar en el Paraíso de los cielos donde ya no se podrá morir.

Esta doctrina expuesta por Pablo tiene mucha aplicación en el mundo moderno.
Mientras en la sociedad viva robusto el hombre viejo, el Adán condenado por Dios, no habrá nunca ni honestidad, ni alegría, ni paz.
Mientras que si entra Jesucristo en las almas, en los hogares, en las naciones, surgirán por doquier los bienes que se perdieron por la culpa aquella del principio.

Pero, vaya; no saquemos consecuencias antes de escuchar a Pablo, al que vamos a dejar la palabra.
Y Pablo expone así su idea tan genial:
“Como por un hombre, Adán, entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron”.

Pasa Pablo ahora a enfrentar a Jesucristo con Adán:
“Si por el delito de uno murieron todos, por otro hombre, Jesucristo, la gracia y el don de Dios se desbordan sobre todos” (Ro 5,12-15)
Ante estas palabras de San Pablo, nos preguntamos nosotros, por más que las respuestas nos las va a dar el mismo Pablo: ¿Qué fue más grande, la desgracia que nos trajo Adán o la gracia que nos trajo Jesucristo?

Y Pablo va comparando a uno con otro.
Adán nos trajo el pecado; Jesucristo nos dio la Vida.
Adán nos causó la muerte; Jesucristo nos mereció la Resurrección.
Adán nos hizo perder el árbol de la vida; con Jesucristo recobramos la Vida Eterna.
Adán nos hizo romper con Dios por el pecado y abrió la puerta a la muerte; Jesucristo nos dio acceso a Dios y nos abrió la puerta del Paraíso donde reina vida inmortal.
Adán, con el pecado, nos hizo esclavos de Satanás y candidatos para su misma condenación; Jesucristo nos mereció y dio la Gracia de Dios y con ella la Gloria eterna.

La influencia de un Adán y otro en la historia del mundo es muy diversa, y gana Jesucristo con mucho.
San Pablo lo dice con una de sus sentencias más célebres: “Donde abundó el pecado superabundó la gracia” (Ro 5,20)
¿El mundo inficionado por Adán? ¿Grande el influjo de Adán el rebelde? ¿Muerte segura de todos causada por un criminal loco?...
Dios sabe tomarse la revancha.
Jesucristo inunda el mundo con la gracia de Dios.
Jesucristo el Hombre que todo lo atrae hacia Sí, para entregarlo a Dios su Padre.
Jesucristo es la resurrección segura de todos los que han de morir.
Ante el reino de Satanás que desaparecerá con todos sus secuaces, Jesucristo instaura un Reino que será eterno en paz, felicidad y amor para todos los salvados.

Mirando el plan de Dios a la luz de San Pablo, el cuadro es optimista, esperanzador, lleno de luz.
Pero, de momento, vemos que continúan sobre el mundo las sombras, y muy densas todavía.
Hoy siguen enfrentados los dos reinos, el de Satanás iniciado con el Adán del paraíso, y el instituido por Jesucristo con su Cruz y su Resurrección.
No digamos que el reino de Satanás no tiene fuerza, aunque sabemos con certeza absoluta que será plenamente vencido.
Son muchos los que engrosan sus filas, y nos causan preocupación seria a los creyentes, pues queremos la salvación de todos.
Los individuos, las personas concretas, han de optar por Jesucristo. Esto, desde luego.
Pero les incumbe lo mismo a las familias, a las instituciones sociales, a las naciones con su legislación, que, manteniendo su secularidad, no pueden enfrentarse con la norma suprema que les dicta Dios.
La sociedad también ha de optar por el Adán del paraíso o el Jesucristo Restaurador de todo.

Dios expulsó del paraíso a Adán a fin de que no comiera del árbol de la vida, que le hubiera hecho vivir para siempre.

El fruto de aquel árbol imaginario lo sustituyó Jesucristo en su Iglesia por el Pan de Vida, la Eucaristía, el Cuerpo mismo de Jesucristo, el cual asegura con aplomo divino:
“El que coma de este pan vivirá eternamente, porque yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54)

El odio de Satanás no iba a triunfar sobre el amor del Dios Creador y Padre de los hombres.
El orgulloso vencedor del paraíso se convirtió en el miserable vencido por una Cruz que aparece desnuda y un Sepulcro que sigue vacío…



Puedes encontrar todas las reflexiones anteriores de San Pablo en esta dirección.
Y en www.evangelicemos.net


Preguntas o comentarios al autor P. Pedro García Cmf

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