ARTICULOS DE LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA

lunedì 23 febbraio 2009

Los Judíos. Gloria, caída y esperanza del gran pueblo

60. Los Judíos. Gloria, caída y esperanza del gran pueblo

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano



El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.


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Esa Carta a los Romanos, que nos entusiasma, llega a convertirse en una tragedia dolorosa cuando exclama Pablo:

¡Los judíos! ¡Mis queridos hermanos los judíos! ¡Los hijos de mi pueblo que no aceptan a Jesús, al Cristo que Dios había prometido a nuestros padres!... No me importaría nada convertirme en un maldito a trueque de que ellos se salven. ¡Los judíos, mis queridos paisanos los judíos!...

Esto lo dice Pablo con el corazón deshecho al principio de los capítulos 9, 10 y 11 de la carta a los Romanos. Aunque al fin exclamará lleno de esperanza y con seguridad absoluta:

¡Dios no ha rechazado a su pueblo, que no ha tropezado para quedar caído por siempre!. ¡Su endurecimiento es sólo parcial, pues llegará un momento en que todo Israel será salvo!

Sabemos muy bien lo que es el pueblo judío. Un pueblo privilegiado. Un pueblo de grandes genios. Un pueblo de enorme influencia en el mundo de todos los tiempos.

Pero, por elogios que nosotros queramos tributar al pueblo judío, no lo haremos mejor que Pablo. Miremos lo que nos dice.
Son israelitas, linaje glorioso de Jacob, el fuerte que luchó con Dios…

Dios llama a Israel “mi hijo primogénito”, el pueblo predilecto… En el Arca manifestaba Dios su “gloria”, es decir, su presencia en medio del pueblo... Dios había pactado con Abraham, los patriarcas y con Moisés, “alianzas” perpetuas…

Tenían una Ley, Constitución del pueblo, que lo convertía en un Estado teocrático, con Dios como único Jefe…

Israel mantenía en el Templo un culto digno de Dios, frente a las aberraciones paganas…
La “Promesa” hecha por Dios a Abraham era un privilegio único: por el pueblo judío vendría la salvación a todo el mundo…
Promesa mantenida después a Isaac, Jacob y David… Los padres del pueblo, los que llamamos Patriarcas, constituían una gloria muy grande.

Pero, claro está, la gloria suprema, inigualable, única, del pueblo judío es Cristo Jesús, el Mesías, el Salvador, el Rey inmortal de los siglos. Jesús, el Hijo de Dios, se hace Hombre al tomar su carne en el seno virginal de una Mujer judía.
Y ese Hombre judío que es Jesús, hace exclamar a Pablo con entusiasmo inusitado:
“De ellos, de los judíos, procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, y es Dios bendito por los siglos. Amén”.

Aquí tenemos el espléndido palmarés de las gloria de los judíos descrito por Pablo, orgulloso de su pueblo (Ro 9,1-5)

En el plan de Dios, el pueblo judío, Israel, era el primer destinatario de la salvación prometida. Pero, ¿qué ocurrió al venir Jesús?...

Había en el pueblo una buena parte sencilla, creyente de verdad, llamados “los pobres de Yahvé”, que esperaban con puro corazón la salvación de Dios.

Pero había otra parte, que era la de los dirigentes, con muy mala disposición.

Los sumos sacerdotes apegados a sus privilegios.

Los politiqueros herodianos aliados de Roma.

Los del partido saduceo, materialistas y poco creyentes.

Los escribas o letrados que habían recargado la Ley con prescripciones insoportables.

Entre los fariseos, aunque había muchos buenos y fieles a Dios, la mayoría, junto con los escribas, habían llevado su fanatismo a extremos que hacían imposible la guarda de la Ley.

Además, por una falsa apreciación de las Sagradas Escrituras, pensaban todos en un Mesías sociopolítico, que sujetaría las naciones bajo el mando de Israel.

Jesús, con su predicación y actitud, fue rechazado por los dirigentes del pueblo y entregado a la autoridad romana para terminar en la cruz.
A Jesús le dolía tanto la obstinación de los jefes del pueblo, que lloró sobre Jerusalén, al prever la catástrofe que le venía encima por no reconocerlo como su Cristo (Lc 19,41-44; Mt 23, 37-39)

Jesús, con su doctrina, con sus milagros, con su amor, hizo hasta los imposibles para ganarse a Jerusalén, pero no hubo manera, de modo que dijo al llorar sobre la ciudad:
“¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a los pollos bajo sus alas, y no has querido!”…

Sin embargo, a pesar de la obstinación de los dirigentes, Dios seguía fiel a su promesa. Jesús fue el primero en decir que esa promesa se mantenía firme y que un día los judíos le reconocerán como el Cristo de Dios:

“No me verán hasta que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.

Predicado Jesús por los apóstoles, testigos del Resucitado, los dirigentes siguieron negando a Jesús y arrastraron al pueblo a la incredulidad. Pero permanecía fiel una parte del pueblo, llamada por la Biblia “El Resto”, el grupo de creyentes que formaron la primitiva Iglesia.

¿Qué nos dice ahora Pablo?
Ante todo, que Dios no ha abandonado a su pueblo (11, 1-32) Y Pablo nos lo dice con palabras vigorosas:

“¿Ha rechazado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! Y la prueba la tienen en que yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín. ¡Dios no ha rechazado a su pueblo!... Los judíos han caído, pero no para siempre… ¡Hay que ver lo que serán cuando entren de lleno!... En cuanto al Evangelio, ahora se muestran enemigos; pero son muy amados de Dios como elegidos suyos. Porque los dones y la elección de Dios son irrevocables”

Al rechazar los judíos la Buena Nueva, el Evangelio pasó a los pueblos gentiles; pero un día reconocerá Israel en Jesús a su Mesías, al Cristo, y se le entregará con verdadera pasión.

Pablo usa una bella comparación campesina.
Israel era el árbol hermoso plantado en el mundo por Dios. Cayeron muchas ramas que se secaron, y entonces se injertaron unas nuevas que eran los paganos. Pero el tronco, judío, no se secó.
La raíz sigue viva, y un día llegará a vigorizar toda la planta. Y entonces, ¡qué árbol tan frondoso y bello será la Iglesia entera, formada por el pueblo judío, el primer elegido, y por todos los demás pueblos de la Tierra!

Dios tiene trazado su proyecto, sabio y lleno de amor, al que nosotros aportamos humildemente nuestra oración, que siempre es escuchada.

Ante estas realidades, ¡qué insensato resulta el antisemitismo de todos los tiempos!

¡Mientras que es tan bello y consolador el soñar en el abrazo que Israel recibirá de todas las gentes redimidas por Jesús!

Entonces el mundo reconocerá y agradecerá al pueblo judío -y se lo agradecemos también ahora-, el habernos dado a Jesucristo, nuestro adorado Redentor…




Puedes encontrar todas las reflexiones anteriores de San Pablo en esta dirección.
Y en www.evangelicemos.net


Preguntas o comentarios al autor P. Pedro García Cmf









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