ARTICULOS DE LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA

domenica 10 maggio 2009

Año del Apóstol San Pablo-Predestinados y elegidos. De eternidad a eternidad.





83. Predestinados y elegidos. De eternidad a eternidad.

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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La ciencia moderna nos tiene asombrados cuando nos habla hoy del origen del mundo, con eso que los científicos llaman el “Big bang” o gran estallido que originó el Universo. Dicen que se produjo hace unos dieciséis mil millones de años. ¡Como quien no dice nada!... Entonces empezó a existir la materia y comenzó a correr el tiempo: ¡Dieciséis mil millones de años nada más!...

Pues, bien; supongamos que Pablo vive todavía en el mundo, metido en su desierto de Arabia o predicando en la planicie de Galacia, y le damos esta noticia, este descubrimiento de la ciencia. ¿Saben lo que haría y nos contestaría Pablo? No mostraría ninguna extrañeza ni ninguna emoción. Se limitaría a decir:

¿Dieciséis mil millones de años? Si eso no es nada… Porque antes, mucho antes, desde toda la eternidad, ya existía Jesucristo en la mente de Dios. Desde toda la eternidad había ordenado este Universo en orden a Jesucristo. Y no sólo a Jesucristo, sino a nosotros, que nos soñó hijos en su Hijo, a fin de que Jesucristo y nosotros viviéramos después siempre con el mismo Dios en su misma gloria y felicidad.

Para cuando apareció aquel “Gran estallido” del que hablan ustedes, hace tantos miles de millones de años, ya éramos veteranos nosotros en la mente de Dios, y teníamos además por delante una vida que no acabaría jamás, porque la vida posterior sería tan larga, tan eterna, como lo había sido la anterior.

¡Vaya discurso que nos echaría Pablo si le fuéramos con noticia semejante! No se lo hubiera soltado a los sabios griegos en el Areópago de Atenas con más elocuencia que a nosotros ahora.

Muy bien, amigas y amigos, ¿fantaseamos hoy demasiado, al hablar así de lo que nos dice la ciencia moderna sobre la creación, mirado todo a la luz de la revelación de Dios por medio de Pablo?

No, no fantaseamos. Esto es lo que nos dice Pablo sobre nuestra predestinación, nuestra elección y nuestra glorificación nada más abrimos la carta a los de Éfeso. Vemos que ésa es la realidad. Que ése fue el sueño divino alimentado por Dios desde toda la eternidad. Y que, por toda la eternidad que viene, ésa va a ser la dicha sin fin que nos espera.

Empieza Pablo su afirmación categórica con palabras emocionantes, y tantas veces repetidas:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales en Cristo, por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e intachables por el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo”.

Esto es grandioso, sin más.

Un santo y mártir jesuita comentaba estas palabras comparándolas con la ilusión inefable de una madre que espera al niñito que viene.

- ¡Nueve meses! ¡Ya no faltan más que seis meses, tres meses, un mes nada más!... ¿Y cuándo tendré en mis manos al bebé que llega para besarlo, para acariciarlo, cuándo?...

Esos nueve meses inefables de la mamá, en Dios fue toda una eternidad:

- ¿Cuándo tendré a mi Hijo convertido en Jesús, en Jesucristo, y con Él a una multitud más de hijos que serán felices conmigo por siempre?...

Esta es la primera etapa de esa eternidad anterior descrita por Pablo, incluidos en ella los miles de millones de años que pasaron desde la creación hasta la venida de Jesús al mundo.

Se presenta después la segunda etapa, la de Jesucristo entre nosotros, desde la Encarnación a la Ascensión y a su vuelta gloriosa al final de los tiempos. El apóstol San Pablo nos presenta a Jesucristo entre nosotros rescatándonos con su sangre, la cual nos ha merecido “el perdón de los pecados” (1,7)

Para Jesucristo fue esta etapa de su vida en la tierra la de la expiación de la culpa de la Humanidad, realizada por su muerte sufrida en la cruz.

Murió Jesús. Pero vino la respuesta de Dios. La Víctima del Calvario era vivificada por el Espíritu Santo, y asumida por el Padre que la glorificaba en el Cielo, como dice Pablo:

“Dios desplegó toda su potencia en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en los cielos, por encima de cuanto existe en este mundo y en el otro” (1,20-21)

Allá subió Cristo, que ascendía a las alturas llevando consigo a una multitud inmensa de redimidos (2,8)

Seguimos metidos en esta segunda etapa, con el empeño de Dios de hacer que “todas las cosas, lo que está en el cielo y lo que está en la tierra, se vayan centrando en Cristo como cabeza de todo lo creado (1,10), “pues todo fue creado por Él y para Él” (Col 1,16).

Esta es la etapa de la Iglesia, a la que Jesús confió el desarrollo del Reino de Dios, con la proclamación del Evangelio a todo el mundo, hasta que se complete el número de los elegidos.

¿Cuánto durará esta etapa segunda? No lo sabemos. Es un secreto que se ha reservado Dios. Llevamos hasta ahora dos mil años, y no se acabará hasta que haya entrado el último de los predestinados. Dios no tiene ninguna prisa, y pueden faltar aún muchos milenios, hasta que se forme una familia inmensa, digna de la grandeza y del amor de Dios.

Entonces vendrá la tercera y última etapa, cuando Jesucristo vuelva al final de los tiempos, glorioso y triunfador, para reunir a todos los elegidos desde un extremo al otro de la tierra, y ofrecer al Padre el Reino conquistado. Entonces, como expresa Pablo, vencidos todos los enemigos y puestos bajo sus pies, entregará el Reino a Dios Padre, de modo que Dios sea todo en todas las cosas (1Co 15,28)

Esta Carta de Pablo a los de Éfeso nos ofrece en un conjunto maravilloso todo el misterio de Jesucristo y de nosotros como familia de Dios.

Soñados por Dios, no durante miles de millones de años, sino desde toda la eternidad.

Formada esa familia de Dios durante el tiempo de la vida mortal de Jesús en el mundo y a lo largo de los siglos o milenios que Dios tiene determinados.

Y completada y consumada al final de los tiempos, para morar en la casa de Dios -en la Casa del Padre, como nos gusta decir hoy-, por siglos eternos…

¡Grandioso el plan de Dios!

Mas grandioso, desde luego, que ese Big Bang o Gran Estallido de los científicos, que nos pasma con sus miles de millones de años, tan cortitos comparados con nuestra eternidad en la mente y en la gloria de Dios…




84. Santos, inmaculados, amantes. Así nos pensó Dios

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García misionero Claretiano


El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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La carta de Pablo a los Efesios, que vamos conociendo bien a estas horas, es rica de verdad, ¿no es así? Nos habla de Jesucristo y de su “misterio” de modo que embelesa y entusiasma.

Sin embargo, Pablo no se contenta con enseñar doctrinas elevadas, sino que propone también en esta carta, de manera abundante y rica, las directrices de vida cristiana que se desprenden de su altísima enseñanza.

En realidad, nada más empezar y en la primera línea, Pablo expone con tres palabras el ideal de Dios sobre los bautizados, al decir que fueron escogidos desde antes de la creación del mundo para ser ante Dios “santos, inmaculados, amantes” (Ef 1,4)

Como vemos, un programa sugerente por su altura y su grandeza, aunque también estremecedor por sus enormes exigencias. Todas las normas que Pablo dicta en esta segunda parte de la carta se van a reducir a esto nada más y nada menos:

- ¡Cristianos! ¡A ser santos, a ser intachables, a ser incendios de amor!
Es todo lo que Pablo nos quiere decir hoy (Ef 4,17-31)

¡Sean santos ante todo!, grita a todas aquellas Iglesias del Asia Menor a las cuales dirige esta carta circular. “Revístanse del Hombre Nuevo, Jesucristo, creado según Dios en la justicia y santidad”.

Los creyentes del Asia Menor conocían muy bien las costumbres paganas de sus tierras. Habían vivido metidos en ellas, y no se habían distinguido por ser unos angelitos precisamente. Recordándoles esto, empieza por decirles Pablo:

“No vivan ya como viven los paganos, según la vaciedad de su mente, porque obcecada su inteligencia en las tinieblas del pecado, se ven excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos y por la dureza de su corazón” (4,17-18)

Los creyentes eran todo lo contrario.
Llevaban dentro por el Bautismo la Vida de Dios, y no querían regresar a una condición moral que ahora les apenaba. Pablo se lo reconoce y les anima:

“Ustedes han aprendido bien a Cristo, pues han oído hablar de él rectamente, y han sido formados conforme a la verdad de Jesús” (4,21)
“Revestidos de Cristo”, y viviendo conforme a la verdad de Cristo, ¡adelante, que ustedes son santos de verdad!

Por la Virgen María - a la que llamamos sin más “La Inmaculada” al haberse visto limpia de toda mancha desde su concepción- sabemos lo que significa esa palabra de Pablo: “Inmaculados”.
Son cristianos intachables, de los que nadie puede burlarse señalándoles con el dedo. Pablo contrapone también ahora a estos cristianos con los paganos, usando palabras fuertes:

“Habiendo perdido los gentiles el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas” (4,19)

Eso lo conocían muy bien los creyentes, por lo cual no podían extrañarse de las palabras de Pablo:

“En cuanto a su vida anterior, despójense del hombre viejo, que se corrompe al seguir las concupiscencias y las pasiones que le seducen” (4,22)

Si se dejan arrastrar por ellas, ¿saben lo que hacen?...

-¡Sépanlo! “¡Poner triste al Espíritu Santo, con el cual han sido sellados para el día de la redención final” (4,30)

Pablo no acaba nunca de manera negativa, aunque reprenda los vicios más degradantes.
Mucho menos lo va a hacer ahora con sus queridos efesios, y les da coraje:

¡Venga, amigos, a ser intachables! Todos los de fuera los miran como lo que actualmente son: “Aunque antes fueron tinieblas, ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz” (5,8-9)

Todo lo que les pueda decir Pablo, se resolverá finalmente en el amor. Y ahora empieza por proponer la generosidad de Dios y la figura de Jesucristo:

“Recuerden que Dios los perdonó en Cristo, y sean por lo tanto imitadores de Dios, como hijos queridos” (4,37-5,1)
Además, “vivan en el amor, como Cristo los amó y se entregó a la muerte por nosotros como sacrificio agradabilísimo a Dios” (5,2)

Dios que ama y entrega a su propio Hijo…
Jesucristo que ama y se entrega a Sí mismo a la muerte… ¿Qué le queda al cristiano?... Amar, amar con todas sus fuerzas, amar con todo su ser, amar a Dios, a Jesucristo, a todos… Amar como Jesucristo, amar como el mismo Dios.

Pablo va a tomar ahora una comparación muy gráfica: ¿Qué hace el que se emborracha con vino, ingiriendo alcohol?... Lo sabemos todos. Pablo pasa de esa imagen dolorosa a otra bellísima: “¡Embriáguense de Espíritu Santo!”.

¿Y qué hará el Espíritu divino?
No pudiendo el cristiano aguantar tanto amor como llevará dentro, estallará en “salmos, himnos, cánticos ardientes e inspirados, cantando constantemente al Señor, dando gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre del Señor Jesucristo” (5,18-20)

Parejo al amor a Dios irá el amor al hermano, ya que el amor a Dios obligará a “conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (4,3)

Con cristianos así, “santos, inmaculados, amantes”, será una realidad en la Iglesia de nuestros días aquello que esperaba el Papa Pablo VI al pensar en el Concilio que se había celebrado:.

“Vendrá el descubrimiento de ser cristianos y la alegría de serlo.

Y con la alegría, un vigor nuevo que pone en muchos corazones deseos, esperanzas, propósitos, audacias de nuevas actividades apostólicas.

Vendrán cristianos que se apartan del gregarismo, de la pasividad, de la aquiescencia que hace espiritualmente esclava a tanta gente de nuestro mundo de hoy”.

Si Dios es Santo, el Santísimo, ¿qué mayor ideal cristiano que ser santos como Dios?
Si Dios es Belleza infinita, ¿qué mayor hermosura cristiana que una limpieza sin tacha?
Si Dios es Amor, ¿qué sentimiento cristiano puede superar al amor, qué ocupación más grande que amar, qué actividad más divina que gastar la vida amando siempre más y más?...



Puedes encontrar todas las reflexiones anteriores de San Pablo en esta dirección.
Y en www.evangelicemos.net


85. ¡Ven, Espíritu Santo! El único Espíritu de la Iglesia

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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Empezamos hoy con una pregunta: ¿Qué nos dice Pablo sobre el Espíritu Santo? ¿quién era el Espíritu Santo para San Pablo?...
Porque en los Hechos de los Apóstoles, y después en sus cartas, Pablo trata al Espíritu Santo de una manera tal que lo cita continuamente, le atribuye toda la vida de la Iglesia, lo ve mover la existencia entera del cristiano.

Pablo sabe que al Espíritu Santo le debe su misión, desde que en la asamblea de Antioquía se escuchó aquella voz:
“Sepárenme a Saulo y Bernabé para la obra a que los tengo llamados” (Hch 13,1)
A partir de este momento, el Espíritu lo guía o le detiene los pasos, de modo que Pablo no es más que el instrumento dócil que cumple siempre un encargo superior.

En la vida y en las cartas de Pablo, el Espíritu Santo está siempre activo, siempre se mueve, nunca está sentado en su trono de gloria para recibir adoraciones aunque sea Dios.
El Espíritu Santo que conoce Pablo no tiene más preocupación que la Iglesia y cada uno de los hijos e hijas de la Iglesia.
Mientras la Iglesia peregrine en la tierra y haya un cristiano en el mundo, el Espíritu Santo no se tomará el descanso divino que le corresponde en la gloria.

Al hablar así, no lo hacemos con irreverencia a una de las Tres Divina Personas, sino con un cariño grande al Espíritu Santo, el dulce Huésped de las almas.

Pablo ve al Espíritu Santo llenando y animando totalmente a la Iglesia.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, el organismo de Cristo, y el Espíritu Santo es el alma que le da vida.
Es lo que Pablo expresa con estas palabras:
“Un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Ef 4,4)

El cristiano, cuando se bautizó, se convirtió en hijo de Dios, en un miembro del Cuerpo de Cristo, y quedó a su vez lleno del Espíritu Santo.
Así, el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, ha venido a ser el alma de todos los miembros de Cristo, de todo el Cuerpo de Cristo, de toda la Iglesia.

¿Y qué quiere Pablo entonces de cada cristiano y de la Iglesia entera?
Pablo ve a la Iglesia, y a cada cristiano en particular, como un templo del Espíritu Santo, conforme a las palabras tantas veces repetidas:
“¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”.

El cristiano no puede destruir en si mismo con la impureza ese templo que es él mismo, ni tampoco destruir con divisiones el templo que es la Iglesia:
“¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo?”. “Y si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es sagrado, ese templo que son ustedes” (1Co 6,19; 3,16-17)

Por eso Pablo dice algo duramente:
“El que no tiene el Espíritu de Cristo, ha dejado de ser un miembro suyo” (Ro 8,9)
¿Y quién es el que no tiene el Espíritu de Cristo?...
Según San Pablo, es aquel que se deja arrastrar de nuevo por aquellas malas tendencias de antes, ya que “los que son de Cristo las tienen clavadas con Cristo en su cruz” (Gal 5,24)

Pablo ve a la Iglesia como la gran testigo de Cristo, del que da testimonio, como dice a los de Corinto (2Co 3,3) con expresión muy bella:
“Ustedes son la carta de Cristo, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo”.
A los que son esta carta, les dicta Pablo tres preciosos textos, que lo resumen todo.

Primero. El Espíritu Santo es don de Dios y prenda de su divina gracia, de su protección, de la vida eterna.
Y así les dice: “Dios nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu Santo en nuestros corazones” (2Co 1,22)

Segundo. El amor cristiano es obra del Espíritu Santo.
Es el Espíritu quien aviva el fuego, desde el momento que se metió dentro de cada uno de los bautizados, conforme a la palabra de Pablo tantas veces repetida:
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Ro 5,5)

Tercero. Con el Espíritu Santo en los corazones, se gozan anticipadas las alegrías que se esperan para el Cielo, tan diferentes de la felicidad vana que puede ofrecer la tierra.
Lo dice Pablo con palabras fuertes:
“No se emborrachen con vino, causa de libertinaje, sino embriáguense de Espíritu Santo, que les hará estallar en salmos, himnos y cánticos inspirados, para cantar en su corazón al Señor” (Ef 5,18-19)

Cuando se conoce al Espíritu Santo por lo que nos dice Pablo, se aprecia de verdad eso que se ha dicho del Divino Espíritu: que ilumina, que enciente, que empuja.
¡Cómo hace ver los misterios de Dios!
¡Cómo abrasa el corazón!
¡Cómo impulsa a hacer algo por el Señor!...

El Espíritu Santo, que nunca está quieto en la Iglesia, no deja tampoco en paz ociosa al cristiano, que, al dejarse guiar por el Espíritu, tiene siempre en sus labios la consabida plegaria: ¡Ven, Espíritu Santo!...

Entre los himnos de la Liturgia de la Iglesia al Espíritu Santo hay uno precioso por demás.
Cada uno de los versos puede probarse sin esfuerzo alguno con un texto de San Pablo, como si Pablo fuera dictando cada uno de esos versos con palabras propias suyas.
Dice así ese himno tan bello:

“Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

“Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

“Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

“Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

“Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno”.

Este himno en latín es muy viejo, y muy moderna su traducción a nuestra lengua. Pero, en latín o español, estemos seguros que merece esta firma: Pablo, apóstol de Jesucristo.




Preguntas o comentarios al autor P. Pedro García Cmf


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